Cuba
Revolución en la revolución
Pronunció el discurso en la Universidad de La Habana. Duró cuatro horas y media. La crónica de «The New York Times» subrayó que, mientras la URSS empezaba a introducir modificaciones capitalistas en su sistema, Fidel se distanciaba apostando por el control total de las actividades económicas. Trece de marzo de 1968. El líder cubano anunció la completa eliminación del sector privado, incluyendo comerciantes, vendedores ambulantes y artesanos. «Los propietarios de empresas son contrarrevolucionarios», sentenció, «suprimirlos es un paso adelante en el camino del comunismo puro cuyo objetivo final es la desaparición del dinero». Se fumó un puro y se quedó tan ancho. Cuarenta y dos años después de aquel formidable avance revolucionario, la Central de Trabajadores de Cuba –sindicato único ocupado en defender el puesto de trabajo de Fidel y punto– informa a los cubanos de su obligación patriótica de aplaudir el despido de medio millón de empleados del Estado. Conforme a la nueva interpretación de los principios fundamentales del movimiento, el sindicato explica que las plantillas infladas e improductivas han lastrado la economía cubana, que los subsidios excesivos deforman la actitud de los trabajadores y que hay que revisar a la baja los salarios. El pago que percibirán los despedidos será de un mes por cada diez años trabajados, es decir, tres días por año. Eso sí es abaratar el despido, Gaspar; no habrá prestación de desempleo, Willy, para quienes se queden en el paro. A cambio, anuncia Raúl la buenanueva de la apertura a la iniciativa privada (no extranjera, sino cubana). Los emprendedores ya no serán vigilados ni perseguidos. Autónomos y pymes dejan de ser traidores para emerger como esperanza blanca de la patria. Mientras la televisión única da la matraca con efemérides a mayor gloria de Fidel, el país que comanda desde hace cincuenta años se va asfixiando. Los cubanos –experiencia ya tienen– van a seguir buscándose la vida, pero alentados ahora por un régimen decrépito que se desmonta a sí mismo como un mecano. Nadie espera que Fidel admita que la responsabilidad de haber llegado hasta aquí es, sobre todo, suya. No admitirá que, hace cuarenta años, él y su hermano la cagaron. No es propio de Fidel asumir su histórica miopía, mucho menos disculparse con la sociedad que ha estrangulado. La persecución de los homosexuales se produjo porque él no estuvo atento; estaba en otras cosas y, al pobre, se la colaron. El fracaso económico de Cuba es consecuencia del enemigo exterior, el bloqueo, la sumisión europea al yankee malvado. La libertad no cabe en Cuba porque nada hay más libre que un buen castrista disciplinado. El cinismo de los dictadores visionarios no conoce medida. Tan revolucionario fue en el 68 nacionalizar los comercios como lo es ahora desnacionalizarlos. En la Revolución no hay marcha atrás. Es un modelo en actualización constante. El hermanísimo se mete al paritorio para alumbrar su nueva criatura: la revolución de la Revolución. De tanto actualizar el sistema, Fidel acabará inventando el capitalismo y aun reclamará al mundo su autoría. El modelo cubano, en efecto, ya no sirve. El modelo, comandante, eras tú.
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