Gastronomía
Casa Rafa, Patrimonio Nacional
Una marisquería de caché en el barrio del Retiro madrileño que, con mucho más de medio siglo en su saga, tiene la virtud de no haber bajado el listón
Uno se pregunta por qué los críticos gastronómicos o los inspectores de los neumáticos no dedican un minuto de su aparente talento en reseñar casas de comidas que son infalibles, impecables y verdaderas canteras de felicidad. Parece que la excelencia del producto, las maneras educadas y suaves en el servicio de sala puntúan poco frente a las mesas rugosas sin mantel y los camareros que tan pronto te tutean que te exhiben toda su antología de tatuajes. Y como este país es cada vez más adanista y se ha encomendado a la tabla rasa de la historia, apetece darse un homenaje de calidad y excelencia en Casa Rafa. Lugar de peregrinación para quienes buscamos el refugio del estómago y la atención del gesto cómplice. Parece que aquí siempre sale el sol. Una marisquería de caché en el barrio del Retiro madrileño que con mucho más de medio siglo en su saga tiene la virtud de no haber bajado el listón.
Es tan memorable su ensaladilla rusa, que en la capital se hacen apuestas permanentes a ver quién la supera: su combinación de patata y verdura fresca con una elegante y sabrosa mahonesa alivia de cualquier rastro de desazón. Especialmente si la tomamos en la barra, considerada uno de los mostradores más lujuriosos de la gastronomía patria. Verdadera palestra de socialización, foro discreto de idas y venidas, siempre atendido por camareros con título de catedráticos de barra. Porque ese impecable servicio de la calle Narváez debería estar protegido con la categoría de Patrimonio Nacional. Hoy están El Museo del Prado y Casa Rafa.
Y, para la fiesta, un salpicón de alta escuela frente a la bazofia del aprovechamiento habitual, unas delicias de merluza tan sutiles que se deshacen con mirarlas. O un steak tartar cortado con la precisión de un cirujano japonés, sin olvidar el marisco de calibre y una casquería señorial. Enumerar los guiños cañís de este templo de buena vida hoy es confiar en las auténticas ínsulas a las que ir para lo que siempre se ha ido a un restaurante: a conspirar, a hacer negocios o directamente al noble arte de ligar.
Cuando muchos exégetas de las redes sociales se asombran de las chaquetillas impolutas de los camareros y de que sea el sitio al que íbamos con nuestros padres, deben pensar que los blogs acabarán en la memoria líquida de la nada. Mientras, otros disfrutamos del tiempo detenido y cuajado de Casa Rafa.
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