
Opinión
La crónica de Carmen Lomana: "Acabaremos gobernados por el que mejor llore"
Yolanda Díaz se presentó en el Congreso como la heroína doliente de la jornada

Mucha vergüenza nos está dando el Gobierno que tenemos y la basura de prostitución, malversación y saunas para chaperos y gays –propiedad del padre de la mujer del presidente, Begoña Gómez– en la que están metidos.
También hemos tenido que aguantar el espectáculo de «Yolandita Díaz», que en vez de estar en el tanatorio acompañando a su padre que acababa de fallecer, optó por presentarse absolutamente desquiciada en el Congreso, transmitiendo la sensación de que tenía un brote psicótico contra la idea de que, en algún momento, pudiese gobernar la derecha, siguiendo las enseñanzas de su querido padre.
La derecha, condenada y proscrita para siempre. Todos los españoles que no piensan como ella, no existen. Viva la democracia del «pensamiento único».
El drama familiar ha superado al debate parlamentario. Esta semana, los pasillos del Congreso han olido más a incienso que a responsabilidad institucional. Yolanda Díaz se presentó como la heroína doliente de la jornada. Lágrimas y voz temblorosa. Convirtió el Congreso en un altar emocional. Su padre, Suso Díaz, sindicalista histórico, fue invocado como si estuviéramos en una sesión espiritista. Entre sollozos y reverencias, deslizó mensajes políticos como quien deja propinas en un funeral. ¿Quién se atreve a contradecirla? Nadie. Porque en España, el duelo es el nuevo chaleco antibalas.

Mientras tanto, Pedro Sánchez se escondía tras el biombo del silencio, como quien espera que el escándalo pase si uno se queda quieto y no respira. Si lo de Yolanda fue una misa, lo del presidente del Gobierno fue una comedia negra. Esta semana se ha recordado que la casa en la que vivía con Begoña Gómez antes de instalarse en el Palacio de La Moncloa fue comprada por su suegro, Sabiniano Gómez. ¿Y con qué dinero? Pues con los beneficios de las saunas gays y prostíbulos. Sí, el presidente que se da golpes de pecho condenando la prostitución vivía en un piso financiado por ella. Ironía nivel: España.
La paradoja es tan deliciosa como incómoda. Yolanda se blinda con el dolor. Pedro con la amnesia selectiva. Y mientras tanto, los ciudadanos asistimos a un espectáculo donde la emoción sustituye al argumento, y el pasado familiar se convierte en zona de exclusión crítica.

¿Y qué hacemos nosotros? Pues mirar, con el pañuelo en una mano y el sarcasmo en la otra. Porque si cada lágrima sirve para evitar preguntas, y cada suegro incómodo se borra del relato oficial, entonces no cabe duda de que estamos gobernados por el sentimentalismo y la omisión.
Pedro Sánchez, el presidente que llegó prometiendo regeneración, acaba pareciendo más bien el protagonista de una tragicomedia de sobremesa. Su silencio ante el escándalo familiar no es prudencia: es cálculo. Su falta de explicaciones no es respeto: es estrategia. Y su permanencia en el cargo, a estas alturas, no es liderazgo ni responsabilidad: es resistencia pasiva.
La política no puede convertirse en un concurso de empatía. Ni el duelo en salvoconducto. Porque si seguimos legislando entre lágrimas y silencios, acabaremos gobernados por al que mejor se le dé llorar... o por el que mejor se esconda. Y eso, queridos lectores, me temo que no hay democracia que lo aguante.
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