Turismo
Este es el increíble pueblo de Galicia en el que Cantábrico y el Atlántico se dan la mano
Antiguo paso de barqueros, enclave marinero y mirador natural, este rincón de la costa norte gallega sigue siendo uno de los secretos mejor guardados de España
Cuentan las leyendas que las rías gallegas son las huellas de los dedos de Dios, marcadas en la tierra cuando el Creador apoyó la mano para descansar tras moldear el mundo. Cuentan también que, si uno sigue el contorno de la costa, de sur a norte, de Vigo a Ribadeo, se topará con lugares donde el mar parece un espejo del cielo. Uno de ellos es O Barqueiro, un diminuto pueblo marinero donde el océano Atlántico y el mar Cantábrico se funden en una única mirada.
Situado en el municipio coruñés de Mañón, O Barqueiro vive al abrigo de la ría del mismo nombre, la más pequeña del litoral gallego, pero también una de las más singulares.
Aquí desemboca el río Sor, aquí comienza el viaje de las aves migratorias sobre Estaca de Bares, y aquí también se esconde uno de los pueblos más pintorescos de la costa norte: un puñado de casas blancas que se descuelgan por la ladera hasta tocar el agua.
Un puente, un nombre y una historia
El nombre del pueblo no es casual: O Barqueiro debe su identidad a los barqueros que, durante siglos, cruzaban el río Sor transportando personas, animales y mercancías entre las dos orillas, conectando las provincias de Lugo y A Coruña. Todo cambió en 1901, cuando se construyó el primer puente de hierro sobre la ría.
Pintado de verde esmeralda, con vigas curvas y elegantes, el viejo puente de O Barqueiro se convirtió en un símbolo del lugar y en uno de los ejemplos más representativos de la ingeniería civil gallega de comienzos del siglo XX.
Durante décadas fue el paso obligado de vecinos y comerciantes, hasta que otros dos puentes, uno ferroviario y otro para vehículos, tomaron el relevo. Pero el viejo puente, lejos de caer en el olvido, fue rehabilitado en 2006 y hoy es un itinerario para senderistas y cicloturistas, que disfrutan de las mejores vistas de la ría a pie o sobre dos ruedas.
Puerto con alma marinera
El alma de O Barqueiro, sin embargo, no está en sus puentes ni en su pasado, sino en su puerto, un pequeño embarcadero donde aún se vive al ritmo de las mareas. La pesca sigue siendo la actividad esencial de este pueblo, y las primeras luces del día encuentran el muelle lleno de vida: motores que ronronean, cajas de pescado fresco, redes tendidas al sol y conversaciones que parecen repetirse desde hace siglos.
El puerto está rodeado de casas encaladas, cuyas fachadas parecen mirar al mar con la misma melancolía que los viejos marineros. Desde allí se puede recorrer a pie buena parte del litoral, cruzar el puente centenario y llegar hasta la playa de Arealonga, en Vicedo, un arenal tranquilo y familiar unido a O Barqueiro por un sendero litoral que bordea la ría y sus curvas.
Un entorno privilegiado
Su entorno natural es otro de los atractivos de este rincón gallego. Muy cerca del núcleo urbano se encuentra el cabo de Estaca de Bares, el punto más septentrional de la península ibérica. Allí, donde los vientos se cruzan y los acantilados caen a pico sobre el mar, las aves migratorias encuentran un paso natural entre continentes.
De hecho, más de 280.000 aves son contabilizadas cada año en este punto estratégico, lo que convierte a la zona en uno de los mejores observatorios ornitológicos de Europa occidental.
Las rutas de senderismo que parten desde el propio pueblo o desde Estaca de Bares permiten descubrir una Galicia más salvaje, menos domesticada, con paisajes que van desde los bosques de ribera del Sor hasta los picos rocosos que delimitan la frontera invisible entre Atlántico y Cantábrico.
Verano en O Barqueiro
Este verano de 2025, con la costa norte cada vez más valorada por quienes buscan destinos tranquilos, O Barqueiro sigue siendo una apuesta segura para sumergirse en un enclave con historia, tradición marinera y naturaleza. Un pueblo donde los barqueros dejaron su huella y donde el tiempo, como la marea, parece ir y venir sin demasiada prisa.
A fin de cuentas, hay quien descubre este lugar por casualidad y hay quien vuelve cada año, atrapado por su luz, su mar y sus caminos.