Casa Real Británica
¿Coquetería o tradición? William no lucirá piernas
El príncipe de Gales ha claudicado en las rígidas normas de la Corona y decide prescindir de la tradicional falda escocesa
El príncipe William de Inglaterra no quiere llevar faldas. Bueno, matizo: en realidad lo que parece que no quiere llevar es la falda típica escocesa, que su padre y su abuelo sí han lucido en multitud de ocasiones. Desconozco si con el resto de faldas tiene alguna manía en concreto. Acabo de descubrir, sigo que me lío, que se llama «kilt». Y que, para la realeza británica, es un símbolo tradicional. Los hombres de la familia real la han utilizado cada vez que han llegado a Escocia desde que lo hiciese por primera vez Jorge IV. Desde ese momento se convirtió en una tradición familiar que llega hasta nuestros tiempos y que, ahora, parece correr peligro: la última vez que se vio a William con la faldita dichosa tenía diez años y, muy probablemente, algún adulto le había obligado a ello, sospecho. Ni siquiera en su graduación hizo uso de la prenda. Es más, en ninguna de las ocasiones en las que, debido a esa tradición y las rígidas normas de la Corona, los hombres deben llevarla, el príncipe de Gales ha claudicado. Él se ha plantado unos pantalones y ancha es Castilla. O la Gran Bretaña, lo que sea. Yo le entiendo, a mí tampoco me gustan los cuadros escoceses. Me da la sensación de que todo es un mantel de camping o una mantita de esas de ver peli y comer chocolate.
Pero me gusta pensar que a William lo que le pasa es que no le gustan sus piernas. Lo de las piernas es que es un drama, porque como tengas los tobillos gordos eso no lo arregla nada, ni la bota de caña alta. El tobillo grueso, elefantiásico, se intuye hasta tapado: la gente con tobillo gorderas tiene cara de tener tobillo gorderas. Y el hermano mayor de Harry tiene cara de ser de esos. Y de ser de jamonazos, también. Porque hay piernas y piernas. Y una pierna de muslo grueso y tobillo de columna jónica, todo junto y a la vez, no es para falda escocesa. Ni escocesa ni de ninguna clase. Larga hasta pisártela, quizás. Pero no menos.
Así que en mi cabeza William lo que está librando es, en la suya, una batalla a muerte entre su coquetería y la tradición real. Y claro, gana la coquetería. Porque por mucha tradición que sea tú no puedes salir a la calle como si no tuvieras espejos. Que va a parecer una mesa camilla en lugar de un príncipe heredero, por Dios. Que eso no se lo merece nadie. Que luego eso sale en las portadas de todas las revistas del mundo entero y estás tú ahí, con tu calvicie y tus piernacas al aire. Y por mucho menos pueden caer imperios. Así que yo estoy muy a favor de que el primogénito de Carlos III se ventile la tradición real y familiar y ancestral. Da lo mismo. Fuera.
Lo que sí creo es que no debe precipitarse. También es tradición en su familia que el monarca muera viejísimo, tan viejo que el heredero haya casi desfallecido, siendo príncipe heredero de Inglaterra como en España se es joven promesa: para siempre e independientemente de que tengas setenta, entradas, con nietos y estés casado en segundas nupcias. Así que, Guillermo, atiende, tú no digas nada. Sigue poniéndote tus pantalones y haciéndote el rebelde. Y tu padre que siga con la tradición, con su falda y sus cosas. Y ya cuando reines, dentro de, no sé, treinta años, pues dices de cambiar las cortinas, los colchones y, si eso, lo de la falda escocesa. Como quien no quiere la cosa.
Para entonces seguro que ya tu hermano la ha liado otra vez –nuevo libro, serie, entrevista... dios mediante– y lo tuyo parecerá peccata minuta. Y luego, eso sí, cruza los dedos. Que a saber qué será lo que se les pueda ocurrir querer cargarse a tus hijos cuando les toque. Las tradiciones es lo que tienen. Mientras se han realizado estas actualizaciones, parece que Harry de Inglaterra sigue yendo por libre. Hace unos días aterrizaba en Tokio y fue visto en el aeropuerto de Haneda vestido de manera informal con una gorra en color gris con el logotipo de su fundación Archewell y acompañado por su gran amigo, el polista argentino Nacho Figueras. El motivo de su presencia en Asia es el próximo partido de polo en Singapur que tendrá lugar este sábado para recaudar fondos para su organización benéfica Sentebale, que ayuda a jóvenes africanos enfermos de sida. Lo suyo, y es encomiable, es seguir el ejemplo de su madre, Diana de Gales. Él es el que está claro que ya está fuera de cumplir, quiera o no, con las tradiciones familiares.
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