Política

Caracas

«Si yo hubiera organizado el golpe de Estado no estarías aquí»

Hugo Chávez posa con Aznar en su visita a La Moncloa
Hugo Chávez posa con Aznar en su visita a La Moncloalarazon

«Mi primer contacto significativo con la política venezolana tuvo lugar poco después del intento de golpe de estado cometido por Hugo Chávez en febrero de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez. Poco después de aquel primer intento fallido, visité Venezuela y me reuní con el presidente Pérez en el palacio presidencial de Miraflores. Carlos Andrés me enseñó los destrozos provocados por el golpe y hablamos de la situación política del país.

Recuerdo que me transmitió una visión muy optimista y tranquilizadora de la situación, lo cual me generó una honda inquietud. Entonces, la relación entre Venezuela y España estaba marcada por la amistad entre Pérez, que era líder del histórico partido ADECO, miembro de la Internacional Socialista, y Felipe González. González y Pérez me pidieron que interviniera ante Eduardo Fernández, líder del partido democristiano Copei. Eduardo vino a Madrid. Felipe González y yo nos reunimos con él y le pedimos que, después del llamado "caracazo"y ante la situación de tensión política y social que vivía Venezuela, hiciera lo posible para contribuir a la estabilidad.

En un ejemplo de compromiso patriótico y sacrificio personal, Eduardo aceptó y permitió que Carlos Andrés Pérez se mantuviera en el poder. El gesto le costó su carrera. Su mentor, Rafael Caldera, montó una operación para desplazarlo del liderazgo de la democracia cristiana y consiguió ser elegido presidente. Por poco tiempo.

En la cumbre iberoamericana celebrada en Isla Margarita en 1997 fui testigo de la agonía del modelo bipartito venezolano. La sensación de agotamiento que transmitió Caldera, mayor y desorientado, su ausencia y distancia de la realidad, su desgana..., todo apuntaba a un fin de régimen. Y así fue.

Poco después de aquella cumbre se produjo la llegada de Chávez al poder. El Chávez que accede a la jefatura del Estado venezolano, ya sin estrategias golpistas, era un militar carismático, una personalidad enormemente vitalista, capaz de aprovechar en beneficio propio el descrédito de los partidos clásicos y la corrupción del sistema político. Se apoyó en sus ensoñaciones bolivarianas, en el afán de recuperación de la grandeza venezolana y en su propio pragmatismo. No tenía un programa político claro ni sabía bien lo que tenía que hacer [...].

En mi primera visita a la sede presidencial de Miraflores, Chávez me llevó a un despacho muy pequeño. Trabajamos allí, mano a mano, al margen de los protocolos oficiales, durante más de tres horas [...]. Su actitud entonces parecía abierta, dispuesta a colaborar y ayudar a España en la lucha contra ETA. Pero yo no me quedé tranquilo [...].

En la cumbre de 2000, Chávez incluso dejó solo a Castro, y de hecho ése fue el último viaje internacional del dictador cubano.

Con el tiempo, sin embargo, su actitud fue cambiando. Creo que la influencia del régimen cubano y de los sectores comunistas venezolanos que le auparon al poder fue decantándole hacia posiciones cada vez más beligerantes y radicales [...].

"Tú tienes que elegir", le dije en alguna ocasión. Chávez optó por una estrategia de movilización popular y encontró un marco teórico y doctrinal aparentemente nuevo en el que enmarcar su política y su persona: el llamado socialismo del siglo XXI [...].

El hecho determinante que empuja definitivamente a Chávez a decantarse por la opción revolucionaria de raíz comunista y aliento cubano es el golpe de estado frustrado del 11 de abril de 2002. Ahí es donde Chávez escoge. Atribuye la intentona a España y Estados Unidos, y se erige en líder de una revolución bolivariana que ha tenido consecuencias nefastas para Venezuela en términos democráticos, institucionales, económicos y sociales.

Por supuesto, es rotunda y absolutamente falso que España tuviera algo que ver en el intento de golpe de Estado en Venezuela. Yo mismo me encargué de decírselo personalmente a Chávez, cenando una noche en el restaurante La Rosa Náutica, de Lima, con motivo de la cumbre iberoamericana de la que el presidente peruano Alejandro Toledo era anfitrión. Hablamos claro. Muy claro. Le dije que estaba harto de sus acusaciones, e incluso fui un poco más lejos: "Mira, Hugo, si yo hubiera querido dar el golpe y lo hubiera organizado, te aseguro que tú ahora no estabas aquí".

La historia había sido incluso más enrevesada de lo que la imaginación de algunos ha querido creer y difundir. Nosotros no habíamos recibido ningún dato o información que apuntara a la preparación de un golpe de estado en Venezuela.

Cuando se produjo el golpe, recibí una llamada de Cuba. El Gobierno cubano me pedía que organizara un convoy para sacar a Chávez de Caracas y que lo trajera a España. No sólo eso. Los amigos castristas de Chávez también querían que interviniésemos para garantizar la seguridad de la Embajada de Cuba en Caracas y que la Embajada de España asumiera sus funciones de protección de los cubanos en el país. Daban por supuesto que el golpe iba a triunfar y que las relaciones con La Habana se iban a romper.

Mi respuesta a los cubanos fue tajante: yo no iba a sacar a Chávez de Venezuela. Primero, porque nunca lo haría a petición de un tercero; y, segundo, porque si accedía y sacaba a Chávez de Venezuela, me acusarían de formar parte del golpe, y yo no estaba dispuesto a que eso ocurriera. Les dije que si querían sacar a Chávez de Venezuela, lo sacaran ellos.

Otra cosa es que me preocupara la seguridad personal de Chávez –que, al parecer, había sucumbido al pánico–, y eso también lo dejé claro. Después de la llamada de Cuba, recibí otra, esta vez de Eduardo Fernández desde el propio Palacio de Miraflores. Fernández me pasó con el presidente de la llamada Junta Cívico-Militar, Pedro Carmona, al que expresamente pedí garantías para Chávez y respeto a la legalidad. No pensaba que el presidente, entonces depuesto, fuera a ser objeto de violencia o maltrato, pero creí que mi obligación era decirlo [...].

Las personas que se habían hecho cargo del poder no supieron manejar la situación y el golpe fracasó. Lo cual me ha llevado muchas veces a la siguiente reflexión: si desde España hubiéramos accedido a la petición cubana, es mucho más probable que el golpe hubiera triunfado y que Chávez hubiera muerto en el exilio. De ahí que siempre me resultara paradójica y absurda la acusación de haber intentado derrocarle. No sólo no lo hice, sino que involuntariamente contribuí a mantenerle en el poder. Todo esto no impidió que Miguel Ángel Moratinos, el ministro socialista español de Asuntos Exteriores, años después me acusase públicamente en televisión de haber organizado el golpe.

En todo caso, el golpe fallido fue un punto de inflexión en la vida de Chávez y en su relación con España y mi Gobierno. A partir de aquel episodio, su violencia verbal contra nosotros se dispara y su disposición a cooperar, por ejemplo en la lucha contra el terrorismo, se esfuma. La consecuencia fue que Venezuela se convirtió en el nuevo refugio de terroristas de ETA en América Latina.

En la Cumbre de Panamá del año 2000 habíamos conseguido arrancar de la comunidad iberoamericana un compromiso muy importante de cooperación contra el terrorismo. Castro no había querido firmar la declaración especial de condena de ETA. Había exigido que se hablara del "terrorismo"que, según su criterio, Estados Unidos practicaba contra su régimen. Nadie le siguió, y Castro se quedó solo en la que resultó ser su última salida de Cuba. Recuerdo la brillante intervención del presidente de El Salvador, Paco Flores, en defensa de la declaración, y también la conversación que mantuve con Chávez para pedirle que no la obstaculizara. Se comprometió a no hacerlo y cumplió. Sin embargo, de la retórica a los hechos se abrió luego un abismo. El mismo abismo del que los venezolanos, con gran coraje y espíritu cívico, intentan salir tras la muerte de Chávez y el fracaso del socialismo del siglo XXI».