Santander

La Duquesa y el Ímpetu de Cayetano

- Santander. Cuarta de la Feria de Santiago, se lidiaron reses con el hierro de Toros del Tajo y La Reina, complicados en cuanto a juego, el mejor el tercero. Lleno en los tendidos.- Morante de la Puebla, de tabaco e hilo blanco, pinchazo, media (pitos); estocada, descabello (ovación).- Francisco Marco, de rosa y oro, estocada (oreja); media estocada, descabello (saludos).- Cayetano, de azul marino y oro, estocada (dos orejas); estocada (palmas).

La Razón
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La Duquesa de Alba se cruzó media España para ver a Cayetano y al final ambos se fueron con el halago del pueblo. La barrera de la Duquesa fue tan buscada que antes de que saliera el sexto de la tarde se le obligó a saludar. Y lo hizo. Con qué desparpajo. Hay cosas que ni da la edad ni las quita. El cariño estaba demostrado. Las dos orejas se había llevado Cayetano en un alarde de valentía del palco presidencial. A todas luces sobraban. Con una estaba premiado el asunto. Que la historia había sido un camino de voluntad, de ponerse de rodillas para comenzar faena y de un quite, éste sí que tuvo razón de toreo bueno por gaoneras. Después hubo más de cara al público, por fuera, buscando gustar sin degustar, y cuando el animal, que se había dejado hacer, se fue a tablas, se dirigió también Cayetano a por la espada. Punteaba, quería coger el sexto, como los tres toros que cerraron el encierro de Joselito (El Tajo y la Reina). Un toro bueno, el tercero, entre un encierro variado, difícil a veces y de menos nota. Francisco Marco se las vio con el bueno y el comienzo de muleta tuvo saborazo, sobre todo en los cambios de mano. Sorpresón. Después se justificó, acompañó las arrancadas y compró el trofeo con la estocada. Tampoco se lo puso fácil el quinto, con las ideas tirando a malas. Esperábamos a Morante como agua en el desierto, pero no pudo ser. No acabó de meterse con la faena del primero, que tampoco acabó de romper y el cuarto no quiso, no pudo, no supo estar a la altura del torero. Lástima. Apenas tres o cuatro muletazos nos recordaban el inmenso placer que es ver torear, con mayúsculas.