Política
Margarita Robles, la mujer de rojo sobre fondo gris
Es la ministra mejor valorada y la única que aprueba en los sondeos de opinión. Su compromiso con la crisis afgana y la sensibilidad que muestra le han valido para ganarse la confianza de los ciudadanos
Lleva días sin apenas dormir y trabajando a contrarreloj mientras la situación en Afganistán se endurece. En esta tragedia a Margarita Robles le ha tocado la cara menos amable de Jano, el dios bifronte: la de la verdad, la admisión del error y la incertidumbre que está por venir. La otra, la que exhibe Moncloa en entreactos, es la cara del héroe intrépido, bastante más ventajosa. La ministra de Defensa, poco amiga de tuits, declaraciones triunfalistas u otras bacanales, está hablando con la naturalidad de una persona curtida en mil batallas. “Es un drama y un fracaso sin paliativos, no podemos poner paños calientes”, declaró el miércoles en una entrevista en Antena 3.
Sin plan para reubicar a los evacuados afganos y con acuerdos exprés, Robles aconsejó a los civiles que esperaban su retirada de la capital afgana que agitasen un trapo o pañuelo rojo al grito de “¡España!”. Este gesto se ha convertido en el último salvoconducto en la caótica salida del país y el icónico rojo Valentino en santo y seña para atraer la atención en medio del pánico. Igual que el manto escarlata de El Greco o el color con el que Delacroix simbolizó la libertad. Es también el rojo de la pasión, el de las vísceras o el de la sangre que se funde con la espuma de afeitar después de un corte. A cualquiera de estos rojos podría añadir el dramaturgo John Logan el de la huida del terror afgano.
También la ministra escogió el rojo, en este caso simbolizando la seda, durante su visita a la base aérea de Torrejón de Ardoz para recibir a pie de pista una de las aeronaves con personas evacuadas. La tormenta que descargó esa tarde sobre la capital alivió las altas temperaturas y corría algo el aire, lo que hizo que se atase un jersey colorado sobre los hombros, a juego con un vestido corto. Siempre se consideró sinónimo de pijerío, pero realmente es un truco muy simple que usan los insiders (o enterados) cuando quieren dar a su imagen un toque desenfadado y estiloso. A la ministra le favorecía y transmitía elegancia sin demasiado esfuerzo.
En cuanto al color, no es banal ni casual. Según José Luis Martín Ovejero, experto en comunicación no verbal, el rojo simboliza vida, fuerza y liderazgo. “Quien lo lleva emite sensación de poder, vitalidad y atrevimiento”. Ella confía en esta tonalidad para animar sus conjuntos, su colección de pañuelos y también sus labios reforzando esa personalidad carismática que observa Martín Ovejero. Es una mujer menuda, incluso aunque se suba a sus zapatos, casi siempre de tacón medio, perfecto para aguantar largas jornadas institucionales. Su sencillez y aparente candor contrastan con el temperamento de acero que despliega. Proyecta autoridad e infunde obediencia sin necesidad de elevar la voz o pegarse etiquetas.
Como mujer de Estado, le importa el respeto por las instituciones y la conducta transparente y cercana. En su visita a la base militar saludó personalmente a los recién llegados y se preocupó por su situación valorando que entre ellos había varios bebés, un recién nacido y un grupo de personas de avanzada edad. Se emociona cuando describe a los periodistas el dramatismo de la evacuación con algunas de las escenas que está contemplando, como la niña que se acerca al almirante y le da un corazón rojo o los menores que les tienden la mano. “Está siendo muy duro, pero al mismo tiempo muy emotivo y gratificante”, dice.
El lenguaje de la ministra contrasta con la frialdad del ministro Marlaska en el mismo escenario. Saludó con la mano en el pecho, lo justo para salvar el momento, emocionalmente distante y sin demasiada sintonía, al menos visible, con los sentimientos de los evacuados. La actualidad les ha puesto de nuevo en primera línea y cualquier gesto, expresión o semblante se observan con minuciosidad. En este momento, Robles es la ministra mejor valorada y la única que logra un aprobado, aunque raspado. Suele mostrarse tolerante con la crítica malsana o morbosa y no recurriría a la demagogia para mejorar su valoración. No le faltan arrestos para marcar su propio ritmo y control de su política ante ciertas actuaciones de las ministras Ione Belarra, Irene Montero o Yolanda Díaz. Su camino, dice, está marcada por su compromiso con España y por sus propias convicciones. Por eso no le importó compartir en público su dolor con Díaz Ayuso y Martínez-Almeida en los momentos más peliagudos de la pandemia.
Su sensibilidad ante la crisis afgana ha disparado el interés de esta leonesa a punto de cumplir 65 años, a pesar de su discreción. Es creyente y devota de Santa Teresa. Magistrada del Tribunal Supremo, se incorporó a la carrera judicial en 1981. Aunque hace tiempo que colgó la toga con sus estrellas y puñetas, no deja de ser un símbolo de distinción para saber quién es quién en el Gobierno. Se sabe que tiene costumbres austeras y una personalidad rígida. Vive con Luna, una yorkshire que le regalaron sus amigos, y no tiene hijos. En esta perrita y en la localidad asturiana de Candás, encuentra sus remansos de paz.
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