Opinión

Teoría del desorden

Pronto entenderemos que todo lo que está haciendo el presidente del Gobierno por continuar en el poder es apenas pan para hoy

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, durante una sesión de control al Gobierno en el Congreso de los DiputadosAlberto R. RoldánLa Razón

Decía Maquiavelo que «quien tolera el desorden para evitar la guerra, tiene primero el desorden y después la guerra». Sentencia lapidaria, como casi todas las del ilustre politólogo, que bien se la podría aplicar Sánchez con relación a la política española. Si obviamos lo de «la guerra», o lo interpretamos en el sentido de conflicto, pronto entenderemos que todo lo que está haciendo el presidente del Gobierno por continuar en el poder, pese a sus malos resultados electorales, es apenas pan para hoy. Porque podrá ganar la Mesa, si es que la gana, o el «Frankenstein-plus» arrastrándose ante Puigdemont, si es que lo logra. Podrá conservar la Moncloa pero será a cambio de permitir un desorden mayor que el de la legislatura anterior, que ya fue récord.

Olvidemos incluso la famosa retahíla de promesas incumplidas. Centrándonos en el «nunca es nunca» que le espetó a ERC sobre la sedición, vemos que se quedó en nada cuando Junqueras relató, triunfante, que «el delito de sedición se deroga, se suprime, desaparece, se desintegra, se pulveriza, no existe, no existirá», riéndose sin parar del «nunca-es-nunca» pedriano y de su enmarcada frase: «No gobernaré con los independentistas». También dijo que traería a Puigdemont a España, lo que va a ser verdad, sólo que no vendrá como el reo golpista que es sino como un torero, por la puerta grande, a hombros del separatismo, en plan Tarradellas, como un exiliado político, riéndose a mandíbula partida, mofándose de España y de su Justicia y de su Gobierno, choteándose de todos nosotros porque ha vivido como un marqués en Waterloo con el dinero del presupuesto del Estado, huyó de la Justicia sin que eso le acarree mayor condena, y ahora es el rey del Frankesnstein-dos gracias a que Sánchez lo permite. Esa es la normalidad de la que se jacta nuestra primera autoridad. La normalidad de claudicar, de indultar primero, de derogar la sedición después, de eximir de la malversación también. Y de agrandar la leyenda del huido, en aras a la falsedad de esa presunta normalidad. En realidad, no se normaliza nada. Se alimenta a la bestia. Se agranda el desorden. La convivencia mejoró cuando se les condenó, en ningún caso porque Sánchez les esté dando cuanto piden. Cediendo ante ellos las cosas volverán a empeorar, más tarde o más temprano, pues no van a dejar de pedir la amnistía, el referéndum y la independencia. Se mofa el desertor de la propuesta de acceder a que el catalán sea lengua oficial en Europa. Ese es un acuerdo viejuno, tomado hace un año en la Mesa del Gobierno con ERC, que no se tragan ni Aragonés no Junqueras ni Marta Rovira. Lo que ofrece Yolanda es que se hable catalán, gallego y eukera en el Congreso. Solo que eso es caza menor para Puigdemont. Música agostera, dado que lo que quiere y remarca es: uno) que vayan a Waterloo a negociar; dos, que arreglen lo de la amnistía como quieran, pero que lo arreglen; y tres, que firmen por escrito la convocatoria el referéndum sobre el derecho a decidir, no una consulta menor sobre el estatut. Más engañabobos, no. Para eso ya estaba Revilla.

Hueso duro de roer. Y de tragar, porque «Puigdi» plantea un paso más en la teoría del desorden, que nos lleva inevitablemente al conflicto. Desorden+desorden igual a colapso, a pelea, a conflagración. Igual a reconocer que somos un país de pandereta y que el huido tenía razón cuando decía en Bruselas que España es una democracia de tercera. En una nación sería, con Puigdemont no se hablaría sin que pase antes por la cárcel. Pero eso es demasiado pedir a Sánchez, a Patxi López y a Francina Armengol, cuyo logro más visible en Baleares fue el de tapar el escándalo de la menores prostituidas. Eso y lo de exigir que para ejercer la medicina lo más importante sea el catalán. Francina, gran fichaje.