Entrevista
El Conde Rudi, el último gran aristócrata marbellí
«Me casé con una enfermera que resultó ser una princesa. Soy muy afortunado». LA RAZÓN habla con el creador del mítico Marbella Club
El Conde Rudi se levanta cada mañana con un Padrenuestro prendido en los labios, y da gracias a Dios, por todo lo que le ha dado. En septiembre cumplirá 93 años: «Me levanto todos los días cantando. Soy de los que quiere llegar a ser un centenario joven, tengo muchas ganas de vivir, algún achaque que otro como la diabetes, pero mi salud es buena. Junto a mí está la mejor enfermera del mundo de sangre azul: mi gran amor, la princesa María Luisa que no se separa nunca de mi lado».
En Marbella, Rudi es toda una institución, tiene estrella en el bulevar de la fama y ahora, incluso un bar con su nombre en Marbella Club. Él sigue abogando día y noche por la marca Marbella, esa ciudad que ayudó a esculpir, junto a otros aristócratas de la época, y de la que es ahora su último guardián. Su buen hacer lo ha consolidado como el «protector» de un pueblo, que le quiere y le respeta y esa perfecta simbiosis, entre colono de sombrero regio y su espontaneidad andaluza, le ha servido para encontrar su lugar en el mundo, en este particular paraíso de la gente guapa. «Todos cumplimos años y hay que mantenerse ágil y no dejar que el cuerpo se duerma. Tenemos una entrenadora personal que viene por la mañana a casa y mi mujer y yo hacemos ejercicios de sillas. Eso nos activa y la mente funciona mucho mejor, que aún tenemos mucho trabajo por hacer», detalla a LA RAZÓN.
El noble es un trabajador incansable por hacer renacer la imagen del lujo y del glamour, en una tierra ahora de nadie. A lo largo de toda una vida dedicada al turismo, ha recibido reconocimientos como, la Cruz Oficial de Isabel la Católica o la medalla de plata al Mérito Turístico. Su Marbella Club sigue siendo su mejor aliado. Cuando Rudi se baja del coche y los empleados del centro hotelero le ven, todo son elogios y bendiciones para este hombre tan humilde que cuando escribió su libro le preguntó al editor: «¿Pero usted cree que puede tener interés un libro sobre mi vida?». La sencillez de un hombre bueno, que, a los noventa años, recibió de las manos de sus hijos, Sophie y Fredrechi von Schönburg, un homenaje que acompañó a la presentación de su libro «Un hombre afortunado», donde se relata cómo Rudi junto con su primo el príncipe Alfonso de Hohenlohe, pusieron en el mapa el pueblecito de pescadores, aupándolo a lo más alto, con el buque insignia de Marbella Club: el hotel de sus sueños.
Su «no» al «topless»
Este singular directivo hotelero, enamorado de su tierra, impulsor del Colegio Alemán de Marbella, guarda palabras de elogio para Alfonso de Hohenlohe, que le llamó para la puesta en marcha de Marbella Club, hasta que llegó 1983. El árabe Al Midani pasó entonces a controlar el 15 por ciento del hotel, hasta ese momento propiedad al 100 por ciento del fundador. Al Midani empezó a comprar acciones y al final se hizo con la mayoría. Le aconsejaron trabajar con grupos, pero Rudi siempre fiel a un modelo que él mismo instauró, creía en un concepto del hotel individualizado, sin contar ni con agencias de viajes ni con turoperadores. Esto unido a que, en esa Marbella donde llegaron las suecas y el destape y donde Rudi se negó a que las mujeres hicieran «topless», fue el detonante de un «divorcio» obligado que le mantuvo una década fuera del Marbella Club.
Entre 1983 y 1993, Rudi trabajó para los sucesores de Adnan Kashogui en la finca La Zagaleta, la urbanización de lujo donde ahora pasean sus amores Luis Miguel y Paloma Cuevas, pero en el momento que pudo regresó al hotel de sus sueños. Fue con la llegada de David Shamoon, que compró el 73 por ciento de las acciones a Al Midani, mientras su primo Alfonso de Hohenlohe, conservaba el 27 por ciento. Y desde entonces hasta ahora no se ha vuelto a separar de este terruño sagrado para él. Ahora, María Luisa y yo paseamos por los jardines del Marbella Club que han sido parte de nuestra historia y que Jennica Shamoon tan bien ha sabido conservar, manteniéndolos intactos», relata a LA RAZÓN el conde.
En su memoria residen aún las fiestas más chic, protagonizadas por los famosos y millonarios más destacados de la época en esos jardines. Y es que el nombre de Rudolf Schönburg está unido sin remedio a la historia del «Marbella Club, donde recalaron desde Henry Ford, Edward Kennedy, Audrey Hepburn, la Ava Gardner de la época de Luis Miguel Dominguín, Kim Novak, James Stewart, Gina Lollobrigida... Y de todo ese «charme» se han contagiado sus hijos. Friedrich de hecho quería ser actor, «lo hablé un día con Sean Connery y me convencí de que quería actuar en las películas». Pero al final destronó la idea y ha seguido los pasos de su padre. Ahora es CEO del Hotel Villamagna: «Ni siquiera ha podido venir esta Navidad del trabajo que tiene. Ha llegado a todo y es mucho más grande que yo. Estoy orgulloso de mi hijo, que a los 35 años es el director general más joven de un hotel de gran lujo». Rudi tiene ahora tres nietos que le llenan el alma: «Lo único malo que tienen es que se levantan a las ocho de la mañana y ya no hay quien duerma, además me ganan ya jugando al Rummy». Con el paso de los años los Von Schönburg se han convertido en todos unos abuelazos que les cuentan a sus nietos cómo el conde inventó las «Burradas»: «Esas subidas que les hacíamos a los turistas que venían a la pineda de Marbella Club en burritos».
Amor en Mogadisco
Rudi no cesa en elogios a su esposa. «Cuando conocí a María Luisa sentí que me la había mandado del cielo mi padre. Yo ya la había conocido de niña cuando yo tenía 18 años y ella, cinco. La conocí en Austria, estábamos de vacaciones y nos vimos en una casa que tenía su abuela, luego la vi también donde se casaron sus padres, hasta el día que nos encontramos en aquel aeropuerto de Mogadisco, ahí supe que era la mujer de mi vida. Estaba de enfermera en Somalia, cuidaba de los hijos de mi hermano mayor, Joaquín».
Les costó mucho tener hijos. «Así que cuando la Reina Sofía, prima de mi mujer, se enteró de que estábamos embarazados de una niña, ella se ofreció a ser la madrina. Mi hija se llama Sophie por ella. La Reina es muy generosa con nosotros. En el día del bautizo de nuestra hija, salió a saludar a la gente de Marbella. Es una gran persona».
Cari Lapique, la celestina de su amor
Rudi tuvo como Celestina a Cari Lapique. La «socialité» tenía su puesta de largo en la propiedad de los Bismarck, que habían alquilado los padres de Cari para la ocasión: «Yo pedí a Cari que hablara con sus padres para que invitaran a María Luisa y a mis futuros suegros. Mi ahora mujer se había mostrado muy reacia conmigo, pero todo el mundo me decía que no se me escapara. Y no se me escapó». La boda, en 1971, con la princesa María Luisa de Prusia, bisnieta del emperador Guillermo II y prima de la Reina Sofía, fue todo un hito. «Mi primo Alfonso se puso muy contento con nuestro matrimonio. Él estaba divorciado y que entrase María Luisa en nuestras vidas para el Marbella Club fue un lujo. Necesitábamos el «charme» de una gran princesa como ella.