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Molestias por María José Navarro

La Razón
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Tengo yo un amigo que ha acuñado una variante de aquella frase de Federico II de Prusia que se suele usar para definir el despotismo ilustrado: «Todo para el pueblo, pero a horas distintas a las mías». El pueblo, efectivamente, resulta molestísimo, hay que reconocerlo. El español, de manera particular. Seguro que no les es extraña esa sensación de vergüenza ajena que le abraza a uno cuando se topa por ahí fuera con diez paisanos juntos. Además de que es imposible modularles el tono de voz de manera que no se llame la atención en las plazas públicas ni se vocee cerca de los pabellones de descanso, rara es la oportunidad en la que el grupo no llame la atención también por saltarse una norma a sabiendas y celebrarlo con el estilo de Barragán, el de: «No te rías que es peor». El pueblo es así, muy majete, soberano y tal, pero gritón, llamativo, y muy proclive a ponerse una montera y un tricornio para salir en la tele. El pueblo, últimamente cabreado y harto, sale a la calle sin mirar. Da lo mismo si cae un palomo atorrante que ahí está el pueblo, dándolo todo. En algunos puntos pueden ser sólo unos cuantos, en otros la cosa es más numerosa. En determinados lugares son funcionarios, en otros, una mezcla de todos. A Marta Sánchez le pilló una de éstas mientras ella transitaba en su cuco utilitario y la reacción le ha valido que la pongan como un trapo. Lejos de cargar más la mano para atizarle, digamos únicamente que la cantante no ha hecho más que constatar que aquí ya se considera inaceptable salir a defender lo propio. En esas estamos, queridos.