Relato
La ladrona de joyas Wallis Simpson
El libro titulado «The King’s Loot» de Richard Wallace da a entender que el robo fue un «trabajo interno» y no como nos hicieron creer
Nadie dijo que pertenecer a una familia real te asegurara una vida llena de excesos y lujos. Por eso no es de extrañar que cuando Eduardo VIII y su esposa Wallis Simpson fueron víctimas de un robo extraordinario de joyas en 1946, quedaran en estado de shock... o eso dicen, ya que según un nuevo libro titulado «The King’s Loot» de Richard Wallace da a entender que el robo fue un «trabajo interno».
Cuando el robo se perpetró, los entonces duques de Winsor se encontraban de viaje a Gran Bretaña desde su casa en Francia y se alojaban en Ednam Lodge, la casa de campo en Berkshire propiedad de los condes de Dudley. Wallis no viajaba ligera de equipaje ya que según dejó escrito la condesa en su autobiografía, los baúles contenían «una gran cantidad de esmeraldas en bruto, que creo que pertenecían a la reina Alejandra». Dado el valor del contenido, la condesa le rogó a Simpson que guardara las joyas en la cámara acorazada, pero ella se negó argumentando que prefería tenerlas cerca. Días después, los Windsor viajaron a Londres para cenar en el Claridge’s con los Dudley. Y, mientras estaban fuera, los baúles de Simpson fueron sustraídos. Scotland Yard recibió la orden de investigar el robo, pero al poco tiempo la Policía comprobó que las pruebas no cuadraban: los sirvientes no detectaron nada anormal , los perros no ladraron alertando de la presencia de intrusos y los ladrones sabían perfectamente a dónde ir. ¿Coincidencia? No parece.
Poco después se supo que los perros estaban paseando con la criada principal cuando se produjo el asalto, algo aún más sospechoso, ya que ella normalmente ella estaba presente a la hora de la cena.
Un asalto perfecto en el que los ladrones se llevaron todo, menos el broche que Simpson lució en la cena: una pieza de rubí y zafiro de Cartier, con las iniciales entrelazadas de «E» y «W», que el duque de Windsor le había regalado a su esposa durante la crisis de la abdicación. Otro era un broche que Cartier había entregado esa misma mañana, un ave del paraíso de zafiros y diamantes de 65 quilates, que, no se sabe por qué razón, estaba escondido debajo de un jarrón en la habitación.
¿Qué se llevaron entonces los ladrones? La mayoría de los historiadores coinciden en que se robaron diez piezas importantes que nunca se encontraron, y cuyo valor entonces era de unos 17 millones de libras al cambio actual. Pero, ¿por qué el duque confesó a la prensa que la pérdida solo ascendía a 20.000 libras? Un comportamiento evasivo que sirvió para que sus detractores pensaran que los duques de Windsor eran cómplices de su propio robo. Un rumor que a día de hoy sigue difundiéndose. Leslie Field, autora de «The Queen ’s Jewels: The Personal Collection of Elizabeth II (Las joyas de la reina: la colección personal de Isabel II) sigue pensando que «la duquesa de Windsor defraudó a las aseguradoras exagerando el número y la identificación de las joyas que se habían vendido». «Al menos 30 objetos que ella nombró como robados aparecieron en el catálogo de Sotheby’s en Ginebra en abril de 1987 y se vendieron a precios elevados». Field apoya la tesis de que las joyas estuvieron siempre en una caja fuerte en París y que los royals tan solo querían cobrar el seguro.
✕
Accede a tu cuenta para comentar