Arte, Cultura y Espectáculos
De «afterhours» por Pedro Alberto Cruz
El sistema del arte ha terminado por sustituir al propio arte, al menos, así se desprende del ranking anual confeccionado por la revista «The Art Review» sobre las 100 personalidades más influyentes en este ámbito. La estructura de intereses –comisarios, galeristas, coleccionistas– ha devorado a los productores –o mejor, los ha ninguneado, despreciados por constituir el peldaño más bajo de la escalera. Resulta sonrojante, por no decir que un insulto a la inteligencia, descubrir en el número uno de esta lista a Carolyn Christov-Bakargiev, cuyo principal mérito es haber perpetrado la edición de Documenta intelectualmente más penosa y visualmente más plana que se recuerde. Reconozco que me declaro un insumiso de la pirámide de poder ampliamente aceptada en el seno del arte contemporáneo, y que me sitúo frontalmente en contra de la casta comisarial. En rigor, los «curadores» han conducido al arte contemporáneo a una situación de enfermedad casi irreversible. De hecho, a la circunstancia escandalosa de que el número de artistas representados se haya reducido a la mínima expresión –Richter, Koons, Sherman, Hirst, Baldessari y alguno más–, se suma el dolor de que sean muy pocos los teóricos y críticos reflejados en este extravagante y provocador «olimpo»: Slavoj Zizek y Boris Groys, quizá por la sonoridad de sus nombres. La conclusión es tan estremecedora como meridiana: el comisario no solamente ha usurpado el papel del artista, sino también el del teórico; el paradigma basado en la reflexión ha sido enterrado a varios kilómetros de profundidad –para que ni siquiera el potente sónar de los nostálgicos lo pueda detectar– y ha sido sustituido por otro tan mezquino como el de las influencias. No en vano, el curador no deja de ser una suerte de pope con la única y firme intención de fundar su propia «iglesia» de elegidos y salvados por la luz de su agenda de contactos.
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