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El voto hispano en EEUU

El voto hispano en EEUU
El voto hispano en EEUUlarazon

Uno de los factores determinantes en la elección de Barack Obama en las eleciones presidenciales norteamericanas de 2008 fue el masivo apoyo, del 67%, recibido de la población de origen hispano en contraposición al 31% obtenido por su adversario republicano John McCain. La cifra de 50.000.000 hispanos recogida en el último censo de población (2010) de EE UU representa un número de suficiente calado para dedicarle especial y singular atención en un ajustado proceso electoral. Además, la concentración demográfica del grupo hispano en los estados de California, Tejas y Florida, los que mayor número de compromisarios aportan (122), y en los «poco fieles» como Colorado, Nevada, o Nuevo Méjico (con 20), compensan con creces su baja incidencia (9%) en el computo total de votos emitidos, al compararla con la de electores «blancos» (76,3%). Al conocido factor de precisar la victoria en al menos dos de los tres grandes estados, ha comenzado a ser considerarse fundamental el hecho de que con un porcentaje inferior al 40% del voto hispano efectivo, resultará imposible para cualquier candidato ocupar el despacho oval.

A poco para el caucus de Iowa (3 de enero), que supone el verdadero pistoletazo de salida para las primarias republicanas que concluirán el próximo 27 de agosto en Florida, los candidatos de este partido con alguna posibilidad deberán tener muy presente todo lo relativo a la emigración. Para ser más precisos, afrontar el espinoso y controvertido tema de las recientes leyes migratorias, que están aprobando algunos estados, que propician deportaciones inmediatas e indiscriminadas. Arizona, en abril del 2010, abrió la Caja de Pandora y el gabinete de Obama no tardó en reaccionar impugnando la ley. Pero incluso más draconiana, casi inhumana, es laley HB56 de Alabama, aprobada el 9 de junio, que fue inmediatamente denunciada ante el Tribunal de Apelaciones por el Departamento de Justicia.

Las opiniones de índole económica, seguridad nacional, y política exterior, habían copado hasta ahora los debates televisivos; ninguno de los aspirantes «colocados» mostraba especial interés en aventurarse por el minado campo de las leyes migratorias. Fue Newt Gingrich, antiguo Presidente de la Cámara de Representantes (1995-1999) y artífice del famoso «Contrato con América», quien avivó la comparecencia televisiva del pasado 22 de noviembre, y convirtió el debate sobre la emigración ilegal y las deportaciones, en el tema estrella de la noche. El movimiento de Gingrich fue cuidadosamente estudiado, y ha logrado relanzar su candidatura en este disputado proceso electoral en detrimento de Romney. Y no parece que Gingrich esté dispuesto a retroceder un ápice. Bien al contrario, la repercusión mediática del debate, por mor de las deportaciones, ha sido la más importante de los celebrados hasta ahora, lo que parece avalar el éxito de su estrategia.

Gingrich esgrime argumentos de índole más sentimental que política. Enfatiza que un partido defensor de la familia, como es el republicano, no puede liderar actuaciones legislativas tendentes a la «destrucción» familiar, pues las nuevas leyes propician que los padres –emigrantes ilegales– sean expulsados, y sus hijos –nacidos en los Estados Unidos– puedan quedarse. Afirma también que no le importan las críticas recibidas por su «humanidad» en la aplicación de las leyes e intentó arrinconar a Romney exponiendo las contradicciones en las que ha incurrido en tan solo cuatro años respecto a los «ilegales». Romney apoyó en 2007 la malograda reforma migratoria Kennedy-McCain que pretendía proporcionar algún tipo de estatus legal a una población en torno a 15.000.000 de «sin papeles». Ahora, por el contrario, se opone a cualquier tipo de legalización de indocumentados, como expuso en el debate, porque tendría un efecto llamada y actuaría como «un imán para que vengan más».

Mitt Romney conoce de sobra los motivos que le hicieron desistir en las primarias del 2008 –llegó a ganar únicamente en 11 estados– en su disputa con McCain. Se cuestionaba su «verdadero conservadurismo» por haber sido gobernador del tradicionalmente demócrata estado de Massachusetts. Romney ha aprendido la lección y aspira a conseguir el apoyo de los votantes naturales del tejano Ron Paul, ideólogo del Tea Party, y de Michele Bachmann, también miembro del mismo grupo, quien parece tener pocas posibilidades aunque ha mejorado su imagen tras el reciente debate del día 10. En su aproximación al ala más conservadora, Romney ha variado sustancialmente su posición respecto a los indocumentados en los Estados Unidos, y ahora Gingrich, quien no necesita el aval de «conservador intachable», intenta segarle la hierba bajo los pies para hacerse con el voto de los menos radicales.

El demócrata Charles González, presidente del Caucus Hispano, no ha tardado en responder calificando de «preocupante» este espectacular giro de un firme candidato para enfrentarse a su jefe de filas en poco menos de un año. Es lo que marca el guión en un momento en que la población hispana está manifiestamente desencantada con Obama, y cuando tan solo el 26% de los «Garcías» –el apellido con mayor número de entradas en el registro de nacimientos el año pasado en los Estados Unidos– considera posible la reelección de Barack Obama.

José Antonio Gurpegui
Director del Instituto Franklin-UAH