La Habana
Escritores fantasma
Aunque nuestra clase política parezca ignorarlo, Kennedy pronunció más de una frase en su corta vida política. La de «no preguntes qué puede hacer América por ti» fue la más celebrada, pero, puestos a citar al mito, ya podrían renovar el repertorio. Arthur Schlesinger Jr. fue reclutado como escritor de discursos para la campaña del 60 y le proporcionó al senador algunas de sus mejores piezas de oratoria política. Obama tuvo el acierto de echar el lazo al precoz Jon Favreau, un genio capaz de inventarle frases redondas a un presidente que interpreta como nadie los discursos previamente ensayados. El «speechwriter» es una figura reconocida y apreciada en el debate político norteamericano. Es norma que los dirigentes encarguen papeles a redactores que aquí llamamos «negros» y que Polanski llamaría «ghost writers», escritores fantasma. El ficticio presidente Bartler de «El ala oeste»mimaba, y exigía resultados, a su equipo de comunicaciones de la Casa Blanca. Imagino que en el ala oeste de la Moncloa están empleados, también, escritores de discursos que, antes de sentarse a escribir, se hacen las tres preguntas básicas: cuánto debe durar el discurso, qué mensajes debe incluir y a quién va dirigido. Lo que no alcanzo a entender es por qué el presidente Zapatero les da tan poca bola. El brío, la emoción, el sentido de la Historia ha desaparecido de sus intervenciones, reducidas a la reiteración administrativa de quien transita eternamente por caminos trillados. Su mejor discurso parlamentario lo pronunció Zapatero en abril de 2008 (la segunda investidura). Tuvo un «negro» brillante, curtido en lecturas, aficionado a la novela negra y paleontólogo en La Habana. Rajoy hizo un buen discurso en el último Debate de la Nación. La pluma –se notaba en su forma de leerlo– era ajena, aunque perteneciente o cercana a su camada. No comparto la admiración general por los oradores que prescinden de papeles. Prefiero a quien ha ordenado previamente sus ideas (o se las han ordenado) en un buen folio. Me extraña que alguien como Zapatero, tan consciente desde sus primeros escarceos, del valor del mensaje y las palabras se abandone con tanta frecuencia a la abulia del «ya veré lo que digo». En el aniversario del acta de diputado de Pablo Iglesias dejó pasar un balón de oro para hilvanar una intervención honda y emotiva. Llegó Felipe y le birló la gloria. Este lunes, rodeado de dirigentes africanos, se confió de nuevo y parió con forceps una parrafada lenta, asfixiada en pausas y armada de frases vacuas, peleada con el gesto solemne que forzaba el presidente al pronunciarla. ¿Qué costaba encargar un buen discurso sobre el compromiso español con África? Zapatero, como tantos otros, sobrevalora su aptitud para hablar sin folios. Sólo improvisa bien en los mítines y en los duelos parlamentarios. Vale más una réplica suya a Rajoy que diez tostones como el que se marcó en su jornada africana. Viven en penumbra y carecen de nombre, pero yo reivindico el papel de los escritores fantasma. Kennedy hablaba como Dios porque tenía «negros» que brillaban.
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