Amnistía

El día que Puigdemont llame a la puerta de Topor

Dicen que la distancia es el olvido y la soltería crea un hábito difícil de romper. ¿Se habrán acomodado a vivir separados?

Catalonia's former regional president Carles Puigdemont, center right, and his wife Marcela Topor, center left, arrives at the European Parliament in Strasbourg, eastern France.
Catalonia's former regional president Carles Puigdemont, center right, and his wife Marcela Topor, center left, arrives at the European Parliament in Strasbourg, eastern France.Francisco SecoAgencia AP

Ocho escoltas, sueldo vitalicio, coche oficial y oficina, mejor si es con vistas. Carles Puigdemont, perseguido y reclamado por la Justicia española no escatima cuando exige privilegios, antes incluso de que se apruebe la polémica Ley de Amnistía que le podría traer de vuelta a España. Quizá en menos de un año. Pero una cosa es que se le ponga farruco a Sánchez, otra que traslade sus atrevimientos a Marcela Topor y encuentre en ella la misma condescendencia. Después de seis años fugado, esta mujer hará valer, seguro, su temperamento para redefinir las reglas del juego antes de recibirle en casa.

De puertas afuera, Topor, a ratos periodista, a ratos pitonisa, ha sido el principal apoyo para su esposo, incluso cuando voló a Waterloo. Se conocieron en 1996 en Gerona, cuando ella hacía sus pinitos como actriz, y se dieron el «sí, quiero» en 2000 en dos ceremonias. La primera fue civil, en el Alto Ampurdán, y la segunda por el rito ortodoxo, en Rumanía, su país natal.

Una excabo de los Mossos d’Esquadra, crítica con todo lo que está ocurriendo en Cataluña, revela a LA RAZÓN que hay «sospechas fundadas de que la esposa se ha habituado extrañamente bien a estar sola, arropada en todo momento por amigos íntimos». Vive con sus dos hijas, Magali y María, en un chalet de la exclusiva urbanización Golf II, a las afueras de Gerona y goza, según esta fuente, de «seguridad permanente financiada por los españoles».

Económicamente, no le va nada mal. Desde que llegó a España, ha hecho carrera en los medios gracias a los proyectos periodísticos de Puigdemont y los medios impulsados para favorecer el independentismo a cambio de subvenciones millonarias. «The Weekly Mag», un espacio en inglés que presenta y dirige desde 2018, tuvo su futuro en el aire después de los últimos resultados electorales. Como avanzó a LA RAZÓN un periodista cercano a la familia, «un pacto bajo la mesa» permitiría reanudar su emisión. Y así fue. La Xarxa Audiovisual Local, que depende de la Diputación socialista de Barcelona, le renovó el contrato para continuar pagándole 6.000 euros mensuales por la emisión de «The Weekly Mag», a pesar de su escasa audiencia. Ni siquiera durante el parón de verano dejó de percibir esta cantidad.

No se le atascó el duelo

El periodista mencionado confirma que, si bien durante un tiempo fue digna de lástima por la fuga del marido, ahora es una mujer fortalecida que disfruta de su independencia, aunque es Puigdemont quien sigue sosteniendo los hilos. A Topor no se le atascó el duelo tras la huida del esposo y con el tiempo, y el hombro de su círculo, fue sanando la herida.

También a él se le ve entregado al placer de la sologamia. Con tiempo para sí mismo y para centrarse en sus objetivos sin dar explicaciones de ningún tipo a su pareja. Ha encontrado en la distancia sensación de libertad, su espacio individual, menos estrés familiar y libre albedrío para sus faenas políticas. La soltería crea costumbre y desaprender hábitos para adaptarse de nuevo a la vida en pareja exige mucha paciencia, constancia y grandes cesiones. Cada uno por su lado, y en armarios separados, guardan demasiadas cosas como para moverlas ahora de lugar.

Por mucho menos que una fuga para eludir la Justicia, a otros les han puesto de patitas en la calle. Ante la posibilidad de que no encuentre las puertas abiertas, Puigdemont ha sumado en sus exigencias al Gobierno alojamiento, dietas y viajes en caso de continuar en territorio belga practicando LAT (living apart together). Es decir, juntos, pero bajo techos diferentes. Es otra forma de amarse. Él desde Waterloo y ella desde su plácida vida en Gerona. Evitarán las acostumbradas matrimoniadas, los temibles ronquidos y el yugo de los encuentros íntimos de los sábados. No está mal, teniendo en cuenta que el prófugo soplará en diciembre 61 velas. Vivir como novios o amantes sonaría muy sugerente si no fuese porque a los españoles les tiembla el bolsillo cada vez que Puigdemont abre la boca.

Cómplices desde la lejanía en sus ambiciones

Han pasado 23 años desde el enlace matrimonial y sus respectivas necesidades vitales son ahora otras. Topor es independentista como él, pero con un sentido de la política particular que deriva de la Rumanía del dictador Ceaucescu que sufrió su familia. También ella, que nació en 1976, fue testigo de las tropelías en sus primeros años de vida, lo que pudo influir en su carácter imperturbable. Según su entorno profesional, en su momento le sirvió de ayuda a Puigdemont para concertar y ejecutar algunas de sus ideas. La distancia física no ha conseguido mermar la complicidad en sus ambiciones.