Pakistán
Fanatismo contra la Cruz
Una de las consecuencias del auge del radicalismo islamista encuentra algunas de sus aristas más sangrantes en la persecución que están sufriendo las minorías cristianas en algunos países. No sólo son amenazados por profesar su fe, también sus vidas corren peligro ante la mirada complaciente de algunos estados que amparan y avalan con sus leyes cualquier tipo de represión, incluida la pena de muerte si es necesario. Durante estos días, LA RAZÓN está publicando el testimonio de Asia Bibi, una cristiana de 45 años que ha sido sentenciada a la horca en Pakistán porque, según el mulá Muhammed Saalam, había «blasfemado» contra el Profeta y el Corán. De más está decir que este proceso judicial se ha desarrollado sin unas mínimas garantías judiciales. Éste es sólo uno de los ejemplos de cómo los cristianos están siendo acorralados con saña, hasta lograr su desaparición en muchos rincones del mundo. Ser cristiano en muchos estados es vivir en una situación de extremo riesgo. El pasado 31 de octubre, en Bagdad, Al Qaida realizó un ataque contra la Iglesia Católica Siria con el balance de 52 muertos. En países como el citado Pakistán, Irán, Irak, Egipto, Somalia, Nigeria, Sudán, Indonesia o China, por citar sólo algunos, malviven por profesar su fe tanto en el ámbito público como en el privado. En el informe sobre libertad religiosa publicado por la Comisión de Conferencias Episcopales (COMECE) se denuncia que al menos cien millones de cristianos son perseguidos en el mundo. En las sociedades de los citados estados son considerados ciudadanos de segunda, a los que se les niega unas condiciones de vida y un trabajo digno sólo por vivir con coherencia y sin ocultar sus convicciones religiosas.
Articular una respuesta eficaz y coordinada para atajar esta violación sistemática de los derechos humanos no es fácil. Los asesinatos y las vejaciones a los cristianos se suelen producir en países con un déficit endémico de democracia y, como consecuencia, con un desprecio absoluto a los principios más elementales y a la libertad religiosa. Esta situación se agudiza si, como en el caso de Asia Bibi, se vive en una sociedad donde una confesión mayoritaria doblega al resto, como ocurre en Pakistán.
Ante esta situación la comunidad internacional debe expresar una condena contundente además de hacer saber a los estados que estas prácticas que ellos mismos amparan no pueden quedar impunes. Es difícil asumir que la publicación de unas viñetas sobre Mahoma provoquen un desencuentro virulento entre Occidente y los países musulmanes y que la matanza de cristianos no merezcan ni siquiera una protesta formal, salvo en el caso de El Vaticano. La represión y la intolerancia religiosa, en especial hacia las comunidades cristianas, está alcanzando unas cotas que no pueden ser asumibles por parte de las naciones democráticas. Si la única acción es mirar hacia otro lado, con nuestro silencio estaremos alentando y legitimando al fanatismo islámico con las trágicas consecuencias ya conocidas.
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