Opinión

La mitad más uno

Están en venta las convicciones en una parte de nuestros representantes a cambio de siete votos para perpetuarse en el poder

MADRID, 16/11/2023.- Pedro Sánchez, reelegido presidente del Gobierno por mayoría absoluta este jueves en el Congreso posa en el hemiciclo. EFE/Juan Carlos Hidalgo
Pedro Sánchez, el día fue reelegido como presidente del Gobierno por el Congreso EFEAgencia EFE

Las convicciones ideológicas son, en política, la manera que cada cual tiene de imaginar el mito administrativo. Unos piensan que sería más conveniente bajar el IRPF y otros subirlo, pero en uno y otro caso se trata de concepciones contrafactuales. Hasta que no se suba o se baje no se sabrá el efecto real que eso implica, todo lo demás son suposiciones. Es la diferencia real de tratar con hechos o con predicciones. Toda convicción ideológica es, al fin y al cabo, una predicción. Pero funcionar con unas convicciones firmes, coherentes y bien argumentadas (sea de un signo o de otros) hace a una sociedad más segura, sólida y fundamentada en su persecución de una mayor justicia y libertad.

Nos encontramos ahora conque están en venta las convicciones en una parte de nuestros representantes políticos, a cambio de siete votos para perpetuarse en el poder. Los siete votos comprados nos van a salir a los ciudadanos a dos mil millones de euros cada uno, más una amnistía a los posibles delitos del colectivo de vendedores de votos. Es un precio caro, pero el poder es más caro todavía. El caciquismo (que a finales del siglo XIX impidió evolucionar a la sociedad española hacia la modernidad) se caracterizaba precisamente por eso, por la compra de votos. ¿Vuelven los destructivos efectos del tribalismo y el caciquismo a España?

Sánchez ha dado al público en general nuevas razones para no confiar en los políticos

Hay voces que señalan esa deriva desde todas partes, desde la derecha y desde la izquierda. La Comisión Europea afirma que va a investigar detenidamente tanto las leyes como los pactos del Gobierno de Sánchez. Periódicos como «The Observer», vinculado nada menos que al grupo izquierdista de «The Guardian» en Inglaterra, se preguntan si la consecución del Gobierno por parte de Sánchez no ha tenido un coste demasiado alto para el sistema democrático español. Ha dado al público en general nuevas razones para no confiar en los políticos. Diagnostican que hay serios problemas para defender la posición de que el Ejecutivo de Sánchez no toma esas decisiones por ambición personal. Los viejos socialistas españoles se oponen también, considerando que eso no es progresismo. González, Guerra, Nicolás Redondo Terreros, Cándido Méndez, tienen un prestigio avalado por hechos, no por predicciones. El legado que dejaron a la Historia del país es incontestable. Encima, razonan bien, ofrecen buenos argumentos a la sociedad y demuestran cómo conservan intactas sus convicciones. Visualizan que ya no tienen poder, pero que rechazan el vaciado de convicciones que propone Sánchez a cambio de votos. Dialécticamente, son como un herpes en la zona glútea para ese torpe discurso gubernamental de groseras excusas y endebles justificaciones.

¿Cuál es la respuesta de nuestro presidente? Afirmar que va a construir durante esta legislatura un muro contra el fascismo. Vaya por Dios: Sánchez, albañil.

Si no perdemos de vista que el Gobierno está intentando hacer una perversa identificación del fascismo con todo aquel que se oponga a la amnistía, el resultado es que va resultar que en este país son derechistas los sindicatos, sus propios compañeros que mantienen las convicciones, los que discrepan, todo aquel que ponga objeciones razonadas y, en general, un panorama de supuesto fascismo tan amplio que alcanzaría hasta el jardín de infancia y todo bebé que muestre cierta tendencia a no permitir que el resto de compañeros de guardería juegue con sus deposiciones.

No se puede luchar contra el fascismo con el nazismo. Eso es imposible. Si la mitad de nuestros conciudadanos opinara de una manera contraria a la de uno, a nadie en su sano juicio se le ocurriría levantar un muro contra ellos. Ni tampoco tomar decisiones definitivas en base a esa precaria mayoría. Lo suyo es construir consensos con la discrepancia para hacer cosas con visos de futuro. Trump era quién proponía levantar muros y decir que los jueces le procesaban por «lawfare». Mi generación ya vio suficientes muros como para tragarnos esas memeces. Hemos visto el muro de Berlín, el muro de Auschwitz, el muro de Trump, el muro de Gaza, el muro de Pink Floyd… Ahora, el muro de Sánchez. Demasiados muros inútiles. Y luego, en realidad, es sorprendente la debilidad con la que caen de golpe por la presión continuada de la gente.