Amilibia
Marlaska y Ábalos eran Blancanieves y nosotros los siete enanitos confinados
La borrasca Filomena nos recordó la novela de Torrente Ballester «Filomeno, a mi pesar». Eran, son, las memorias de un señorito descolocado. Marlaska y Ábalos, que aparecieron en la tele para contarnos con aires de funeral lo que ya sabíamos, eran señoritos algo descolocados: lo más molar que podían decirnos desde su dolor contenido era que el temporal era peor de lo esperado; que habían movilizado todo lo que se podía movilizar, pero había sido (¿es?) insuficiente; que tratarían de que se volviera a la normalidad lo antes posible, aunque todo dependería de las condiciones meteorológicas. Se vieron sorprendidos pese a la previsión, algo nada sorprendente en este Gobierno pasmoso, y nos lo contaban sobrecogidos y desconcertados. Apenados, con ganas de decir «lo siento» sin decirlo y de cantar a dúo «Resistiré». Daban ganas de enviarles una bufanda, pobres. Después de insistir en lo que conocíamos solo les quedaba expresar los agradecimientos tradicionales a todos los movilizados, también muy conocidos, y los consejos habituales que mejor manejan: niños, no salgáis de casa, no voléis, no toméis un tren, no cojáis el coche, sed responsables. «Lo importante (decía Marlaska con ganas de castigarnos sin postre si desobedecíamos) es que sigamos los consejos de las autoridades competentes».
Por esta plaza muchos creen que autoridades competentes es oxímoron. Ingratos: salieron a dar la cara enmascarada para mostrarnos su preocupación máxima y su buena disposición hasta para echar sus abrigos al suelo y así evitar que resbalemos los viejos. Algún periodista malvado les preguntó por la autocrítica. Ahí no les pillan. Es la especialidad de la casa sanchista: no es el momento, ahora importa remar todos juntos, soltó Ábalos. Le habría quedado mejor esquiar todos juntos, pero no estaba la cosa para detalles pijos. Menos mal que no se les ocurrió decir lo de «año de nieves, año de bienes». En un instante de lucidez les debió parecer que sonaba a coña. Eran Blancanieves en el cuento eterno y nosotros los siete enanitos helados ante el confinamiento por otros medios y sus nuevas incertidumbres. Solo faltaba que apareciera en la tele el presi para preguntarse, como la madrastra, si había en el Reino otro más bello que Él. Cómo nos gusta que nos cuenten cuentos. Y lo saben.
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