Lujo

De Marta Ortega a los Foster: para ser vip hay que ir a St. Moritz

La localidad alpina ha ganado la partida frente al lujo petulante de de Gstaad. Descubrimos los secretos de este refugio alejado de los paparazzi

Norman Foster and wife Elena Ochoa walk through the city of Gstaad in Switzerland, Sanday February 2, 2014.
Norman Foster and wife Elena Ochoa walk through the city of Gstaad in Switzerland, Sanday February 2, 2014.Gtres

Gstaad, en el corazón de los Alpes suizos, ha sido hasta ahora opulencia para una élite mundial, ansiosa de paisaje y lujo petulante. Sin carretera ni vía férrea hasta 1913, aquel enjambre de vacas pastando entre paisaje sobrenatural y casas de madera ha visto como el hotel Palace Gstaad, el colegio Le Rosey, (el más caro del mundo) y la estación de esquí Wasserngratt lo han convertido en la piedra filosofal, el arquetipo del más elitista pijerío universal. La presencia de lo más florido de todas las monarquías unido al hipnótico influjo ejercido sobre las fortunas de Estados Unidos y fauna hollywoodiense han tornado su mercado inmobiliario en algo inaccesible: sus chalets privados de diez millones de dólares, totalmente automatizados, no tienen parangón en el mundo así como un discreto mecenazgo sobre festivales de música clásica o regatas de invierno en su heráldico Yacht Club. Su purísimo aire ya inhalado por Lord Byron y su celestial paisaje, sin olvidarnos de ese punto de extravagancia que acentúa la sensación general de lujo, han atraído evidentemente, a la jet española, que ha convertido en acto litúrgico el celebrar allí el paso del año.

Han marcado un antes y un después las fiestas de año nuevo en casa de Ana Patricia Botín y Guillermo Morenés, con su indispensable corte de amigos, Borja Prado, Juan Abelló, Carlos March, Samaranch Jr., y miembros del universo Lapique, Falcó, Junot, Cortina, Chávarri… en reñida disputa con la socialité Marina Gómez de Baeza, a la que no duelen prendas en combinar el frío alpino con sus míticas fiestas veraniegas en Kenya. Sin embargo, a Gstaad le ha salido un feroz adversario: St. Moritz. La élite se ha «exiliado» allí huyendo despavorida ante la presunta banalización de Gstaad, a la que ya consideran perdida para el glamour. La tendencia es ahora el lujo silencioso.

Íñigo Onieva y Tamara Falcó en St. Moritz
Íñigo Onieva y Tamara Falcó en St. MoritzRedes sociales

St. Moritz fue sede de dos juegos olímpicos de invierno. Celebra anualmente el mundial de snow polo y las más reputadas carreras de caballos pura sangre. Sus visitantes, la realeza mundial, el vértice del IBEX o el estrellato de Hollywood suponen un revulsivo que empuja a unos y otros, -recíprocamente- a mejorar su aspecto, convirtiendo los cócteles aprés-ski en el restaurante Max del hotel Grace La Margna.

Ya no es Mar Flores con Fefé arrebujada en pieles. Ahora, es Liz Hurley y su aire entre princesa anglosajona y chica Bond. St. Moritz es sinónimo absoluto de esquí lujoso. Con múltiples niveles de habilidad, permite desde el descenso más arriesgado al lucimiento de bellas señoritas y señoras haciendo sus pinitos antes de triunfar en la exhibición de sus outfit aprés-ski. Ciudad segura de por sí, garantiza refugio para los más ricos, «protegiéndolos» del temido contacto con el gran público, exclusividad reforzada por sus prohibitivos precios.

St. Moritz
St. MoritzGetty ImagesSt. Moritz

Si Palma es el corazón del Mediterráneo, St. Moritz es el emblema de la Europa central. Rompeolas de lo latino, lo germano y lo eslavo, representa el gusto por el frío vivificante, por el ejercicio físico, por el «sentirse vivo». Si su hotel Palace atrajo a los Romanov, Lancaster y Hohenzollern, estos fueron imán para los Krupp y Opel, a los que se agarraron como glamurosa tabla de salvación los Agnelli y Prada, Onassis, Niarchos y ahora, la nueva hornada de vips chinos e indios, como los Mittal, que ya han aprendido a considerar de mal gusto competir por la suntuosidad de sus jets privados. Y el trono del Palace fue heredado majestuosamente por el hotel Grace La Margna, porque St. Moritz es una eterna caravana de reencarnación, de superación de lo rancio. Gravita sobre el radio de este hotel un nuevo universo de gente guapa: Marta Ortega, Norman Foster, las Koplowitz, Pablo de Grecia y esposa, Juan Carlos Escotet… El Grace La Margna es una patada hacia arriba en el fondo cenagoso en que se encontraba la oferta hotelera mundial: es sedante, sin adormecer; energético, sin electrizar… Art Nouveau, neoclásico, romántico… orgulloso -en fin- de su influencia germánica, francesa, italiana, romanche y eslava. Ejerce un efecto hipnótico sobre el turista, que asciende en la escala social: se ha convertido en ilustre visitante. Señores, lo dicho: Gstaad ha muerto… ¡Viva St. Moritz!

La ruta íntima de Don Juan Carlos en Suiza

Desde su infancia, Suiza ha sido un segundo hogar para Don Juan Carlos, quien pasó años en el internado Villa Saint-Jean, en Friburgo. Su abuela, la reina Victoria Eugenia, residía en Lausana y era una visita frecuente en su vida, incluso fue el escenario donde se formalizó la petición de mano entre él y doña Sofía. La esposa de Alfonso XIII también encontró refugio en Lausana tras su separación, adquiriendo la villa Vieille Fontaine. Pero no solo la familia real tiene lazos con este país; Juan Carlos frecuentaba Suiza para estar con Marta Gayá, y posteriormente, con Corinna, quien estableció su nido de amor en un dúplex en Villars-sur-Ollon, una joya entre los Alpes suizos. Este apartamento, conocido como el dúplex del rey, cuenta con impresionantes comodidades, desde salones elegantes hasta un spa privado.

A medida que los años pasan, el rey continúa disfrutando de Suiza, hospedándose en el Hotel des Berges en Ginebra ahora de la cadena Four Seasons y recibiendo tratamientos en la clínica La Tour, reconocida por su enfoque innovador en medicina regenerativa y estética. Sin duda, Suiza sigue siendo un lugar especial lleno de cálidos recuerdos.