Màxim Huerta

Sánchez, primera «match ball» salvada

Moncloa pasó de ver «solventes» las explicaciones de Huerta a propiciar su caída por la presión interna.

La bancada del Congreso de los diputados
La bancada del Congreso de los diputadoslarazon

Moncloa pasó de ver «solventes» las explicaciones de Huerta a propiciar su caída por la presión interna.

Siete días ha tardado en estallar la primera crisis en el Gobierno de Pedro Sánchez y menos de 24 horas se ha tomado el presidente para atajarla. La condena al titular de Cultura y Deporte, Màxim Huerta, por defraudar a Hacienda 218.332 euros a través de una sociedad que constituyó en 2006 cuando trabajaba como presentador de televisión acabó ayer con su breve trayectoria en el Ejecutivo. El presidente fue capaz de sortear lo que suponía un torpedo a la línea de flotación del nuevo gabinete, ya que ponía en entredicho la ejemplaridad debida y la credibilidad que se le presupone al mismo. «Un gobierno que ha alcanzado el poder a través de una moción de censura por un caso de corrupción debe tener unos estándares éticos más elevados», advertía con crudeza un dirigente socialista.

La crisis por el fraude fiscal de Huerta durante los ejercicios 2006, 2007 y 2008, desencadenada por una información de «El Confidencial», se vio agravada por la mala gestión de la noticia que se hizo desde Moncloa. El propio ministro reconoció ayer en una entrevista en «Onda Cero» que no comunicó a Sánchez su conflicto con el fisco cuando le ofreció la cartera de Cultura y Deporte porque era un asunto «privado» y que, tras conocerse la polémica, el presidente le instó a «ser transparente y seguir trabajando». «Tengo mis obligaciones tributarias al corriente», le dijo Huerta al jefe del Ejecutivo, a lo que éste respondió: «Pues hay que contarlo». Y en ello se afanó el titular de Cultura durante la mañana, con intervenciones en cascada en televisiones y radios. En eso y en mantener que no iba a dimitir. Misma tesis sostuvieron en un primer momento desde Moncloa, señalando que el cese estaba descartado y que las explicaciones eran «solventes» y «convincentes».

Sin embargo, la presión se fue intensificando. Sánchez comenzó a sondear a dirigentes y miembros de su gabinete que no veían clara la continuidad y según avanzaban los minutos la estrategia comenzó a virar. Tanto, que a primera hora de la tarde fuentes gubernamentales avanzaban a LA RAZÓN que estaban «madurando» otro desenlace. Un desenlace que finalmente llevó al ya ex ministro a abandonar el cargo. La decisión fue compartida con Sánchez. Esto fue así porque el primer impulso del Ejecutivo de sostener en el ministerio a Huerta chocaba frontalmente con la posición defendida por el propio Sánchez en el pasado ante casos similares. En 2015, el entonces líder del PSOE aseguró que «si tengo en mi dirección a un responsable político que crea una sociedad interpuesta para pagar la mitad de impuestos, esta persona al día siguiente estaría fuera de mi ejecutiva. Es mi compromiso con los votantes y los españoles». En este caso, el ahora presidente se refería al fundador de Podemos Juan Carlos Monedero y, precisamente, con esta polémica asimilaban algunos socialistas el escándalo, ya que aseguraban que aunque Huerta «se ha hecho un Monedero» el origen de los fondos del dirigente morado eran más opacos.

A pesar de que el Ejecutivo intentó contener la situación, ya frente al espejo de su propia contradicción discursiva comenzaron a imponerse las tesis que alertaban de la «extrema debilidad», casi indefensión, a la que se enfrentaría el nuevo gabinete si Huerta seguía en el cargo. «Si Pedro no le cesa, le reprobarán en el Congreso», advertía un dirigente –anticipándose a los movimientos que luego desvelaron PP y Podemos–. «Al menos que parta de nosotros la decisión», añadía, en un intento de que fuera el Gobierno el que asumiera las riendas de la situación. En este sentido, se lamentaban de que el «crédito» que el Ejecutivo había adquirido con la composición del Gabinete y con la gestión de la crisis migratoria del «Aquarius» se fuera a ver dilapidado por una polémica cuya resolución es «clara, aunque se intente dilatar». Más tajantes se mostraron en el PSOE desde el principio, señalando que no había otra salida que el cese, porque «un defraudador no puede ser ministro». A pesar de la parálisis inicial, el rápido movimiento de Sánchez, que tardó menos de 24 horas en dar salida a la crisis surgida con Màxim Huerta, generó satisfacción en el Ejecutivo. Sánchez, primera «match ball» salvada.