Familia

Creídas por decreto

Opinión

Yo tengo una hija y quiero lo mejor para ella. Y no quiero que le regalen cositas sin trabajárselas porque la pobre mía no sabe bien lo que le conviene, ni la quiero parando los pies y ofendida de antemano ante
Yo tengo una hija y quiero lo mejor para ella. Y no quiero que le regalen cositas sin trabajárselas porque la pobre mía no sabe bien lo que le conviene, ni la quiero parando los pies y ofendida de antemano anteEFE

Yo era una chica muy joven cuando supe de un tipo al que se le había ido la mano con su mujer. Al parecer le daba bofetadas y patadas igual que repartía menús en el bar, como cosa tan cotidiana y frecuente que la volvía indigna de mención. Pero aquella vez se excedió y la mujer, Charo, acabó en el hospital.

Me acuerdo que yo miraba al individuo desde la acera, poniendo copas a sus parroquianos, y yo era una adolescente apenas pero sentía una cólera fría y muy incómoda, de esas que te da asco hasta que te entre por el cuerpo y te lo llene de algo siniestro. El tío era jovial y muy bueno para estar en la barra de un bar: bromeaba mucho, tenía conversación y era el típico guapo que no es tan guapo como para incomodar y caerle mal a los hombres, cosa que en aquella época al menos se daba.

Pero a Charo le daba mala vida, y eso lo sabían todos los adultos y lo comentaban como si Charo fuera de malas digestiones o torpe en el andar: una cosa suya, suya, no del otro, y una cosa que le hacía la vida un poco más coñazo, nada en particular.

Lo máximo en tono censura que yo escuché al respecto lo dijo uno, que se sentiría muy abierto de miras y todo al afirmar que “no está bonito darle una paliza a una mujer”. De bofetadas, de tirones de pelo, de cosas más pequeñas, por no hablar de darle mala vida y amargura, de eso, no mencionó nada.

Luego yo me fui haciendo mujer y fui ensamblando piezas y había tela de Charos por ahí. Charos con la piel marcada o Charos que siempre parecían estar enjugándose los ojos y Charos que arrastraban los pies por las calles, como condenadas, porque eso es lo que eran. Tu vida, tu única vida, sentenciada a ser vivida entre miedos y lágrimas porque eres una mujer.

Cuando pienso en esas mujeres de entonces, que veían una “suerte” que el marido no las atizara, que diera el dinero, que no se cogiera cogorzas en el bar y que se fuera de putas con cierto decoro, comprendo que haya que reivindicar un día como este en el que, aunque ya no pase como antes ni de lejos, las mujeres no vamos por la vida atemorizadas, nos divorciamos y tenemos muchísimas opciones ante una situación así, demuestra que el maltrato fue el pan de cada día de forma cultural y que no ha muerto, es más, nos los están importando con suma eficiencia.

Pero, la verdad, cuando pienso en este día y en esas descerebradas de pelo morado, que van en tetas a protestarle a un concejal de derechas porque en el consistorio hay más hombres que mujeres, pero no se les ve ni uno de esos pelos morados cuando una manada no española viola a una chica, cuando pienso que hay tías llenándose el bolsillo diciendo que se sienten agredidas porque las miran (no porque la acosan, le sueltan brutalidades o las intentan tocar), que ellas no pisan la calle sin temblar de arriba a abajo, y cuando pienso que hay todo un movimiento dedicando su miserable vida a crear una generación de mujeres por un lado inútiles, necesitadas de tutela hasta para elegir estudios o el color de la ropa que ponerse, y por otro resentidas, agraviadas por anticipado, perdonándole la vida a los hombres que se cruzan, como si ellos tuvieran que abrirle paso y abrirse ellos en canal para compensar lo que hicieron los bestias que compartían sus cromosomas, pues la verdad es que dudo.

Yo tengo una hija y quiero lo mejor para ella. Y no quiero que le regalen cositas sin trabajárselas porque la pobre mía no sabe bien lo que le conviene, ni la quiero parando los pies y ofendida de antemano ante los hombres. La quiero decidiendo por sí misma y asumiendo la responsabilidad de lo que ha hecho ella, sin tener que tirar de un hombre para justificar sus propios actos.

Y tengo un hijo y quiero lo mejor para él, y tampoco quiero que para mirar -MIRAR- a una mujer tenga que poco más o menos pedir permiso y disculparse, que tenga relaciones consentidas y al otro día ella se rebote y pueda arruinarle la vida porque él no hizo exactamente lo que a ella se le plantó en el papo, ni que acabe solo porque se asquee de este ridículo combate en el que hay tantos intereses que vivan los hombres y mujeres.

El otro día leí que el “hermana, yo te creo” DEBE pasar irrevocablemente a ser “hermana, el Estado te cree”. Como si ser mujer diera patente de corso, como si que te autoricen legalmente a volverte una tirana omnipotente fuera igualdad.

Y, sabéis, cuando leí eso, volvió a recorrerme la cólera fría y repulsiva de aquella primera vez que vi a un hijo de perra de cerca. Porque es la misma mierda, la misma soberbia, la misma aberración y porque en vez de erradicar el maltrato, ese tipo de mensaje lo está alimentando, pero para colmo, con el cinismo impostado de “te estamos defendiendo”.

Pues seguid alimentando a la bestia, a ver si os devora en tanto nos soltáis embustes a troche y moche, dejáis que los violadores vuelvan a la calle en dos días y ofendéis el nombre de cada Charo que sí sufrió lo que vosotras jamás habéis sufrido, mientras la utilizáis para vuestra podrida causa.

YO NO OS CREO.