Asturias

Cena en Palacio

La Razón
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Visita oficial del Presidente de los Estados Unidos a España. El Rey le ofrece, como es norma, costumbre y recibo, una cena de gala en el Palacio Real. Los invitados, que ya han saludado a los Reyes y los señores Obama, aguardan en el maravilloso comedor de Palacio la llegada de los altos mandatarios. La ministra de Sanidad, algo separada de los lugares preferentes por recelo de lenguaje, le comenta a su compañero de mesa: «Hace un calor de cojones». El compañero de mesa, que es americano, asiente con educación. Como ella repara que no ha entendido bien su mensaje, insiste en inglés. «Hace un calor de eggs». El compañero de mesa vuelve a asentir con educación.

La ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, conversa con Rubalcaba. –Presidente, siempre a tus órdenes–. Rubalcaba le devuelve la cortesía. «Ya sabes, Trini, que nunca te dejaré sin enchufito». Ella revolotea. Hacen su entrada en el comedor de gala los Reyes, el Presidente de los Estados Unidos Barack Obama y señora –doña Michelle–, y los Príncipes de Asturias. La ministra de Sanidad se abaniquea con un paipai aventador ilustrado con monumentos de Benidorm. Y le insiste a su vecino de mesa. «Mucho frío fuera, pero aquí, calor de cojones». El vecino, aterrorizado, le concede la razón.

Finalizada la cena, la señora de Obama, ignorante de las leyes españolas, abre el bolso, rescata un cigarrillo, lo enciende y pega una de esas caladas que sólo se admiten durante el café. Una de esas caladas que se tragan hasta las uñas de los pies. El Rey observa. Trinidad Jiménez se dirige al Presidente del Gobierno en funciones, Pérez Rubalcaba. El titular de la cosa, Zapatero, así como su esposa, se han disculpado por no asistir a la cena con una nota a su Majestad. «Señor, la verdad es que en estas cenas lo pasamos fatal con el idioma. Y para el tiempo que nos queda, ni a Sonsoles ni a mí nos compensa el mal rato». El Presidente en funciones se lo cuchichea a un camarero. «Dígale de mi parte a la señora de Obama que no se puede fumar». El camarero, algo desobediente, pero respetuoso, responde al Presidente del Gobierno en funciones. «Señor Rubalcaba, que se lo diga doña Leire Pajín».

La ministra de Sanidad, apoyada por la mirada intensa de doña Trini, se incorpora y llega hasta la zona presidencial. «Señora Obama, no se puede fumar aquí. Salga inmediatamente a la calle». Mientras le dice esto, la ministra le ha arrebatado de entre los dedos a Michelle Obama el cigarrillo y lo ha apagado en los posos del café. Muerta de miedo, Michelle Obama se disculpa ante el Rey y acompañada de dos delatores del Gobierno atraviesa los salones del Real Palacio, alcanza las escaleras y sale a la Plaza de la Armería, donde ha sido instalado un cenicero de emergencia. La señora de Obama enciende otro cigarrillo y lo fuma entre los conductores y los escoltas. Cumplido el vicio, los delatores la devuelven sana y salva al comedor de gala. Uno de ellos se sincera con ella: «Ya puede darse con un canto en los dientes por ser la señora de Obama, que a otra cualquiera nos la llevamos a Comisaría».

Leire Pajín, al cerciorarse del retorno de la señora de Obama se dirige al invitado de siempre, que no ha abierto el pico en toda la noche. «Aquí en España las leyes se cumplen por mis cojones». El invitado asiente. Al día siguiente, la ministra de Exteriores resume la visita oficial. «Ha sido un completo éxito». Simultáneamente, la embajada de los Estados Unidos comunica la ruptura de relaciones. Se trata de una fábula, pero las fantasías se cumplen.