Confesiones sin absolución

Irene Villa: «Las víctimas perdonamos, pero la Justicia tiene que hacer justicia»

Charlamos con la periodista, recién casada con David Serrato y en plena luna de miel solidaria al Camino de Santiago tras celebrar su tercera boda con el coach


Entrevista a Irene Villa
Entrevista a Irene Villa Jesús G. FeriaLa Razón

Desde que un atentadotransmutó su vida y la de su madre en 1991, la solidaridad se apropió de su biografía. Por eso, ahora que se ha vuelto a casar, Irene Villa (Madrid, 1978) insiste en coser su luna de miel con los hilos de la filantropía. Tras pasar unos días en Monterrey (México) con su marido, el coach David Serrato, y participar en un congreso de Valores en Saltillo, hace unas horas ponían rumbo al Camino de Santiago: «Son cinco escalas que lleva haciendo la fundación, también con personas con discapacidades, desde el año 2004. Es una actividad de deporte, accesibilidad y espiritualidad, que ni mis hijos se quieren perder». Ni siquiera la zapatiesta política de esta semana a costa del terrorismo hace que la periodista y colaboradora en «Las tardes de RNE» pierda el foco: ayudar a otros es el mejor cicatrizante para sus heridas: «Estoy segura de ello. Además de sanar nuestro destino, trabajar en nuestro autoconocimiento y desarrollo personal, si invirtiéramos tiempo en mejorar la vida de los demás, ya tendríamos mucho ganado».

Irene, de todas las causas solidarias que emprende, ¿en cuál cree que debemos remar más?

La violencia intrafamiliar me hiela el corazón. Cuando las personas que tienen que cuidarte se convierten en tus verdugos, y a su vez tú entiendes ese maltrato como forma lícita de expresión, la sociedad tiene un gran problema. A este Camino de Santiago van también chavales con temas pendientes con la justicia. Gracias a «Up to You Project» reconducen sus vidas. También tengo el honor de ser la madrina de «Ibiza Inclusion Fashion Day», la primera pasarela en la que los modelos son personas con cualquier tipo de discapacidad, víctimas de bullying, LGTBI+, curvi, trans… porque todos somos modelos de vida.

Esa niña de 12 años que sobrevivió a un gravísimo atentado, hoy es periodista, conferenciante, escritora e inspiración de muchos. ¿De qué parte de ese camino se siente más satisfecha y qué bastones la han sostenido en momentos de bajón?

A mis 45 te puedo decir que de lo que más orgullosa me siento es de haber dejado a un lado ese perfeccionismo y ese síndrome de la impostora que tenemos tantas mujeres. Desde que apareció David en mi vida, vivo de una forma mucho más relajada y con objetivos tan sencillos como el de disfrutar de mis hijos o incluso perder el tiempo a veces.

«No importa cómo te vean los demás. Lo realmente importante es cómo te ves tú», confiesa. ¿Cómo se ve?

Con brillo en los ojos. Y eso es todo lo que necesitamos. En las temporadas en las que no me han brillado los ojos, he tenido que mover ficha. ¡Ahí lo dejo!

Tras casarse en un Monasterio del siglo XII en Burgos, ha celebrado una reboda con 350 invitados que, cómo no, tenía que ser con fines solidarios. ¿Salió como esperaba?

La primera boda fue en ese monasterio con la familia y los amigos más cercanos, la segunda fue en el mirador de Cuatro Vientos a favor de gastronomía solidaria. A final han sido tres bodas, porque ya nos casó el Padre Ángel en Mallorca el año pasado.

Cuentan que van a sumarse a la moda de las parejas LAT (Living Apart Together). Usted seguirá viviendo en Madrid y su chico, en Soria. ¿Cómo van a lograr acortar esos 220 kilómetros?

Durante estos tres años lo he llevado fenomenal, pero te confieso que me encantaría vivir con David porque me hace la vida más fácil y mis hijos se lo pasan pipa con él. Seguiremos encontrando la forma de estar juntos, al menos cuatro días a la semana. No vivir juntos ayuda a echarse de menos y no de más. Algo esencial si se desea una relación que no termine y mantener esa libertad que siempre he defendido.

Desde hace unos meses, empezó a mostrar las prótesis de sus piernas sin fundas estéticas. ¿Qué hay detrás de ese nuevo acto de valentía?

Está unido a lo de antes: cuando empiezas a vivir más relajadamente simplificas todo. Estaba en la ortopedia y me di cuenta que sin las fundas caminaba con mucha más ligereza. Darme cuenta que esas fundas eran «un muerto». «Fuera estéticas, total, ¡me caso!», le dije al ortopeda. Y nos echamos a reír. Es verdad que todo el mundo me mira, sobre todo cuando voy en la moto de David, porque solo se ven las tubos de titanio, pero voy mejor así.

En vez de autocompadecerse y cultivar el odio o la venganza, ha elegido amar la vida ¿Qué mensaje le gustaría lanzar en estos días en que el terrorismo revuelve la política nacional?

Pues que cualquiera que ha utilizado la violencia no puede conseguir los fines que buscaba porque se equivocó de vía. Y que las víctimas perdonamos por nuestra estabilidad emocional, pero la Justicia tiene que hacer justicia.

¿Cómo cambia la vida cuando se perdona, Irene?

Radicalmente. Si quieres ser feliz un día, véngate, pero si quieres ser feliz toda la vida: perdona. Perdonar es también soltar eso que nos genera malestar emocional y de alguna forma nos ata. El que no perdona es esclavo de sentimientos dañinos.