Elecciones andaluzas
Griñán en la liana de Chacón
La legión de «groupies» de Chacón llegó muy de mañana con el evangelio de la alegría en los dientes. Perfumaron el hotel Renacimiento con un placebo de victoria pensando que así caerían narcotizados los delegados que todavía dudaban del DNI o de la biografía de Rubalcaba. Más que la estrategia de la fe en el triunfo, la del chaconismo ha sido una terapia de primeros auxilios. Como la que recomienda el especialista a los claustrofóbicos cuando se quedan encerrados en un ascensor: ¡Piense que es un caballo que va corriendo por el campo! Chacón se había empeñado en que todos fueran caballos que iban corriendo por el campo: López Aguilar, Griñán, Caamaño, Pajín, todos desbocados de contentos, enseñando paletas y molares. Luego, ante el discurso histericón, de vuelo de gallináceo de su líder, incrustaron los aplausos como si el jaleo estuviera incluidos en su manual ideológico. Los dos candidatos pactaron que durante sus intervenciones sólo hubiera planos medios en la realización de televisión. La retransmisión que se ofrecía a la Prensa y al resto de pantallas del 38º Congreso, excluía explícitamente la reacción inmediata del oponente ante las propuestas del rival desde el atril. Así que, sólo ubicado a los pies del escenario del salón Sevilla Dos podía uno observar la respuesta de Rubalcaba ante las emotividad de confitería de Chacón. Sentado en la primera fila, libre de la interpretación de los candidatos que no reciben el Oscar y se ven obligados a encajar el golpe con la mejor de sus caras, Alfredo esperaba impertérrito. A veces, aplaudía, con la pereza del guepardo, mientras rugían los «groupies» de Chacón. A su lado, Valenciano incendiaba el móvil. En el entreacto, tras los discursos, sólo Guerra era capaz de ensayar chistes ante una familia de Valencia que quería retratarlo: «¡Desengáñese señora, el PP siempre es lo mismo, una de "camps"y otra de "arenas"!». En ese momento, en el que comenzaban las votaciones, algunos griñanistas de nuevo cuño confesaban que Chacón no les colmaba pero, al cabo, era «aire fresco». Esto del «aire fresco» se ha repetido tanto como si el PSOE, en vez de un líder, hubiera estado buscando un abanico para los sofocos. Griñán, que iba colgado de la liana de Carmen, cae a los pies de Chaves y Rubalcaba. A cincuenta días de las elecciones andaluzas, el presidente regional ya sólo puede aspirar a que los viejos y cansados césares ignoren sus traiciones para que el PSOE conserve el último poder.
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