Oporto

Casillas Carbonero

La Razón
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Llevo un par de días escuchando discusiones en los bares, la cola del mercado y los mentideros de portería sobre la sustitución que hizo Del Bosque de Casillas en el partido contra Corea del Sur. Hay símbolos sagrados que no se tocan. Es como lo de prohibir a la Legión presentar armas en el Corpus o ciscarse en San Pedro, y San Iker no hay duda de que tiene sus fieles devotos que no sólo le adjudican milagros, sino que también tienen costumbre de pedírselos cuando amenazan tormentas de pepinazos entre los dos palos. De nada sirve que el entrenador siga diciendo que es el guardameta titular, porque la peña desconfía. Al final oigo a una señorona de mirada desencajada que mete monedas en la máquina tragaperras, que sentencia: «¡Eso es culpa de la Carbonero!». La Carbonero. Debo confesar que hace meses me intrigaba ver su nombre encabezando la lista de las visitas en internet, sin saber muy bien quién era. Al final la descubrí y lo comprendí todo. Es una morena clara de ojos verdes como mares paradisíacos y boca donde naufragar a besos, cuya ascensión meteórica en el habitualmente machista periodismo deportivo la ha convertido en la mujer más sexy y deseada de España. Que la fortuna ha llevado a parar a los guantes de Casillas.El influjo femeninoY aquí regresa el tópico que tanto nos gusta a los españoles sobre el influjo funesto de las mujeres en toreros y futbolistas. Sobre todo si tienen ojos de mujer fatal. Ahí está el mito de Lupe Sino y Manolete y el posterior de La Pantoja y Paquirri. Pero en cuestiones balompédicas, ya estamos acostumbrados a que los jugadores se dejen las pelotas con señoritas espectaculares. Sólo el tenista Feliciano López ha vuelto a revivirlo achacando su derrota a sus problemas con María José Suárez. El caso es que se empieza a calentar el esperado Mundial de fútbol y ya se abre el debate de si la Carbonero va a ir a cubrir el campeonato o a cubrir a Casillas. En todo caso, siempre podremos recurrir al dicho de que goles son amores, aunque sean en contra. Y si Casillas canta, qué demonios, siempre será canción enamorada.