Murcia
Cambio constante
Desde finales del siglo XIX, nuestra concepción del mundo pasó de ser fija y estable a convertirse en algo mutable y en perpetuo cambio. Sin lugar a dudas, la evolución de la tecnología ha contribuido más que ninguna otra cosa a esa sensación de mutabilidad y transformación constante. Cuanto más avanzada, más rápido cambia. Eso hace que muchas veces, ni siquiera podamos desarrollar rutinas o hábitos frente a los dispositivos o sistemas tecnológicos. En cuanto hemos aprendido o interiorizado algo, nos los cambian y tenemos que readaptarnos a los nuevos procedimientos y herramientas. No hay tradición en la tecnología. Allí no se cumple esa ley popular según la cual si algo funciona, no hay por qué hay cambiarlo. No. En la tecnología las cosas tienen que cambiar aunque funcionen bien, aunque cumplan a la perfección con su cometido y no se requiera nada más de ellas.
Y es que, en nuestros tiempos hipermodernos, el cambio lo es todo. Las cosas no pueden estar paradas en el mismo lugar sin que se considere que se han estancado. Ya lo observó Walter Benjamin: se trata de la moda, la representación del tiempo moderno por excelencia. La necesidad de que las cosas cambien aunque sigan sirviendo para su fin. Y en el capitalismo eso se llama obsolescencia programada, la exigencia de la perpetua renovación de la mercancía. Ambas cosas se dan cita en la tecnología contemporánea. Y bajo la idea de una confortabilidad perfecta y una mejora constante nos hacen ir cada día modificando lo aprendido y volver a aprender, a sabiendas que ese aprendizaje siempre será efímero. Porque todo cambian aunque no se sepa muy bien para qué. Porque el camino de la tecnología es de una sola dirección. Y allí no hay pausas ni finales.
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