Jesús María Amilibia

María Rosa: «No he tenido mucha suerte en el amor»

Bailarina

María Rosa: «No he tenido mucha suerte en el amor»
María Rosa: «No he tenido mucha suerte en el amor»larazon

Algunas noches, cuando le aprieta la nostalgia, ve algunos vídeos de sus actuaciones. Quién pudiera dar marcha atrás, piensa, quién pudiera volver a bailar, volver a estar ahí. Para María Rosa, lo peor de la vida es que se hace muy corta, «todo pasa tan rápido...». Ha bailado durante casi 60 años y se considera, sobre todo, una luchadora. Tuvo durante 45 compañía propia y los malos días, cuando arreciaba el dolor de pies, rodillas o espalda, le ponían un chute de novocaína y, hala, a ponerle alas a Falla o a unas bulerías. A los ocho años ya bailaba en el colegio, en los festivales, y poco después ya estaba de gira con los Chavalillos Sevillanos.

–A mi padre no le gustaba que bailara, pero me dejaba. Nos pagaban 25 pesetas por actuación y en algunos sitios no me permitían bailar por ser menor, muy menor. En el 47, Jorge Negrete vino a vernos al teatro Fontalba. Le gusté mucho, me felicitó y me sentó sobre sus rodillas.

–Y a los 18, primera bailarina de la compañía de Concha Piquer...

–Sí, con Caracolillo. Doña Concha era una jefa dura, pero estupenda. Todo tenía que salir perfecto. Con ella aprendí a estar en el escenario y hasta a saludar.

En su primera visita a América, trabajó con Xavier Cugat y Abbe Lane en el Waldorf Astoria de Nueva York. Y en Los Ángeles, un productor de Hollywood la vio en el tablao Casa Madrid y le propuso hacer pruebas para el papel de Anita en «West Side Story». «Las pruebas fueron bien, pero no me dieron el papel porque no hablaba suficiente inglés; me enrabieté y fui seis meses seguidos a una academia, pero el que pudo ser el gran papel de mi vida lo perdí». Luego, fue primera bailarina del ballet de Antonio, «pero poco tiempo, porque me hicieron muchas faenas; así que en Santander le dije: ''Yo he venido aquí a bailar, no a sufrir''. Y sin más, me fui al tren».

–Después fueron muy buenos amigos...

–Sí, como hermanos. Me olvidé de todo. Para mí, Antonio El Bailarín fue el más grande, el mejor. Le admiré mucho.

–Y en el 64 forma su propia compañía...

–Así es. Fui a hablar con Fraga para que me metieran en los festivales de España, y lo conseguí. Yo llamaba a todas las puertas para tener trabajo para mi compañía, con decencia y respeto, pero a todas las puertas. Era una gran responsabilidad: mucha gente dependía de mí.

–¿Y cómo se vive sin bailar después de casi 60 años bailando?

–Cuando lo dejé, en 2003, tuve un poco de depresión, y me volqué en mis nietas. Mi hija, Patricia, me animaba a montar una escuela de danza, pero yo no estaba por la labor. Lo hice cuando mis nietas crecieron. La verdad es que el Centro de Danza María Rosa me ha dado mucha vida.

Va todos los días y da clases, «pero no de funk, hip hop o bollywood, que de eso no sé; además, me operaron de la espalda, me llenaron de hierros como a Robocop, y ya no estoy para esos trotes; al principio, hacía sonar la alarma en los aeropuertos y tenía que explicar lo de la operación». Echa de menos bailar, los aplausos, el público. Se quedó viuda a los 47 años del torero colombiano Óscar Cruz y no se volvió a casar.

–¿No ha echado de menos un hombre?

–Los primeros cinco años no tenía ganas de nada. Luego, pese a que había interesados, no me animé. Yo siempre he sido muy pava. No soy mujer de «aquí te pillo...». Si no me enamoro, no hay nada que hacer. No me enamoré, y no soy de casarme por no estar sola ni por dinero. Eso nunca. No he tenido mucha suerte en el amor. El que tuve me duró poco.

–¿Y qué tal envejece?

–Bien, a ratos. Tengo 75 años. Me conservo bien, tengo buena piel. Pero llevo mal cumplir años porque, obviamente, pienso que cada vez me queda menos. Y eso no le gusta a nadie, creo. Yo no pienso nunca en la muerte. Es inevitable. ¿Para qué darle vueltas? Lo sentiré, cuando llegue, por mi hija y por mis nietas.

Lo peor de envejecer, dice, es la torpeza, «y le pido a Dios no perder la cabeza; el dolor no me importa, pero el alzheimer es horroroso: lo sé porque lo sufrieron mi madre y mi tía». No lee mucho. Para ejercitar la memoria no apunta nunca nada, «y me esfuerzo en acordarme de todo sin agenda». No se hizo rica con el baile, pero tiene un buen vivir. Cree que los artistas de antes eran más duros, «ahora tienen un resfriado o les duele un juanete y ya no salen a escena; nosotros nos forjamos en las giras interminables: toda la noche viajando y nada más llegar al destino, a bailar». Nunca ha fumado. Le gusta una cerveza por el día y luego, todas las noches, con los recuerdos, con los vídeos de sus mejores momentos, un whisky con coca-cola. Sólo le falta la Medalla de Oro de Andalucía: «La tiene todo el mundo menos yo, que soy de Andújar y me crié en Sevilla».