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Objetivo: parar España

La escena que se persigue es la de la Gran Vía de Madrid en la película «Abre los ojos» de Amenábar. Un día soleado, una calle vacía, como si todo el mundo hubiera desaparecido. O mejor, estuviese en huelga. El próximo miércoles a los grandes sindicatos les gustaría revivir la imagen de Eduardo Noriega y Penélope Cruz, aunque saben que es un imposible.

Objetivo: parar España
Objetivo: parar Españalarazon

Algo menos utópico sería acercarse al mítico 14 de diciembre de 1988, cuando el movimiento en las calles se ralentizó o apenas existió porque la gente no tenía prisa y estaba expectante, ilusionada o temerosa por la primera huelga general contra el partido socialista. Lograr algo así el 29-S es complicado: España tiene experiencia en huelgas, se ha perdido el factor sorpresa y ha cambiado la vida.

Ahora nadie piensa que la televisión puede dejar de emitir, como sí ocurrió aquella vez. «Había una sola cadena y ahora tecnológicamente no es lo mismo. Es imposible», cuenta Rodolfo Benito, de Comisiones Obreras. El efecto de l apagón televisivo influyó en la actitud de la gente. Se fue el sonido, después la imagen, y apareció la carta de ajuste.

En el repetidor de Navacerrada cortaron. Se apagó. Un mundo sin televisión es como si hubiese llegado a su fin. Era una invitación, un obligación, de ir a la huelga. Sucedió hace 22 años. Hoy con tantas televisiones, con la TDT, el paso más importante para dejar en off a España no se puede realizar y los sindicatos tienen que buscarse otro modo para dar la impresión de que el país no quiere trabajar.

Rodolfo Benito, que estaba en Madrid, en Comisiones, durante 1988, distingue entre dos tipos de paro: el laboral y el ciudadano. Unir los dos es un éxito total, que sólo se dio una vez y que no se va a volver a repetir: «La gente puede salir a la calle y moverse, pero eso no significa que vayan a trabajar. Una cosa es lo que ocurre en las fábricas y oficinas y otra lo que sucede en las calles. La huelga puede ser un éxito y no notarse en el tráfico». Pero el efecto de un país que da la sensación de estar detenido es determinante. Es más fácil tomar la decisión de hacer huelga si se va acompañado o si el ambiente acompaña. Si en un polígono industrial, los trabajadores de una fábrica paran es probable que otros se unan. Si un asalariado ve que las televisiones no emiten, puede que se lo piense.

En los sindicatos aseguran que se juegan casi todo en las primeras horas del miércoles. Lo que suceda desde las 6:00 hasta las 10:00 va a marcar el resto del día: si España se detiene o sigue con sus rutinas. Por el ajetreo de la calle la gente va a comprobar si hay vida económica y, antes de eso, los promotores de la huelga calibrarán su éxito: si han parado los servicios de limpieza y la ciudad está con los cubos de basura al aire o reluciente; o si en Mercamadrid ha habido mucho movimiento o apenas se han producido intercambios.

«Es fundamental detener primero el transporte y los servicios públicos, además de la televisión y la industria», dice Diego Cañamero, del sindicato andaluz SAT. Que a las seis de la mañana, los que bajen al metro descubran que no pasan trenes, que los cercanías nunca llegan. Para eso hay que convencer a los maquinistas y a los trabajadores mediante las asambleas de los días anteriores. O si no, esa noche, de madrugada, cortar la catenaria para que los vagones nunca arranquen.

Los trenes, junto a los autobuses, son básicos. Oficialmente los sindicatos declaran que para evitar que los autobuses circulen la única presión va a ser la de los piquetes informativos, que se van moviendo de un lado para otro, avisados de dónde se está trabajando. También por la noche habrá habido asambleas informativas con los trabajadores de los turnos de noche. Es probable que los mandos de los sindicatos se pasen la noche en blanco por la tensión y por su trabajo. Hablan de convencer, «porque las huelgas forzadas no valen para nada. No creo en eso», dice Diego Cañamero. Aunque algunos sin querer dar su nombre, también hablan de pequeños sabotajes y de madrugones para pinchar las ruedas o quitar el tornillo fundamental para que una máquina funcione. Y más tarde, ir a las cocheras para convencer a los que quieran trabajar subiendo el tono de voz y de los insultos.


Autobuses escolares
Parados el metro y el autobús, otro objetivo fundamental es detener los autobuses escolares: si los niños no pueden ir a clase, obligan a los padres a quedarse en casa o a llamar a los abuelos o a buscar desesperadamente un canguro. Lo importante es crear una sensación de caos, que a quien tenga dudas sobre la huelga, las circunstancias no le den opción.
Un sindicalista avisa de que muchos trabajadores pueden encontrar dificultades si las cosas transcurren como las organizaciones obreras desean. Lo mejor, dice, es confirmar a la empresa que se va a ir a trabajar, para que en caso de fuerza mayor, no se descuente el día en la nómina del mes.

Porque una vez detenidos los medios de transporte, la confusión debería trasladarse al tráfico. Los que habitualmente utilizan el servicio público para moverse, se verán obligados a coger el coche y aguantar horas y horas de atasco. Eso puede obligar que, pese al metro, el autobús y los niños en casa, los que insistan en ir a trabajar se den por vencidos cuando al doblar la esquina vean el tráfago de coches.

«Cuidado con los clichés –advierte Rodolfo Benito–. Es verdad que es más fácil visualizar una huelga por los transportes, pero que haya mucho movimiento puede que no sea indicativo. Yo miraría más el gasto de electricidad durante ese día. A lo mejor el transporte funciona y en realidad la huelga es un éxito».

Los sindicatos son conscientes de que los tiempos han cambiado y las redes sociales han simplificado el trabajo y han dificultado los paros. A muchos profesionales no les hace falta moverse para trabajar. «El teletrabajo nos hace enfrentarnos a una huelga más compleja», reconocen en Comisiones Obreras. Pero también tienen más facilidades para maniobrar. Cuentan las crónicas que en el 14-D dos taxistas de Madrid iban informando a los piquetes sobre los establecimientos que abrían. Ahora es todo más sencillo: los sindicatos abordan a más gente por medio de los correos electrónicos, se comunican con más rapidez y llegan antes a los establecimientos abiertos.

Y si al fin, superado el metro, el autobús, los niños en casa y el atasco, los más tozudos han llegado a la puerta de su oficina, el último paso, el definitivo, es la clásica silicona. Al igual que se ha madrugado para detener los transportes, también se madruga para cerrar las puertas de los trabajos. «La silicona es un pegamento muy fuerte que hace que se forme un bloque y que la cerradura sea imposible de abrir. Obliga a llamar a un cerrajero», cuenta un sindicalista, que ha vivido alguna huelga.

La silicona es lo más conocido, pero no es lo único. Los típicos palillos que se usan para limpiar la suciedad entre los dientes son increíblemente útiles. Y, como si fueran McGyver en sus buenos tiempos, algunos sindicalistas hacen maravillas con los chicles. La última opción desesperada para detener el trabajo en las oficinas es encadenarse a ellas. Lleva más tiempo, pero el ruido mediático que se consigue es inigualable: hasta que no llega la policía y corta los candados, no hay quien entre. Y, entonces, sí se habrá parado España.