Literatura

Barcelona

Las cornadas de la prohibición

Ha llegado la hora de la verdad: hoy se celebra en La Monumental de Barcelona la última corrida de toros. La afición de Cataluña se queda huérfana

Evangelista García piensa en jubilarse después de 28 años con un bar frente a La Monumental
Evangelista García piensa en jubilarse después de 28 años con un bar frente a La Monumentallarazon

Hilos de seda, color plata, oro, azabache... María José Cabezas, de 63 años, muestra sus últimos capotes bordados. Es jueves por la mañana en Segur del Calafell, Tarragona, y la modista no quiere alejarse ni un minuto de la máquina de coser. Quiere terminar a tiempo. Son sus últimas labores. La Monumental de Barcelona cierra hoy sus puertas y, tras casi 30 años de oficio, su taller de confección, instalado en el garaje de la casa, desaparece también. «Si no hay toros, no hay negocio. Me voy a ir de aquí, a pesar de que me siento catalana. Tendré que mudarme donde siga habiendo corridas, no sé, Zaragoza… o quizás vuelva a mi tierra, Andalucía, de donde llegué cuando era pequeña», explica entre telas fucsias y amarillas.
Los últimos capotes de María José están confeccionados para las dos últimas faenas de la tauromaquia catalana. En cartel, Morante, El Juli, Manzanares y el mismísimo José Tomás, que regresa al coso barcelonés, su plaza talismán. En La Monumental debutó Manolete y aquí también empezó el de Galapagar su leyenda. Aunque la afición ha decaído en Cataluña, en la taquilla, cuelga un «No hay entradas». Algunos han llegado a pagar 600 euros. La expectación es alta. El fin de una época, claman los aficionados. La victoria del sentido común, celebran los antitaurinos.

Impacto emocional
Suena el teléfono en el taller de María José. Los apoderados piden a la costurera que alargue un centímetro la muleta o que borde iniciales en el capote de paseo. «He trabajado para Manzanares, Finito de Córdoba, Daniel Luque, José Tomás… si te empiezo a nombrar toreros, me tiro toda la mañana», comenta la mujer de origen malagueño, que se muestra apurada. La entrega debe hacerse ya. De fondo, música flamenca. «No leS voy a pagar impuestos a los que me dejan sin trabajo», se enfada. El oficio hacía disfrutar a la «sastresa», como ella se define, «y ahora me lo quitan todo». El rostro sonriente cambia cuando se le pregunta por la prohibición. Una iniciativa popular aprobada por el Parlamento catalán ha puesto fin al tradicional festejo taurino. SÓlo el Tribunal Constitucional o una declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) podría hacer retroceder al gobierno catalán. Pero no parece probable. María José llevaba haciendo capotes «toda la vida». La afición por los toros llegó cuando se enamoró de su marido, novillero, a los trece años. Tiene tres hijos. «El varón también es torero», añade con orgullo. «He visto a muchos antitaurinos maltratando a sus perros, que empiecen por ellos mismos y nos dejen a nosotros en paz», zanja el tema.

El impacto económico del cese de la tauromaquia es difícil de cuantificar. Los taurinos hablan de tres millones de euros por año, una cifra exagerada para los gobiernos. El impacto emocional es aún más difícil de cuantificar. No son las cientos de personas que se quedarán sin trabajo (areneros, monosabios, taquilleros, transportistas…) o los que disminuirán ingresos (bares, restaurantes, hoteles y comercio de la zona). Algunos hablan de vacío vital, el final de la afición de su vida. Fernando del Arco, de 78 años, es uno de ellos. Y no se resigna. «La Monumental estará cerrada unos meses pero abrirán de nuevo», sentencia. «Tiene que ser así», repite. Su domicilio en Barcelona, en la zona de Muntaner, es un verdadero museo taurino. Posee 8.769 libros de toros. Sus favoritos, los de Manolete, con el que tiene fotos y dos autógrafos dedicados. Todo está en perfecto orden: el catálogo de escritos con bibliografía, las fotos fechadas, los 56 álbumes numerados…

Fernando conoció a su mujer, Conchita, en La Monumental. Era 1950. «Estaba entregada al Juli, su torero favorito con diferencia», apunta Fernando, pausado y elegante, mientras presume de piezas taurinas únicas. Tanto fue así que el matrimonio acabó fraguando una amistad con el diestro y su familia. A la muerte de Conchita, hace cinco meses, El Juli toreó en Barcelona. «Se acercó a la barrera y me brindó el toro a mí, en memoria de mi mujer», cuenta sobrecogido mientras enseña la foto de constatación. «Fue el momento más emocionante de mi vida», añade tras un suspiro. «Le siguen las primeras corridas de Manolete», recuerda. Después se pierde en un repaso silencioso de sus «tesoros».

En el bar Gran Peña de la calle Marina, frente a La Monumental, Evangelista García, de 61 años, escribe eN una pizarra el menú del día. Las cosas han cambiado mucho desde que llegaron de León hacen 39 años. Lleva 28 regentando el restaurante. Por aquí han pasado toreros, novilleros, picadores, periodistas y un amplio espectro de personalidades de la política, el cine, la música o la literatura. «Debemos hacernos más creativos. Se nos va la mitad del negocio», se encoge de hombros. «Lo que tenemos que hacer es jubilarnos», apunta su esposa, mientras trae y lleva platos. Los dos llevan «desde siempre» en Barcelona, desde que llegaron procedentes de su tierra. «Yo entiendo catalán pero no entiendo esta moda catalana de rechazar los toros. Estoy segura de que todo esto es política», subraya sin dejar de trabajar.

Lucha hasta el final
En los alrededores de La Monumental, un grupo de diez extranjeros observa el coso construido en 1914. La mezcla de estilos, mudéjares y bizantinos, combinado con elementos modernistas, encanta a los turistas. La plaza, con 10.000 metros cuadrados, ocupa una manzana del Eixample y tiene aforo para casi 20.000 personas. El guía recuerda que allí actuaron los Beatles en 1969. «¿Qué van a hacer ahora con ello?», protesta un comerciante de la zona. «Acabarán haciendo la mezquita». El vendedor se refiere a la posibilidad, nunca confirmada, de que los dueños de La Monumental, la familia Balañá, lo venda a la Fundación Qatar o al emir de Dubai. Junto a la taquilla, un grupo de hombres se mueve con sigilo. «La fiesta ya estaba de capa caída», apunta un reventa de pelo cano y cadena de oro. «Se la han cargado al meter vacas, becerros y cabras en vez de toros de verdad», protesta refiriéndose a la poca bravura de las reses. Al reventa experimentado, que no quita ojo a cualquiera que se acerque a la taquilla, le avalan los datos. El número de corridas cayó un 34 por ciento desde 2007 a 2010.

Francisco March, crítico taurino en «La Vanguardia», periódico que ha ido en contra de la prohibición, lo tiene claro. «Ha calado el mensaje falso de que los toros son un fenómeno ajeno a Cataluña», afirma indignado. «Es un totalitarismo en toda regla, una perversión democrática. Se han usado las iniciativas populares para legislar en contra de un sector», agrega. «Los taurinos parecemos unos apestados, pero la afición catalana es resistente. Ya nos buscaremos la vida para paliar emocionalmente de esta maniobra antidemocrática». March muestra un punto de tristeza antes de perderse en el trasiego de la Plaza de Cataluña: «El domingo, me despediré de gente que lleva en la misma localidad cuarenta años...».

La misma tristeza transmite Antonio Benete, de 65 años, que recoge firmas por las calles de Barcelona para que el Gobierno central declare los toros Bien de Interés Cultural (BIC), como ha ocurrido en Francia. Los voluntarios tienen hasta noviembre para presentar 500.000 apoyos. «Es como si me hubiera quedado sin novia. Un vacío. Lucharé como sea para que vuelva», declara.

La modista María José muestra más dudas: «¿De qué vivo yo ahora?», protesta mirando de reojo la máquina de coser: «Hay muchísima gente, que ni siquiera sale a protestar». Cada capote se vendía por 250 euros. «Me quedo sin oficio, no sé quien gana con esto. No sé cómo hacer estas cosas con la crisis que padecemos, me da pena, sí, pero yo me marcho de aquí», sostiene la mujer mientras dobla las telas.

Una prohibición política
En diciembre de 2008, la plataforma PROU! (Basta en castellano) comienza a recoger firmas para llevar al Parlamento catalán una iniciativa legislativa popular (ILP) antitaurina. Dos años después, el 18 de diciembre de 2010, el Parlament aprueba la tramitación de la ILP con 64 votos a favor, 59 en contra y 5 abstenciones. En marzo de 2010, una treintena de ponentes exponen en el Parlamento argumentos a favor y en contra de las corridas de toros. La exposición dura tres días. Finalmente, el 28 de julio de 2010 los diputados apoyan la prohibición de las corridas a partir del 1 de enero de 2012. La votación se salda con 68 papeletas a favor y 55 en contra. Debido a la expectación generada, acuden a Barcelona multitud de medios internacionales. El 28 de octubre de 2010 cincuenta senadores del PP presentan ante el Tribunal Constitucional un recurso a la ley aprobada por el Parlamento catalán. Hoy está prevista la celebración de la última corrida de Cataluña, en La Monumental de Barcelona. En cartel, José Tomás, que forjó su leyenda en esta plaza. El 1 de enero de 2012 entrará en vigor la ley que prohíbe la tauromaquia, si el Constitucional o la declaración de Bien de Interés Cultural no lo impide.