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Sánchez deja al PSOE sin «barones»

El líder socialista quiere impulsar un nuevo marco de relaciones con los líderes territoriales para que no interfieran en las decisiones de su dirección, limitando su capacidad de influencia a sus federaciones

La diputada del PSOE Adriana Lastra atiende a los medios
La diputada del PSOE Adriana Lastra atiende a los medioslarazon

El líder socialista quiere impulsar un nuevo marco de relaciones con los líderes territoriales para que no interfieran en las decisiones de su dirección, limitando su capacidad de influencia a sus federaciones.

El 39 Congreso Federal del PSOE, que arranca de manera práctica hoy en Madrid, estará presidido por un clima de calma. Desde las federaciones críticas se traen las espadas envainadas. Fuentes de una importante federación señalan a LA RAZÓN que «no se va a reclamar foco en temas de partido durante un tiempo». A este perfil bajo hay que añadir un –impostado– cierre de filas con el nuevo secretario general, para evitar ser acusados de poner palos en las ruedas en la andadura de la nueva dirección. Tanto es así, que desde el entorno de la presidenta de Andalucía se deslizaba en la previa del cónclave que Susana Díaz iba a exhibir «apoyo y respeto» a las decisiones y los equipos articulados por Pedro Sánchez.

Esta pax socialista que se impulsa desde los territorios obedece, en parte, a la necesidad de abonar las condiciones para unos congresos regionales sin sobresaltos, en los que los líderes se juegan su reelección. En esta línea de actuación se encuadra que presidentes autonómicos como el castellanomanchego, Emiliano García-Page, o el valenciano, Ximo Puig, hayan declinado encabezar las delegaciones de sus federaciones para evitar entrar en confrontación durante el cónclave con algunas de las propuestas polémicas que se van a tratar, como la «plurinacionalidad».

Sin embargo, esta actitud no es correspondida por los nuevos inquilinos de Ferraz. A las gruesas palabras que Adriana Lastra les dedicó a los dirigentes, con las que les marcaba la puerta de salida si no representaban el sentir de la militancia alineada con Sánchez, se suma que la nueva dirección ha evitado respaldar públicamente a los líderes territoriales como candidatos a sus procesos internos. Todavía se desconoce si desde la línea oficial se impulsarán candidaturas alternativas, una hipótesis con la que desde Ferraz se juega al despiste.

Lo que sí es una realidad es el nuevo marco de relaciones que va a imperar entre Sánchez y los barones territoriales. Un calificativo, el de «barones» que fuentes de la dirección revelan que va a «caer en desuso». Así lo señaló el portavoz de la Ejecutiva, Óscar Puente, ayer en una entrevista en «Al Rojo Vivo» en la que anticipaba el nuevo clima que va a reinar a partir del lunes. El líder socialista ha aprendido la lección de su primera etapa al frente de la dirección socialista, en la que las injerencias de los territorios contribuyeron –según su análisis– a la «crisis de liderazgo del PSOE. Por ello, Sánchez recoge en el documento «Por una nueva socialdemocracia» que «los representantes territoriales funcionarán en el ámbito de sus respectivas competencias, apoyándose mutuamente y no compitiendo» con el secretario general.

Los «barones» siempre han sido fuentes de dolor de cabeza en el socialismo porque sus líderes han tenido interés en marcar su impronta en la política española. Así se acuñó el término «barones», para designar el poder de los líderes territoriales que trataban de influir sin disimulo en el partido, aupados por la militancia de sus federaciones, básicas para que un secretario general consiguiera mayorías holgadas en los congresos. Ningún secretario general se salvó de estos enfrentamientos. Felipe González tuvo que lidiar con Rodríguez Ibarra, el líder extremeño, que osó incluso votar en contra del sistema de financiación autonómico. No fue el único. Felipe no fue profeta en su tierra y conocidas fueron sus desavenencias con José Rodríguez de la Borbolla o Manuel Escuredo, los primeros presidentes de la Junta. Y alguno de sus ministros, como José Borrell, tuvo que morder el polvo ante José Bono, el irredento presidente manchego, que le doblegó el pulso a cuenta de las Hoces del Cabriel.

Tampoco José Luis Rodríguez Zapatero se libró de los «tiras y aflojas» con las «baronías». Nada más empezar su liderazgo al frente del partido, Zapatero tuvo que lidiar con Nicolás Redondo Terreros, hasta 2002. Ni tan siquiera pudo imponer a su sucesor, porque Patxi López no era su preferido. Cuando gana las elecciones de 2004, Zapatero quiere romper el poder de los barones incorporando a su equipo a José Bono en Defensa y a José Montilla en Industria. Sin embargo, el más sonoro de los encontronazos de Zapatero con un «barón», lo tuvo precisamente con José Montilla en el año 2006, cuando el PSC se negó a aceptar las imposiciones de Zapatero para hacer presidente de la Generalitat a Artur Mas. Tras una tumultuosa reunión en Moncloa, Montilla desobedeció al secretario general del PSOE y lideró un tripartito porque «el PSC está en la calle Nicaragua y no en Ferraz».

Rubalcaba también sufrió los rifirrafes de las baronías. Susana Díaz, entonces secretaria de organización en Andalucía, representaba su principal oposición acompañada de otros líderes como Tomás Gómez, y nunca acabó de tener una relación sosegada con el socialismo catalán. Y, Sánchez, tuvo en los barones su principal quebradero de cabeza. Julio Villarrubia, líder castellano leonés, fue víctima de un golpe de estado liderado por los partidarios de Sánchez. Galicia y, sobre todo, Madrid fueron los agujeros negros de su gestión, que acabó como el rosario de la aurora ante la rebelión de la mayoría de los líderes territoriales. Ahora, Sánchez quiere cortar por lo sano y dejar a los barones circunscritos a sus territorios.