Leyenda urbana
La reina Camilla, entre gin tonic y cigarrillos: ¿una imagen real?
Siempre se ha dado por hecho que a la mujer del rey Carlos III le gusta tener una bebida en su mano. Se hablaba de ginebra. Su hijo confiesa qué licor le gusta
La reina Camilla ha ido ganando cada vez más popularidad en el Reino Unido. O, mejor dicho, una mejor popularidad. Y es que su nombre lleva sonando con fuerza desde hace muchas décadas, aunque casi siempre asociado a la polémica, a escándalos amorosos o incluso rumores desagradables a los que debía hacer frente guardando silencio y dejando pasar. Ahora, como consorte del rey Carlos III de Inglaterra tiene más poder y puede ajustar cuentas con el pasado, reescribiendo la historia y, sobre todo, cambiando la percepción que su pueblo tiene de ella. En muchos puntos lo ha conseguido, en otros lo tiene aún complicado.
Al asumir más responsabilidad en las tareas de representación de la corona por el cáncer de su marido y el de su nuera, Kate Middleton, ha ganado muchos más adeptos. Pero también están aquellos que siguen dando por cierto rumores que le han perseguido durante toda su vida. Como aquellos que ponen el foco en el interior de sus vasos, en esos en los que se comenta que abundan el alcohol. Pero se habla de un licor en concreto por el que ella se siente muy inclinada o eso es lo que se creía de siempre, hasta que su hijo, Tom Parker Bowles, lo ha matizado.
El hijo de la reina Camilla habla como nunca de su familia
Tom Parker Bowles es conocido por muchos por ser el hijastro del rey Carlos III de Inglaterra. Pero también se ha ganado un buen nombre como crítico gastronómico, con varios libros sacados al mercado y muchas recetas y consejos culinarios que compartir con el mundo. Sobre esto ha hablado en el podcast ‘White Wine Question Time’ de Kate Thornton, pero ha terminado también dando jugosos titulares sobre la familia real británica. También de su juventud, sus propios traspiés profesionales y personales o cómo le ha influido su madre.
En la conversación ha querido despejar un misterio, aunque todos lo daban por hecho y no les cabía dudas. Se trata de la leyenda urbana que convierte a la reina Camilla en una experta en ginebra, además de una amante del cigarrillo. Aunque todos se la imaginen nítidamente en palacio con un gin tonic en una mano y un piti en la otra, Tom sentencia que “mi madre no bebe ginebra. Nunca la he visto hacerlo. Y dejó de fumar hace veinte años o quizá treinta”. Aun así, hay imágenes en las que sí se la ve bebiendo otros embriagadores licores: “Le gusta el vino tinto, pero lo bebe con mucha moderación. Su límite suele ser un vaso y medio”.
Tom Parker Bowles define a su madre como “la misma de siempre. Cuando nos vemos, comemos juntos, charlamos, compartimos cotilleos. Nuestra relación no ha cambiado en absoluto”. También quiere destacar en su entrevista que él se ha labrado su porvenir por sí mismo: “Mi madre no me facilitó el camino, pero me dio algo mucho más valioso: la oportunidad de buscar quién soy”, reconoce. Y es que entiende que sus apellidos y su entorno aristócrata le colocan en una posición privilegiada, pero no quizá para un crítico gastronómico, un mundillo en el que se ha desarrollado, según dice, sin ayuda de su influyente familia.
Tom Parker Bowles siempre ha sido muy discreto en sus declaraciones públicas. Trata de no dificultarle la tarea a los miembros de la familia real, especialmente por no ofender con un desliz. Pero en lo personal, al hablar de la reina Camilla en su faceta como madre, no tiene reparos. Sobre todo si es para echarle flores y, de paso, subrayar que él no ha tenido “un fondo fiduciario, y menos mal, creo que estaría muerto si lo hubiera tenido. Tuve que trabajar como cualquiera. No hubo privilegios ni cheques en blanco”.
Esto le hizo aceptar trabajo con condiciones poco aceptables, pero necesarios para asegurar su formación. Incluso recuerda aquel más privilegiado y cómodo en el que terminó siendo despedido. Se le encomendó la tarea de relaciones públicas y acompañar a celebrities a festivales como Cannes, por ejemplo. No se le dio muy bien: “No era el trabajo más duro del mundo, pero siempre llegaba tarde. Me despidieron”. No era su vocación, no le llamaba y no suponía un reto para él. Sí la gastronomía, convirtiéndose en un experto crítico culinario con un paladar temido por algunos, pero cuyo consejo siguen muchos otros fielmente.