El desafío independentista

Pujol: «Todos los males vienen de España»

El ex president va a su despacho, escribe y mantiene su rutina de espaldas al 21-D. Dolido por el desfile judicial de sus hijos y el suyo propio desprecia a los actuales dirigentes de la ex Convergència

Uno de los vecinos del edificio donde vive Jordi Pujol tiene una bandera de España en el balcón, como puede verse en una imagen tomada ayer
Uno de los vecinos del edificio donde vive Jordi Pujol tiene una bandera de España en el balcón, como puede verse en una imagen tomada ayerlarazon

El ex president va a su despacho, escribe y mantiene su rutina de espaldas al 21-D. Dolido por el desfile judicial de sus hijos y el suyo propio desprecia a los actuales dirigentes de la ex Convergència.

Bajo un duro calvario judicial, con un hijo en la cárcel y otro a punto de entrar, olvidado y marginado por el partido que él fundó, Jordi Pujol i Soley contempla esta campaña electoral distante y abatido. Su mujer, la antaño poderosa «dona» Marta Ferrusola, con el gesto contenido y enrabietado. El hombre que dirigió Cataluña con poder absoluto vive recluido entre su casa barcelonesa, su despacho próximo y alguna que otra escapada a la casa familiar del Pirineo gerundés, en Queralbs. De sus antiguos colaboradores tan sólo Macía Alavedra, Josep Luis Prenafeta y Artur Mas le visitan. El ex president, no obstante, habla con mucha gente y recibe a personas muy diversas de la sociedad catalana mientras ultima el libro de memorias que quiere publicar el próximo año. A todos ellos les ha expresado un lamento que refleja su nacionalismo melancólico y acrecentado: «Todos los males vienen de España».

Ha pasado mucho tiempo desde aquel año 1980 en que Jordi Pujol, asomado al balcón del Palau de la Generalitat, ganó sus primeras elecciones con 43 escaños. Iniciaba entonces un tremendo camino hacia el poder que le llevaría al mayor régimen de influencias en la historia de Cataluña. Hoy, Jordi Pujol ha pasado de héroe a villano, de líder incombustible a un anciano triste. «Nunca imaginó lo que han hecho con su legado», dicen en su entorno. El patriarca y su mujer han pasado por los tribunales imputados por las turbias cuentas de Andorra. El próximo varapalo, el «caso Palau», el mayor expolio de las cuentas de la antigua Convergència, promete ser negativo.

«Aún no se han recuperado». Así definen personas muy próximas a la familia el impacto de la escena tremenda del matrimonio Pujol en su casa barcelonesa de Ronda del General Mitre cuando, hace ya meses, agentes de la UDEF se personaron en su domicilio. «Pasen, no es la primera vez», les espetó Ferrusola con enorme frialdad al recordar que se produjo un idéntico registro en octubre de 2015. En aquel momento se encontraban en la residencia familiar el ex president, su esposa y su primogénito, Jordi Pujol Ferrusola a quien, por expresa petición de sus abogados, el juez De la Mata permitió estar presente en el registro. El hijo mayor del clan Pujol estuvo en todo momento en las diligencias, incluso en las del despacho del patriarca en la calle Calabria. Después fue trasladado a la comisaría de la Policía Nacional en La Verneda, desde donde se preparó su traslado a la cárcel madrileña de Soto del Real, en la que el juez le mantiene en prisión incondicional, hasta satisfacer una fianza de tres millones de euros.

Según fuentes penitenciarias, el primogénito es un preso polémico. Hace meses fue expedientado por «trapichear» con otros reclusos con la tarjeta de su móvil. Es decir, ofrecer favores para obtener más tiempo de llamadas externas, restringidas a un máximo de diez. Jordi Pujol Ferrusola se niega a ver programas de televisión en castellano, ha pedido varias veces cambiar de módulo y utiliza su cupo telefónico para hablar con alguno de sus hermanos y clínicas estéticas. Obsesionado con su imagen, practica mucho deporte y remite mensajes a sus amigos en los que también culpabiliza a España de sus desgracias. «Esto se veía venir y acabará mal», reitera en acalorados tuits a sus allegados, desvelan fuentes del centro carcelario. Sus padres no le han visitado para evitar el impacto emocional, pero sí varios de sus hermanos. Entre ellos Josep, Mireia y el eterno «delfín», Oriol. Al parecer, también ha acudido en alguna ocasión su ex mujer, Mercé Gironés.

Las pocas personas de la antigua Convergència que ahora hablan con Jordi Pujol le ven como un hombre ya de muy avanzada edad, en segundo plano y con la sensación de que «todo se derrumba». Una frase reveladora de que la impunidad del clan Pujol se ha acabado, el cerco a sus turbios negocios es absoluto y el final de una época irreversible. Según ha sabido este periódico, la familia pujolista es muy crítica con los actuales dirigentes del PDeCAT y contempla los acontecimientos entre el estupor y la tristeza. «Pero, ¿de qué campaña me hablas?», le dijo ensombrecido el propio patriarca hace unos días a un conocido empresario que la pedía su opinión sobre la antesala del 21-D. Según su entorno, Pujol no reconoce al partido que fundó y se niega a hablar sobre el espectáculo de Carles Puigdemont en Bruselas. «Él jamás jamás habría llegado a esto», insisten en su círculo, tras destacar que el patriarca siempre supo sacar un rédito inteligente de su enfrentamiento con Madrid.

El ex presidente ha cumplido 87 años, arrastra una ligera cojera en la pierna izquierda y una incipiente sordera junto a su tradicional «tic» nervioso ocular. «En general, está bien de salud, pero todo esto le ha dejado muy tocado», dicen en el entorno familiar, donde aseguran que «el clan sigue siendo una piña. Instalado en su nuevo despacho, recibe a muchas personas que él llama directamente sin pasar por secretaria, obsesionado con su etapa como president y asiste a la caída del mayor entramado de influencia en Cataluña. Indignado, pero distante e impávido ante el desfile judicial de sus hijos y, sobre todo, con el ingreso en prisión de su primogénito. «Tranquilo, Jordi, yo sé bien lo que es la cárcel», le mensajeó a su hijo mayor, en prisión preventiva desde el 25 de abril por presuntos delitos de blanqueo, fraude y evasión de capitales.

Bajo esa frase de «Siento mucho lo que está pasando», pronunciada a la salida de su despacho en la calle Calabria tras el último registro policial, personas próximas a la familia insisten en que el patriarca aún no entiende lo que sucede y defiende a sus hijos sin un atisbo de duda. Hace meses, decidió dejar su retiro, olvidar el ostracismo social y reivindicar su legado político. Empresarios, historiadores, periodistas y políticos veteranos compañeros de viaje que le han visitado coinciden en que sigue siendo un hombre vanidoso que intenta justificar sus treinta años como el dirigente más poderoso de Cataluña. Con preocupación por cómo será recordado, a todos ellos les traslada una advertencia: «La historia me hará justicia». A los seis años de su incendiaria confesión sobre las cuentas ocultas en Andorra, el ex president se deja ver algo en actos públicos para poner en valor su obra de gobierno.

Desde que ocupa su nuevo despacho, prestado por su gran amigo Antoni Vila San Juan, un millonario mecenas que vendió su empresa farmacéutica y posee hoy una de las fundaciones más importantes dedicadas al arte contemporáneo catalán, Pujol acude a diario con una disciplina germánica. «Se niega a ser un apestado social, y además no lo merece», dicen en su entorno. En este sector afirman que al patriarca le preocupa mucho había el «vía crucis» judicial de la familia, y muy poco la campaña electoral política. «Está de vuelta de todo y de todos», añaden. La actitud un tanto ausente de Pujol contrasta con la de su esposa, Marta Ferrusola, mucho más vehemente. La matriarca del clan sigue frecuentando sus locales de siempre, el mercado del Ninot, peluquería habitual y una de las confiterías cercanas a su casa. Quienes la tratan la definen «muy resentida» con los actuales dirigentes de Convergéncia. «España tiene toda la culpa», suele comentar sin tapujos. La «dona», que en su comparecencia en el Parlament hace ahora tres años aseguró vivir «con una mano delante y otra detrás», no se para en barras y lo suelta a quien quiera escucharlo: «Los Pujol somos inocentes». Ferrusola niega cualquier culpabilidad y lo atribuye todo a una «caza de brujas de España».

Denostado públicamente por el partido que él mismo fundó, criticado por aquellos que todo le deben y alejado de cualquier prerrogativa, el que fuera Molt Honorable President, a sus 87 años, soporta a duras penas la prisión de su hijo mayor, «el dinamizador» de la economía familiar como él mismo se definía. La familia sigue siendo una piña, mientras otro de los hijos, Josep, imputado al igual que sus seis hermanos, toma las riendas. Pese a los rumores, el patriarca Pujol también ha retomado relaciones con su hermana María y su cuñado, sorprendidos por aquella herencia millonaria oculta en Andorra.

Pujol sigue escribiendo sin cesar en la Asociación Serviol, una especie de página web sobre la historia de Cataluña. Lleva ya miles de folios archivados. «Tiene mucho que contar y lo hará», advierten sus leales, si bien sus críticos opinan que las memorias de Pujol «nunca serán válidas hasta que aclare sus cuentas». Pese a su edad, quienes le tratan aseguran que se mantiene en forma. Con los achaques propios de una persona mayor, camina con alguna dificultad y arrastra una ligera sordera, que le llevó a una nueva intervención auditiva hace unos meses y colocar un sonotone más moderno. «Mantiene una memoria prodigiosa», afirman próximos a la familia. Ha vuelto a frecuentar el Círculo de Economía, asiste a algunas conferencias y acude a su librería habitual para comprar prensa extranjera en inglés y alemán, idiomas que domina, y novedades editoriales de historia y novela negra, sus favoritos.

Según estas fuentes, las causas judiciales han reforzado los lazos con sus hijos, nueras y nietos, que almuerzan a menudo las judías secas, huevos fritos y butifarra preparados por la abuela Ferrusola. Pero el ingreso en prisión del primogénito, las malas nuevas sobre Oriol y la inminente sentencia del «Palau» serán un aldabonazo brutal, reconocen fuentes de la familia: «De momento, su cuerpo aguanta y el corazón sufre». Es el final de una impunidad, ya sin remedio. Frente ello, la campaña electoral le trae bastante al fresco, aunque el lamento permanece. «España tiene la culpa», es la frase acuñada por clan Pujol, muy críticos con quienes les han destrozado lo que ellos definen como «una obra histórica».