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Irina Viner, el incierto futuro de la entrenadora esposa de oligarca ruso

La llaman la zarina rusa del deporte desde que tomó el equipo nacional en 1992. Su extrema dureza es su mejor su arma

Irina Viner
Irina VinerLa RazónLa Razón

Sus modales son los de una dominatrix. Irina Víner, entrenadora y presidenta del equipo nacional de gimnasia rusa, domina y humilla a las jóvenes gimnastas siguiendo una férrea disciplina soviética aún sin democratizar y convierte sus entrenamientos en una continua retahíla de insultos y exabruptos: cobarde, perdedora, fracasada o estúpida vaca. Su nombre suena estos días por ser, junto a su esposo, el oligarca Alisher Usmanov, uno de los grandes puntales en los que se apoya el presidente ruso. El matrimonio pertenece a esa élite de multimillonarios, ahora en vilo, clave para entender la estructura de la Rusia de Putin.

Es, sin duda, uno de los personajes más pintorescos que deja la actualidad. Resultaría incluso cómica si no fuese por la crueldad extrema con la que consigue los extraordinarios éxitos deportivos para el país. Se mueve como una diva y viste en su día a día al estilo de Marlene Dietrich, Rita Hayworth o Marilyn Monroe en sus escenas más glamourosas. Aunque sea para desgañitarse desde las gradas, no se vería cómoda sin sus generosísimos escotes, bordados de oro, encajes, apliques, pieles o floripondios. También a sus gimnastas les traslada ese gusto por el maquillaje brillante y la pedrería. No tiene reparo en admitir que, si no le gusta su ropa, la pisotea y la tira.

Toda su vida es en grado superlativo. Es habitual verla en cualquier ocasión con telas livianas que enfatizan su curvada figura y son populares sus sombreros, boinas, tocados e incluso tiaras de alta joyería que rubrican su estatus de soberana en la gimnasia. La llaman la zarina rusa del deporte y desde que tomó las riendas del equipo nacional, en 1992, ejerce un poder hegemónico, como si se creyese llamada a recuperar la grandeza rusa.

De ahí que cada salto, cada giro y cada torsión tenga que alcanzar la excelencia. No se conforma con menos y con cada infancia frustrada ofrece una campeona a la nación.

Algunas gimnastas la llaman mamá y está convencida de que le están agradecidas. «Mamá -declaró en una entrevista para un canal ruso- no es quien acaricia la cabeza, sino quien la pone en un pedestal». En su documental «Over the Limit», estrenado en 2017, la exgimnasta y cineasta polaca Marta Prus capta la dureza de los entrenamientos que grabó en directo. Cuando accedió al centro de alto rendimiento de Novogorsk, no sabe si le sorprendió más el alto nivel de seguridad o ver a Irina con abrigo de piel y sombrero caminando entre las gimnastas igual que un general del ejército. Ella misma lo explica en la grabación: hasta los 14 años, su relación con ellas es de ama y esclava. Luego pasan a general y soldado.

En la cinta, protagonizada por la exgimnasta Rita Mamun, se escuchan frases como «hay que entrenarla como a un perro». No admite ni una queja de dolor por las lesiones. «No eres un ser humano, eres una atleta», abroncó a esta joven. Ni siquiera le dejó ver a su padre cuando estaba muriendo de cáncer y le sugirió que aprovechase la situación para motivarse. El hombre murió dos días después de ganar el oro en Río de Janeiro y ella decidió abandonar la gimnasia. Irina se toma incluso el derecho de alentar noviazgos entre sus pupilas y los jugadores de hockey sobre hielo. La periodista deportiva Paloma del Río dijo -con acierto- que si decía eso delante de las cámaras qué no haría en privado. Por eso, se disgustó bastante cuando su gimnasta favorita, Alina Kabaeva, novia actual de Putin, inició en 2007 su idilio. «No era alguien para ella», pensó. Las malas lenguas dicen que favoreció su oro en 2004.

Alina Kabaeva, junto a Vladimir Putin
Alina Kabaeva, junto a Vladimir PutinArchivoLa Razon

Hija de un artista uzbeko y una médico, Irina nació el 30 de julio de 1948. Con once años ya era campeona de Leningrado y con poco más de veinte, entrenadora del equipo nacional. Después de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, viajó a Moscú convirtiéndose en entrenadora del equipo ruso. Tiene cuatro nietos y un hijo de una relación anterior, Anton, inversionista de bienes raíces. Cada día se van conociendo más detalles de las fortunas de los oligarcas rusos. El futuro de Irina es tan incierto como el del país. Aunque algunas de sus propiedades en el extranjero están siendo incautadas, el matrimonio disfruta de participaciones e intereses financieros repartidos por todo el mundo. Según algunas publicaciones, antes de la invasión de Ucrania, el matrimonio aseguró muchos de sus activos.