Abrumador maratón Mahler

Maratón Mahler en Madrid, con tres de sus sinfonías largas en tres días. Es lo que tienen los aniversarios, aunque el compositor no esté tan de moda entre nosotros como cuando Frühbeck de Burgos nos presentó el ciclo completo de sus sinfonías. Ha llovido mucho, y ya se puede escribir lo que entonces afirmó Antonio Fernández Cid escandalizando a los más fanáticos seguidores de Mahler: una de sus características es el eclecticismo integrador con un serie de idas y venidas, a veces retóricas, a veces banales.

Queda muy patente cuando se escuchan las tres obras, como resulta patente que la Orquesta Nacional puede tocar bien, alcanzar un nivel más que satisfactorio y, sin embargo, quedar desnuda frente a otra agrupación. Es lo que ha sucedido este fin de semana. Josep Pons planteó un lectura voluntariosa de la «Tercera», ordenada, con bastante tendencia al mezzoforte, pero en la que hacía falta algo más para sacar el jugo de segundo y tercer movimientos, y mejores mimbres en la cuerda para empezar el último con mayor sutileza.

Arquitecto de sonoridades
Si la tercera habla de la naturaleza para acabar en el «más allá» y la segunda nos hace resucitar, la sexta se vuelve más conceptualmente musical, más feliz a pesar de las trágicas premoniciones de su allegro final. Thomas dirigió segunda y sexta economizando gestos, sin partitura y sin batuta en el concentrado andante de la sexta. Es un magnífico arquitecto de sonoridades, especialmente cuando cuenta con una orquesta de inusual brillantez como es la Sinfónica de San Francisco, de sólida cuerda grave –excelentes los contrabajos–, imponente percusión y apabullantes metales.

Los de San Francisco no cuentan entre la media docena de conjuntos de referencia del mundo, pero en muchos sentidos están entre ellos. Lo que a su titular desde 1995 le falta es un punto más de calidez, tendiendo más a la extroversión efectista que a la concentración. En cualquier caso, dos estupendas versiones. En la segunda sinfonía colaboró magníficamente el Orfeón Donostiarra, desde el etéreo pianísimo inicial del coro femenino al forte final. Algo por debajo en nivel quedaron Claycomb y Karnéus, mientras que Sara Mingardo sobresalió con la ONE en un repertorio un tanto lejano al barroco al que acostumbra.