Cataluña
La boda de Marta Ortega creará escuela por Jesús MARIÑAS
Pese a su discreción, de la que muchos deberían tomar nota –ya no digo nada de la ausencia de exclusivas bien «pagás» como la del duque de Feria, que sigue viviendo de aquello mientras su hermano vapulea el apellido sobre todo de madrugada–, sigue hablándose de la boda coruñesa de Marta Ortega.
Ellos optaron por la sobriedad frente al carnavalesco enlace toledano, muy de «El Greco», de Rafael Medina con Laura Vecino, que se cree la más. Aún le costará subir el listón al que le falta genética y chic, no es mamá Nati la imborrable.
En La Coruña –así llamamos los herculianos a nuestra ciudad pese a que políticamente intentan galleguizarla– recuperé la fe en los buenos corazones, en lo que Cataluña llama «seny» y de la que Amancio Ortega es pieza excepcional. Vi a su sobrino Juan Carlos Cebrián recién llegado de Estambul, un lujo para el sentir cómo el salpicón de mariscos del Monte San Pedro, que posee la mejor perspectiva urbana, las flores que recuerdan el reciente accidente en la playa del Orzán donde reposa la pobre mamá siempre en remojo, y los cuadros que inmortalizan zona tan bravía hechos por Rosa Lafuente con aire Hockney. Cuelgan entre empanada de centolla y queso de tetilla en la antigua Casa Jesusa, recuperada con aire bullanguero repleto de mascaritas. Que La Coruña tiene un carnaval que para sí quisieran otros, bullicio en la ruta, jolgorio callejero desde los Cantones –nada que ver con lo que fueron semi aplastados por el gigantísimo arquitectónico–, los sitios de mi infancia, ¡ay!, y tránsito imparable hasta la calle de la Torre.
Tiempo espléndido, cordialidad ante la que nadie es forastero con mimosas, camelias y hambre de lluvia, quién podría suponerlo en terra meiga tan lluviosa. Recorrí en Panaderas la casa y museo de Santiago y María Casares, fui el excepcional visitante de la pareja, eran íntimos de mi abuela Manuela cuando la trágica sólo era Vitoliña en la familia. Magnífica calidad de vida que Iberia torpedea al ser actualmente la única compañía que vuela directa, muchos invitados tuvieron que hacerlo por Vigo o Santiago, que resultan más accesibles en servicio y precio. Flaco favor el de la compañía más estrellada que estrella al pueblo coruñés, hay que encogerse de hombros. Y hablo de historiar porque el enlace Ortega-Álvarez no fue bodón, ni bodorrio ni bodaza. Tan sólo una simple sin aparato pero bien montada. En todo momento se buscó la discreción típica de don Amancio, que, mangas arremangadas, pasea por su ciudad con la mayor tranquilidad consciente de cómo lo respetan, veneran, y causa admiración ante lo creado desde su primer empleo como dependiente de unos grandes almacenes de San Andrés.
Retomé las Casillas betanceiras con su tortilla sin cuajar imposible de imitar, tomé filloas típicas de Carnaval como las orejas, pero sin transformarlas en crepes endulzados o llenos de pringue. Comparé el cocido gallego con el madrileño y ganamos en variedad cárnica aunque los garbanzos son menos sabrosos, y me relamí con algo tan simple como el bacalao a la gallega con una simple ajada.
Lo de Ortega en La Coruña creará, o eso deseo, escuela de buenas costumbres, escasa ostentación y nulo provecho económico. Igual que al llevar Zara a 80 países, y ha sido como de lo que no se estila, como las flores en el pelo de María Dolores.
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