Interior
El sacrificio de las mujeres de la Guardia Civil
LA RAZÓN reúne el testimonio de cuatro guardias civiles que tienen que lidiar con los problemas del Instituto Armado para conciliar su vida familiar y el trabajo
"Más pan y menos rosas". Con este lema las mujeres de la Guardia Civil buscan reivindicar su espacio dentro de la institución. Son un total de 8.241 agentes las que forman parte del Instituto Armado. LA RAZÓN ha accedido al testimonio de cuatro de ellas. Cuentan en primera personas los problemas que han tenido y sufren en la actualidad para poder conciliar la vida laboral y personal.
Las primeras agentes accedieron al Instituto Armado hace ya 37 años cuando en 1988 se publicó el Real Decreto Ley 1/1988 que permitía a las mujeres incorporarse en igualdad de condiciones que los hombres a la institución. Los avances han permitido que la cifra ahora se ubique en un 10,45% de la plantilla. Solo el 6,63 % son oficiales y el 4,87 % suboficiales. Avances que son a todas luces aún insuficientes.
Y es que las funcionarias de este Cuerpo están a la cola de las demás instituciones del Estado como Policía Nacional o incluso el Ejército. Los motivos de este poco poder de seducción se encuentran en las "duras condiciones de trabajo" o en los "impedimentos con los que se encuentran cuando deciden formar una familia", según las fuentes consultadas por LA RAZÓN.
Las agentes subrayan que el "trabajo no se ha adaptado al sexo femenino". "Aún no existen puestos adaptados a periodos biológicos tan naturales como son los de maternidad y lactancia, encontrándose la mayoría de ellas apartadas cuando se quedan embarazadas, pues en muchos casos no saben dónde colocarlas (en el mejor de los casos) o sufren de mobbing para que se vayan ellas", denuncian.
Así, el esfuerzo de las funcionarias se ha centrado en romper ese techo de cristal y adaptar a todas las obligaciones y necesidades de la Guardia Civil pese a los problemas de la política de conciliación. "Sólo algunas afortunadas, que han contado con jefes comprensivos, han podido disfrutar plenamente de sus derechos como madre o hijas", remarcan.
Las reivindicaciones
No es un problema solo de las mujeres. Denuncian que el Instituto Armado como colectivo cuenta con las "peores condiciones laborales de todos los cuerpos policías, nacionales y autonómicos". Desde sueldos ínfimos pasando por el no reconocimiento como profesión de riesgo hasta la falta de la cobertura de las plazas que quedan vacantes.
A estos problemas se les une que la demarcación que tienen que cubrir son grandes territorios donde los núcleos de población, además de ser muy pequeños, están muy dispersos y no sólo no se cuenta con efectivos suficientes, sino que hay una importante carencia de materiales. Por ello, tienen que realizar turnos de trabajo con más horas que sus compañeros de la Policía Nacional.
Estas carencias las solucionan con la "vocación de servicio" que tienen ya que muchas de ellas han estado años luchando por su sueño de formar parte de la Guardia Civil. "Nuestra principal reivindicación es la igualdad con otros cuerpos policiales, en equiparación salarial, jubilación, asistencia a juicios, pagas extraordinarias integras que compartimos las mismas que Policía Nacional", señala a LA RAZÓN Sonia Valverde, Secretaria nacional de Igualdad de Jucil.
En lo relativo a conciliación, Valverde reivindica los mismos turnos que desempeñan otros cuerpos como el 6x6. "Trabajamos 250 horas al año más que la Policía Nacional y que las medidas de conciliación sean efectivas, no solo reguladas, si no que no tengamos problemas a la hora de utilizar nuestros derechos", afirma en una conversación con este medio.
El testimonio de las mujeres de la Guardia Civil
LA RAZÓN ha accedido al testimonio de cuatro de estas agentes de la Guardia Civil que han tenido que luchar para consolidar sus derechos. Sus historias personales reflejan el carácter de superación que tienen para enfrentarse a los problemas.
Es el caso de Encarna, madre de un chico de 19 años con autismo y una discapacidad del 75%. Totalmente dependiente. El padre del chico se desentendió y tuvo que criarlo sola. Esta agentes de la Guardia Civil estaba destinada en un pueblo de las España vaciada y solicitó el traslado a una ciudad donde pudiera cubrir las necesidades especiales de su hijo de todo tipo de terapias.
En un principio le dijeron que se pidiera una excedencia voluntaria para resolver sus problemas personales, sin tener en cuenta que esa excedencia suponía una falta de ingresos para vivir. Sin dejar de trabajar logró el traslado a un capital de provincia y estuvo trabajando durante un tiempo en el área de violencia de género, donde además de estar muy contenta, incluso la premiaron por su labor.
Sin embargo, Encarna, por la situación e su hijo, tuvo que solicitar una reducción de jornada y decidieron sacarla de esta unidad aunque podía seguir trabajando. Aceptada esta medida, en su nuevo destino, solicitó que se le ajustase el horario de trabajo al de las horas que su hijo pasa en un centro especial para conciliar. La respuesta fue que no era posible porque los compañeros con hijos estarían sufriendo discriminación.
Una guardia civil en la España vaciada
La única ayuda con la que cuenta Encarna es su madre, una mujer mayor. Cuando el chico cumpla los 23 años, y a Encarna se le acabe el periodo de conciliación, tendrá que ver que reincorporarse al horario completo sin ningún tipo de ayuda para cuidar de este hijo. Ella sólo quiere trabajar.
Otra de estas historias es la de Ana. Tiene un niño de dos años y medio y está destinada a un pueblo castellano de la España vaciada, donde por horarios es imposible conciliar vida laboral y familiar. Su marido es conductor de autobús y trabaja a turnos.
En el pueblo, la única guardería que hay tiene un horario de 8.30 a 15.00 horas por lo que se ha visto obligada a separarse de su hijo que lo están criando sus abuelos, octogenarios, en otra población, por lo que Ana se puede pasar fácilmente una larga temporada sin ver a su hijo. "Si hubiese más efectivos y los horarios fuesen de turnos 6x6 como los de la Policía Nacional, podría disfrutar de ver crecer a su niño", señalan fuentes de su entorno.
Los mismos problemas los sufre otra agente llamada también Ana, madre de tres menores, casada con un cabo de la Guardia Civil destinado a 90 km de ella, aunque pueden vivir juntos. No tiene ayuda en casa. Es la primera mujer sargento de su provincia. Ascendió más por necesidad de conciliar que de aspiraciones.
Hizo el curso de una especialidad cunado se quedó embarazada de su primer hijo en 2008. Cuando supieron de su estado, se lo pusieron muy difícil para seguir y la forzaron a dejarlo. "Me pusieron turnos de 24 horas para que me fuera voluntariamente", añade. Llegó a solicitar junto con su marido un destino y sólo se lo dieron a ella, forzoso, así que se trasladó allí con su hijo dejando a su esposo en otra comunidad.
En la academia con su hijo
Sólo pudo compaginar el trabajo y ser madre en aquel momento gracias a amigas y familiares que se trasladaban a esa localidad para ayudarla con el niño. Llegaron incluso a tener que vivir con ella. El momento cumbre fue cuando un superior llegó a saltar la verja del cuartel donde estaba destinada para comprobar si estaba cumpliendo su turno. Estaba embarazada de cinco meses.
Decidió promocionar a sargento por una cuestión de conciliación y aspiraciones. Se fue a la academia con el niño mayor que tenía de poco más de cuatro años años. De 7.00 a 19.00 dejaba al niño con una niñera en un piso que alquiló y cuando llegaba a casa de la academia atendía a su hijo y hacía las labores del hogar. Desde que hicieron la nueva ley de personal se redujeron las horas pero no se aumentó la plantilla. Debido a la falta de componentes le cambian el servicio de forma constante. No puede tener una conciliación familiar efectiva por las variaciones del cuadrante.
El último de los testimonios es el de Mila. Tuvo todas las dificultades del mundo cuando quedó embarazada de sus hijos, incluso sufrió de mobbing, que sigue ocurriendo ahora en muchas unidades. Con el primero estaba destinada en el País Vasco y se volvió a su tierra, Cataluña, para dar a luz. Una circunstancia que tiene que afrontar con la "tierra hostil" que significa esta región para muchos de los agentes de la Guardia Civil. Se separó con sus hijos muy pequeños y tuvo que recurrir a una baja psicológica durante seis meses para poder hacerse cargo de ellos. "Pagaba más a la canguro que el dinero que obtenía de sus turnos", lamenta.