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Lecciones atómicas

La Razón
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Con todas estas cosas que están pasando a la vez, casi se nos ha olvidado que en Japón ha habido un tsunami que se ha llevado por delante la vida de mucha gente. Ahora miramos más hacia Libia, que tampoco es de extrañar, porque al fin y al cabo estamos viviendo muy cerca de nosotros una guerra.

Una guerra vestida de intervención internacional bajo mandato de la ONU, con traje francés, bolso americano, zapatos italianos y boina española, pero que, una vez desprovista de todo ropaje, se queda en guerra. En guerra monda y lironda, guerra de buenos contra malos en la que no nos queda muy claro quién es el bueno porque casi ninguno nos parece el vecino ideal. Pero nos fijamos más en Libia que en Japón, y cuando volvemos la vista hacia Oriente es más para ver cómo va la planta nuclear que para pensar en la gente que se ha llevado la ola. Y es normal también, aunque, por cosas de la distancia, tengamos esa rara sensación de asistir a la lucha tras un cristal blindado, como el que observa el momento en el que alimentan con pescado vivo a los tiburones del acuario, atento al desenlace trágico creyendo que uno no se va a salpicar.

Los que no han querido observar sin mojarse son esos trabajadores jubilados de la planta nuclear que se presentaron voluntarios, esos héroes. Buenos días, somos los jubilados: sabemos de esto y no somos capaces de estar en casa sin hacer nada, sin ayudar. Ustedes creen que sólo valemos para jugar al dominó y cuidar de los nietos, pero se equivocan; somos mucho más útiles que otros, menos fuertes pero más templados, menos rápidos pero más expertos. Para cuando la radiación haya hecho efecto seguramente nos dé igual, así que traiga Vd. esa manguera y apártese.

A una, que tiene miedo a todo, estas cosas la paralizan, la asombran. Porque una no sólo tiene miedo a la amenaza nuclear, también a este mundo profesional en el que los mayores de cincuenta años rara vez encuentran el sitio que merecen. Y porque en una situación como la que viven en Japón una se habría quedado perdida, sin norte, buscando una referencia, alguien próximo capaz de no perder los papeles y buscar soluciones cuando los mejor vestidos huyen. Miren por dónde ese alguien existe y no es un super-héroe de abdominales esculpidos y ceja depilada, sino unos jubilados, generosos como santos y valientes como héroes. Lecciones desde Japón, lecciones para casos de desastre nuclear y para la vida en general. Gracias.