Resurgimiento
El verano de Jordi Pujol «Mi hora no ha llegado»
A sus 95 años, vive tranquilo, lúcido y horrorizado por el escenario político. El concepto del honor y cómo pasará a la historia ocupan su mente
Falsamente, se propagaba por todas las redes que había sido ingresado con un ictus cerebral grave. Al tiempo, el expresidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, mantenía una videoconferencia con un grupo de intelectuales catalanes. Algo que viene haciendo desde hace meses, cuando superó una dolencia hace tres años que no le ha dejado secuelas en su cabeza bien equilibrada. Cuando saltó a la luz que Pujol era ingresado en el hospital barcelonés de Sant Pau, el mismo en que le atendieron anteriormente, todas las alarmas saltaron. Minutos después el propio centro sanitario y el entorno familiar del expresidente desmentían la noticia. «Tranquilos, mi hora aún no ha llegado», les dijo el patriarca catalán a un grupo de empresarios con quienes había quedado a almorzar ese miércoles 23 de julio en un restaurante cerca del Círculo Ecuestre.
Misa en memoria de su esposa
Antes, a primera hora de la mañana, había escuchado misa en la parroquia cercana a su domicilio en la Ronda de General Mitre, tal como hace a diario desde el ocho de julio del pasado año en que falleció su esposa, la «Dona», Marta Ferrusola. Desde entonces, es una rutina que nunca se salta en memoria de quien fue su esposa y compañera durante más de 50 años.
Según su entorno más cercano, a sus 95 años, vive tranquilo, lúcido y horrorizado con el actual escenario político. Con todo un calvario judicial a sus espaldas, el gran patriarca de la saga es de nuevo protagonista en la vida pública. Ha pasado largo tiempo desde aquel mes de julio de 2014 en que hizo pública su tremenda confesión de haber mantenido oculta una fortuna en paraísos fiscales de Andorra. Desde entonces, se desató una cascada de ofensas, desencuentros, ataques, persecución en los tribunales y días de cárcel para sus hijos. Pero ahora las cosas han cambiado y el ya casi centenario Pujol, el presidente reverenciado, fundador de Convergencia Democrática, la figura nacionalista con más peso entre Cataluña y Madrid, sigue en la brecha. Superados algunos problemas de salud, escribe una memorias que prometen ser de antología.
Confinado en su casa barcelonesa de la Ronda del General Mitre, donde su esposa Marta Ferrusola vivió en silencio un duro alzhéimer, reflexiona con quienes le visitan. Entre ellos, el expresidente y sucesor, Artur Mas, y el ex alcalde de la Ciudad Condal, Xavier Trías. Según los empresarios y periodistas a quienes llama directamente para interesarse por la actualidad, tiene la cabeza bien equilibrada. Todos coinciden en que su obsesión es hablar de su papel político y cómo será recodado. «La historia reconocerá mi honor», asegura a sus interlocutores. Uno de los más asiduos es el Abad de Montserrat, Josep María Soler, su amigo y confesor personal desde hace años.
Pujol ya no está en el olvido
El concepto del honor y cómo pasará a la historia ocupan su mente. «Quiere que la gente sepa distinguir su legado político de la corrupción económica», dice alguien muy cercano a Pujol, que atribuye las desdichas financieras más a sus hijos que al propio patriarca. En plena resurrección de su figura, concede entrevistas y sale a la calle, dónde ya no le rehúyen como antes. En medio del vendaval soberanista, «Las cosas han cambiado y Pujol ya no está en el olvido», reconocen dirigentes catalanes.
Muy unido a sus hijos, como la piña que siempre fue el clan pujolista, piensa pasar el verano en su casa del pirineo gerundés de Queralbs, dónde los recuerdos de su mujer, la influyente y temida Marta Ferrusola, le abruman. A diario le visitan Oriol, el delfín destinado a sucederle, el «hereu» destronado por la corrupción y el escándalo de las ITV, y su hermano Jordi, quienes pisaron la cárcel y dejaron una estela de chapuzas financieras que echaron por tierra el legado político de su padre. Según personas cercanas a la familia, le obsesiona mucho deslindar su gestión política de las cuentas secretas en Andorra, el calvario judicial y los turbios asuntos de sus hijos, que atribuye a traiciones y deslealtades. «¿En qué momento me equivoqué?», les preguntó hace días a un grupo de empresarios. «President, no lo dude, en la elección de su sucesor, Artur Mas», fue la respuesta.
Quienes le frecuentan insisten en que se reivindica como un hombre de Estado, hábil negociador con los presidentes Felipe González y José María Aznar. Con la cabeza en su sitio, cojea levemente y se apoya en un bastón con gran mejora de su sordera. Quien fuera el President venerado, héroe para unos, villano para otros, aún resurge del olvido.