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Pedro Sánchez: "El Estado soy yo"

Llegó como una especie de esperanza blanca después de Zapatero, pero ha abandonado la socialdemocracia por el populismo radical

AMP.- Alrededor de 350 personas se concentran por segundo día consecutivo en Ferraz para apoyar a Pedro Sánchez
AMP.- Alrededor de 350 personas se concentran por segundo día consecutivo en Ferraz para apoyar a Pedro SánchezEuropa Press

Nadie como él implantó el fervoroso culto al líder. Frío, ególatra, con un sentido patrimonial del Estado y obsesionado hasta el paroxismo por el poder. El perfil de Pedro Sánchez Pérez-Castejón es claramente el de un narcisista sin medida, un caudillo indiscutible al que idolatran los suyos, algunos de los cuales le defenestraron como secretario general del PSOE pero luego, cuando resucitó de las cenizas por la militancia, engrosaron el club de los serviles a costa del erario público. Nadie puede dudar que el líder socialista ha practicado un exclusivo estilo de hacer política. Ha abandonado la socialdemocracia por el populismo radical, se ha vendido a los comunistas a quienes otorgó asientos en su Gobierno, ha mantenido una rendición sin precedentes ante los independentistas y filoetarras sin importarle trocear España, ha invadido el Poder Judicial, ha despreciado a los periodistas críticos, ha colonizado las instituciones, ha destrozado los pilares de una economía moderada con una salvaje fiscalidad, ha exhibido las mayores cifras de paro de toda Europa y se ha alineado en política exterior con las dictaduras latinoamericanas y teocráticas islamistas. En resumen, un izquierdista en estado puro, un presidente agarrado a la silla para mantener el poder a toda costa. Un profesional del orden y mando sin atisbo de crítica o discusión.

Curiosamente, cuando llegó al liderazgo del PSOE se le definía como un joven formado, moderado y sin pasado contaminado. Eran las mejores credenciales de un diputado, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, desconocido para la mayoría, aunque ya bien conectado en la sombra con las Federaciones del PSOE. «Se las sabe todas en Economía y se está pateando el partido», aseguraban entonces parlamentarios socialistas, intelectuales y economistas, muy críticos con Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya había tocado techo en todas las encuestas.

Pedro era el diamante en bruto, una especie de esperanza blanca después de José Luis Rodríguez Zapatero. Muy poca gente lo sabe, pero el nombre de Pedro empezó a ser importante en una cena discreta de Felipe González con un grupo de destacados empresarios del Ibex. «Esta vez espero no equivocarme», les dijo Felipe a un elitista grupo empresarial. A la vista está el resultado, porque la presidencia de Sánchez está siendo nefasta y sus legislaturas, las más broncas y frágiles de la democracia. Pero su ego desmedido, su osadía sin límites, le han llevado a ejercer el poder con aquel lema de Luis XIV, el Rey Sol: «El Estado soy yo». Y llegó a la Secretaría General del PSOE un madrileño que estudió en el Instituto Ramiro de Maeztu y en la Universidad Complutense, apasionado de la Generación del 98 y la Institución Libre de Enseñanza, profesor de Estructura e Historia del Pensamiento Económico. Admirador desde niño de la Revolución Francesa y la Ilustración, con estudios en Economía y Política Monetaria Europea en la Universidad de Bruselas, lo que le permite dominar varios idiomas. «Un guaperas que deberá demostrar algo más», decían algunos diputados socialistas, en su día críticos hacia Pedro Sánchez, sobre todo en el grupo aglutinado en torno a Eduardo Madina, el vasco herido por ETA, que rivalizó con Sánchez y perdió en el Congreso del partido. Pedro compaginó su vida política con el ámbito universitario y varios cargos en la UE. Fue asesor del Parlamento Europeo y jefe de gabinete del Alto Representante de Naciones Unidas en Bosnia. Ya en España, concejal del Ayuntamiento de Madrid, donde se decantó por Trinidad Jiménez en su pugna con el díscolo Tomás Gómez. Decían de él que era un político valiente y de savia nueva. Cuando le echaron del liderazgo del partido y dejó su escaño en el Congreso, se metió en su coche de toda la vida, recorrió España entera, encandiló a la militancia y venció a Susana Díaz. Él solito contra el poderoso aparato del partido.

Tras la moción de censura que expulsó a Mariano Rajoy, la transformación de Pedro fue vertiginosa. Se entregó a los radicales de Podemos y a los separatistas para mantener el poder como fuera, ejerció un control férreo del PSOE, al que ya solo le queda la «S» de Sánchez, y ejecutó un cordón sanitario contra el PP con el único discurso de frenar a la derecha y la ultraderecha, la «fachosfera», palabra acuñada por él. Mantiene un lenguaje guerracivilista y una obsesión patológica por seguir en La Moncloa.

Su mujer, Begoña Gómez, siempre su gran confidente y compañera, es ahora, por ironías del destino, el pilar de sus males. Pedro Sánchez, un día la esperanza blanca, ha convertido al Gobierno y al PSOE en una organización dictatorial, bananera y devota hacia su persona.za blanca, ha convertido al Gobierno y al PSOE en una organización dictatorial, bananera y devota hacia su persona.