Pontevedra

Viri: «El cambio a Moncloa fue austero y con sentido común»

Viri: «El cambio a Moncloa fue austero y con sentido común»
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La mujer de Mariano Rajoy ha cambiado poco tras dos años habitando el palacio presidencial.

Cuando le preguntan cómo fue cambiar su modesto chalé por el palacio monclovita contesta con decisión: «Fue un cambio austero y con sentido común». Dos años después de su llegada a la Moncloa, Elvira Fernández Balboa ya se ha hecho a los pasillos presidenciales. «Guapa, lista y muy mañosa; la perfecta compañera». Así recuerdan sus amigos de toda la vida cómo definía Mariano Rajoy a Elvira poco después de hacerse novios. Corría el año 92 y era un «soltero de oro», pero aquella chica discreta y elegante que entró en el pub Universo, en Pontevedra, le dejó flipado. Se la presentó su hermano Luis y desde entonces, el político gallego supo que sería la mujer de su vida. Viri, como la llamaban los íntimos, era una monada de chica, con treinta recién cumplidos y una licenciatura en Económicas por la Universidad de Santiago. Vivieron su noviazgo durante cuatro años con gran discreción, la impronta de su carácter, sin jamás sospechar que un día se convertiría en la primera dama de La Moncloa. Muy distinta a sus antecesoras.

La familia de Elvira Fernández Balboa era muy querida en Sanxenxo, el pueblo natal de su madre y donde su padre Manuel tenía un negocio de construcción y saneamientos. Viri es la mayor de tres hermanos y los vecinos de la zona donde vivían la recuerdan como una joven seria, natural y disciplinada. Su madre siempre presumía de hija, contaba que era muy estudiosa y tenía unas manos buenísimas, hasta el punto de que se hacía sus propios «apaños» con la ropa. Ello revela la sencillez de la esposa del Jefe del Gobierno, a quien todos en Moncloa definen como «una gran señora, la más educada de todas», en palabras de alguien que lleva muchos años trabajando en el complejo presidencial. Elvira supervisa personalmente la intendencia doméstica y vive pendiente de sus dos hijos, Marianito y Juan, y de su anciano suegro, al que adora.

La actual dama monclovita tiene poco que ver con Carmen Romero, Ana Botella y Sonsoles Espinosa. Alejada por completo de la política diaria, sumamente discreta, ahorradora por convicción, no realizó ningún cambio en la residencia familiar y se limitó a desempolvar algunos muebles aparcados en el almacén.

Su perfil es el de una esposa dedicada por completo a su familia, dispuesta a lo que sea por apoyar a su marido. Confidente de Rajoy, ambos han pasado muchas cosas juntos, algunas muy duras, como la muerte prematura de su primer hijo. En política, los insultos y acosos durante la tragedia del «Prestige» y la derrota electoral. Ella siempre estuvo al lado de Mariano y sacrificó su anonimato en el balcón de Génova 13 tanto en los malos momentos como en la victoria.

Su vida diaria es la de una ejemplar madre de familia. Rajoy madruga mucho –el despertador suena a las siete de la mañana– y ella a veces le acompaña en la práctica diaria de cinta gimnástica. Los fines de semana, con un discreto equipo de seguridad, practican senderismo por los montes de El Pardo, algo que ya hacían cuando vivían en Aravaca. Después, el desayuno es sagrado, que siempre hace con su marido y los niños. Esa buena cuajada con cereales, que tanto le gusta al presidente, zumos de frutas y café, junto a la lectura del resumen de Prensa. No en vano, Elvira trabajó en Antena 3 y Telefónica, y es una mujer que sigue de cerca la actualidad, aunque nunca opinará en público de nada. Sus convicciones, arraigadas, las guarda para sí misma. Esa manera de ser, tan galaica y reservada, complementa a la de su marido, que habla poco, observa mucho y actúa cuando casi nadie lo espera. Mariano Rajoy en estado puro.

«Verdades como puños»

Ella es la única persona de quien se fía por completo. Tiene un gran instinto y su marido confiesa que Elvira le dice «verdades como puños» cuando es necesario. Culta, le encanta el cine, la lectura y es profundamente religiosa. Una mujer de principios y valores. Estudió en un colegio de monjas y luego en el Instituto Valle-Inclán. De aquella época guarda buenas amigas, con las que tomaba café en la terraza del Náutico y almorzaba en la Goleta. Como Mariano, tiene costumbres arraigadas, una gallega en toda regla a quien el poder no ha cambiado. Jamás tendrá protagonismo ni se lanzará a la política o estará en las portadas de revistas. Elvira es cercana y trata a todos con exquisita educación. «No es altanera, se aprende mucho de ella», comentan en su círculo íntimo.

Con sus dos hijos se lleva de maravilla. Mariano y Juan estudian en el Colegio Británico y son buenos chicos. Elvira dice que el mayor es como su padre, «calmado, noblote, un buenazo». El pequeño es más inquieto, algo revoltoso y se ha hecho forofo del Atleti, aunque no alardea mucho de ello ante su padre, hincha del Real Madrid. Cuando los niños eran pequeños le gustaba pasear por Sanxenxo, llevarlos al parque de Las Palmeras o la playa del Silgar. Ahora, la seguridad manda, aunque Elvira intenta en lo posible llevar una vida normal, sin alharacas. Tiene una bonita figura, es delgada desde siempre y supervisa todos los menús de Moncloa, familiares y oficiales. Le gustan las comidas sencillas, casi siempre verdura y pescado, con algo de vino blanco gallego. La tierra tira mucho. Aunque no es una gran experta en la cocina, tiene una debilidad: las perdices escabechadas, receta que aprendió de su padre, un avezado cazador.

En la reciente copa de Navidad, rompió su habitual introversión y habló con los periodistas. Con un conjunto de blusa y pantalón en color crema, estaba muy atractiva y recuperada ya del esguince de tobillo que se hizo en Panamá. Llegó incluso a comentar que la fractura la obligó a comprar varios pares de zapatos de tacón bajo. «Un gasto tonto, pero no me quedaba otra», dijo con absoluta sencillez. Es fiel reflejo de una primera dama que mira mucho la pela, distinguida, familiar y con los pies en la tierra. Cuando se le pregunta por su balance de estos años en Moncloa, afirma que todo ha sido muy natural, con el objetivo de que, sobre todo, sus hijos lo vieran como algo normal. Les costó dejar su casa en Aravaca, donde tenían ya una vida muy hecha y los niños invitaban a sus compañeros de colegio. Elvira se ha esforzado por mantenerlo, para que, como bien dice su marido, todo siga «razonablemente normal».

Sabe bien que La Moncloa es un lugar de paso. Como buena gallega, siempre otea el horizonte con la «morriña» de lo que de verdad importa. Tiene el discreto encanto de una gran señora. Reservada y honesta, Elvira Fernández Balboa es la prolongación perfecta de Mariano Rajoy. Como él mismo dijo, su mejor «media naranja». A las duras y las maduras.