Pekín
Los errores de la empresa propietaria de Fukushima avergüenzan a Japón
Tepco cometió fallos al medir la radiactividad y actuó tarde para no dañar los reactores. Sus trabajadores no tienen equipos adecuados
Si hay algo en lo que las empresas japonesas suelen resultar imbatibles es en su nivel tecnológico, en su respeto a las normas y en su precisión. La Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco), firma responsable de la central de Fukushima, está demostrando una incapacidad asombrosa en los tres campos: una suma de negligencias que resulta más bien inquietante, teniendo en cuenta que es precisamente de Tepco de quien depende el desenlace, aún en el aire, del peor accidente nuclear desde Chernóbil.
En lo que va de crisis, Tepco ha cometido al menos dos errores garrafales (y consecutivos) en las mediciones de radiactividad, ha sido incapaz de equipar a sus trabadores con suficientes medidores portátiles de radiación y con calzado que les proteja del agua contaminada; ha reaccionado tarde en los momentos clave por miedo a dañar las instalaciones y ha informado de manera «ineficaz» y con «retrasos graves», expresiones utilizadas respectivamente por el Gobierno y por la Organización Internacional de Energía Atómica. Además, su presidente, Tsunehisa Katsumata, ha permanecido ausente desde el principio. En definitiva, más que un gigante energético que abastece a un tercio de los hogares japoneses, Tepco parece un taller de chapuzas con un presupuesto raquítico.
Avalancha de acusaciones
Las negligencias de la compañía sacaron ayer de quicio nuevamente al Gobierno y a la Agencia de Seguridad Nuclear japonesa. El portavoz de esta última institución, Hidehiko Nishiyama, denunció como «extremadamente lamentables» los nuevos errores en las mediciones del agua radiactiva, debidos, al parecer, a fallos en los programas con los que se efectúa la medición. «Tepco se enfrenta a una situación muy grave y no está logrando responder a las expectativas de la gente», insistía Nishiyama, en la crítica más dura de cuantas ha recibido la empresa desde el terremoto y el posterior tsunami que dejaron inservibles los sistemas de refrigeración de la planta nuclear.
La avalancha de acusaciones llega después de que el diario «Mainichi», uno de los más prestigiosos de Japón, insistiese el jueves en que el Gobierno está pensando hacerse con el control de la compañía, un rumor que ha sido recurrente desde hace más de una semana. Y algo que podría materializarse en breve, con una inversión de capital suficiente como para convertir al Estado en accionista mayoritario, aunque sin superar el 50 por ciento de participaciones para evitar una nacionalización que no le interesa por el momento a Tokio.
A pesar de que sus portavoces se precipitaron a enfriar la noticia, asegurando que no ha recibido ofertas, analistas consultados por la prensa japonesa dicen que la inyección de liquidez es la única manera de salvar a Tepco de la bancarrota, un escenario que podría complicar el desenlace de la crisis.
Echando un vistazo a la hemeroteca, se descubre un largo expediente de irregularidades y escándalos. Sin ir más lejos, días antes del terremoto sus directivos reconocieron haber falseado informes de seguridad. Incluso en plena crisis nuclear la prensa nipona revelaba que no se habían realizado las revisiones protocolarias en más de 30 piezas, entre ellas el famoso sistema de refrigeración de los reactores.
Ayer, los trabajadores se esforzaban por drenar el agua radiactiva que inunda los sótanos de las turbinas y probaron la nueva medida anunciada el jueves, regando los escombros con unas resinas que deberían mantener los materiales radiactivos pegados al suelo.
El mar no se tragó a todos
Soldados japoneses y estadounidenses empezaron ayer una batida de tres días, un nuevo esfuerzo por localizar a las miles de víctimas que continúan en paradero desconocido tras el tsunami. El número de muertos supera ya los 11.500 y los desaparecidos ascienden a 16.500. Los equipos de salvamento creen que personas que aún no han sido encontradas podrían estar vivas, en casas de parientes en otras ciudades. Se da por hecho, pese a todo, que a la mayoría de los que faltan se los ha tragado el mar.
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