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China: los nuevos amos

La Razón
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Es un tema que viene de largo, el espectacular crecimiento de China desde que en 1978 se diera un giro radical en su política económica, para abrir el país a las cuatro modernizaciones: una agricultura más libre, suprimiendo la colectivización de las comunas; una industria más activa, incorporando la iniciativa de emprendedores privados; un avance decidido en nuevas tecnologías; y la modernización a fondo de las fuerzas armadas.

La ejecutoria de ese programa esbozado hace 33 años ha hecho que China se convierta en la segunda potencia económica mundial, sólo detrás de EE UU y ya precediendo a Japón. Para, de hecho, constituir, como tantas veces se dice, «la fábrica del mundo». Con un recorrido por delante, todavía, de enorme potencial, pues de sus 800 millones de trabajadores, por lo menos 250 millones permanecen aún en la agricultura, en espera de incorporarse, la inmensa mayoría a actividades industriales y de servicios de productividad muy elevada.

Desde 1978 el PIB en términos reales de China se ha multiplicado por 17, situándose ahora en unos siete billones (de 12 ceros) de dólares, algo más ya de la mitad de esa macromagnitud en lo que respecta a EE UU; con la previsión de que para 2020 el producto nacional chino, en términos de paridad de poder adquisitivo, superará al estadounidense.

Las bases de ese crecimiento exponencial, se comenta casi siempre, son los bajos salarios, pero hay mucho más que eso: productividad en ascenso continuo, mejor preparación de la fuerza de trabajo, inversiones extranjeras, ahorro interno del 40 por 100 del PIB, aplicación de las últimas tecnologías disponibles, y una capilaridad de poblaciones chinas asentadas en los cinco Continentes, que actúan con un gran sentido étnico-patriótico.

Esa presencia china, cada vez más evidente, en el mundo, radica en la escala demográfica: pues la población de la República Popular, de 1.350 millones de almas, es un alto múltiplo de los censos de Japón, diez veces, de Rusia, 8,5, de EE UU 4,4, de la Unión Europea 2,5, y de África 1,2. Con grandes expectativas de crecimiento todavía, a pesar de la «política del hijo único», que ha tenido para toda la población del orbe el gran efecto de que entre 1978 y 2010 no aumentara el stock demográfico mundial en 400 millones de chinos. La reciente visita de Hu Jintao a EE UU para conversaciones con Obama ha puesto en escena la idea de que China es una potencia que ya puede hablar a Washington D.C. de tú a tú. Algo perfectamente lógico, si se recuerda que China y EE UU viven en auténtica simbiosis-económico-financiera, por los flujos comerciales y de deuda pública, pues si EE UU es el principal mercado de la «fábrica del mundo», China es, como dijo el propio Clinton, el banquero de la Unión norteamericana. Todo ello en el contexto de que China presta a los países en vías de desarrollo más que el Banco Mundial; teniendo, al tiempo, una presencia en los mercados de crédito soberano mayor que la del FMI. Últimamente, esas relaciones de las dos superpotencias, definen un G-2, que cabe denominar Chin-USA (con mayor pertinencia aún que la pretendida Chindia asiática). En cuya interacción están expandiéndose dos temas nada nuevos pero con carácter primordial: el creciente poderío militar de China, y los derechos humanos.

En lo primero, los avances del Ejército de Liberación Popular no dejan de ser más que evidentes, con nuevos cazabombarderos silenciosos, portaaviones atómicos, sistemas de misiles de largo alcance y crecimiento del arsenal nuclear. Un conjunto de sistemas que progresivamente irá cambiando la situación hegemónica de EE UU en el Pacífico y en Asia Oriental, áreas en las que el Gobierno de Pekín va tomando posiciones. Siendo de esperar que las relaciones Chino-norteamericanas no se enfríen por esa carrera armamentista; cuya moderación habrá que pactar algún día, como ya se hizo con URSS/Rusia.

En cuanto a Derechos Humanos, la reciente visita presidencial china a Washington D.C. ha sido más que expresiva, pues Hu Jintao se ha referido por primera vez a la circunstancia de que «en esta materia, queda mucho por hacer». Todo un principio de lo que podría ser una «larga marcha».

Como siempre, hay agoreros que aspiran a actualizar el pretendido «peligro amarillo», en vez de apreciar la gran oportunidad de que China adopte de manera efectiva, dentro de la comunidad internacional, los fundamentos que dice defender de armonía con todos los países del mundo, y de desarrollo científico para redistribuir los frutos de su crecimiento económico En ese sentido, Obama tiene sobre China sensaciones diferentes de las que lució George W. Bush, de quien se recuerda todavía, en una visita de abril de 2008 de Hu Jintao a la Casablanca, el trato un tanto desdeñoso que le dispensó. Ahora las cosas van cambiando, al percibirse que si China hubiera adoptado una postura diferente durante la crisis económica todavía en curso, todo podría haber ido mucho peor.

En definitiva, estamos entrando en un nuevo escenario mundial, en el que las pretensiones hegemónicas de EE UU tendrán que irse modulando gradualmente, para aceptar una situación nueva con creciente influencia asiática en el orbe.