Opinión
La crónica de Amilibia: ¿Se pueden enviar torrijas a Ucrania?
Ahora que estamos todos cara a la pared y manos arriba mientras un psicópata tiene el dedo en el botón nuclear, la frase que más deseamos escuchar no es «te quiero» ni «tranquilo, es benigno», sino «amigo, tengo un búnker». Parece que Vladimir Putin no hace caso ni a Arguiñano, que, entre plato y plato, le ha gritado desde la tele: «¡por favor, para ya!». Que pruebe a hacerle unos blinis con caviar. Por cierto, ahora que se acerca la Semana Santa y sus fastos, habría que consultar con Echenique si a Podemos le parecería bien el envío de torrijas a Ucrania. Ya que no aceptan el envío de armas, al menos mandarles un postre para endulzar un poco la cosa, digo yo. Por supuesto, se permitiría que Ione Belarra metiera el dedo en las torrijas para comprobar que no esconden ingredientes que pudieran servir a los ucranianos para la fabricación de bombas atómicas, de racimo o de vacío. Ni polonio para sus cocteles molotov, claro.
El caballo de Troya putinesco está lleno de mercenarios: 400 soldados de una compañía militar privada denominada Grupo Wagner. A esa ronda invita un amigo ruso millonario. Mejor que la Belarra no meta ahí el dedo. Van a la caza del presidenteZelenski, entre otros. Quizá el nombre de los paramilitares esté inspirado en aquello que decía Woody Allen: «Cada vez que escucho a Wagner me entran ganas de invadir Polonia». Si tienen éxito, me imagino que los amigos ricos del sátrapa organizarán otros grupos similares. Tienen muchos nombres para elegir: Tchaikovsky, Stravinsky, Rachmaninov, Rimsky Korsakov, etc. Una nota musical a ritmo de kalashnikov. Y Putin siempre podrá excusarse: yo no he sido, murieron de una indigestión de torrijas españolas.
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