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Un modelo progresista por Bruno Aguilera-Barchet

La Razón
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Se ha dicho de todo sobre la Constitución de Cádiz, con ocasión de su flamante bicentenario. Porque fue la primera vez que los españoles decidieron autónomamente dotarse de un contrato constitucional propio, sin injerencias extranjeras –como ocurrió con el Estatuto de Bayona– teledirigido por Napoleón. No obstante, es poco probable que se mencione un aspecto crucial, que quizá constituye uno de los valores más actuales de la Constitución de 1812. El hecho de que se convirtió en el símbolo de la Europa progresista durante un período esencial del siglo XIX, cuando los liberales luchaban denodadamente a brazo partido con los monarcas absolutos que se resistían con todas sus fuerzas a abandonar la monarquía de derecho divino y dar paso a un sistema constitucional de monarquía limitada. No fue en 1812, sino ocho años después, cuando tras el pronunciamiento de Rafael Riego en Cabezas de San Juan, La Pepa volvió a convertirse en nuestra Carta Magna, una vez que Fernando VII, el rey felón, pronunció aquellas hipócritas palabras de: «Marchemos todos y yo el primero por la senda constitucional».
Aquella segunda vigencia de la Constitución gaditana resultó efímera en España, apenas tres años, porque las potencias absolutistas –a las que se unió en esta ocasión Reino Unido– reunidas en Verona y jaleadas por el escritor francés René de Chateaubriand, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores de Luis XVIII, mandaron a los Cien mil hijos de San Luis y devolvieron el poder absoluto al ominoso Fernando VII. Sin embargo, La Pepa se convirtió en el estandarte de la libertad para los progresistas de Europa hasta la monarquía francesa de julio de 1830.
 En Italia, en Francia, en Alemania, la Constitución de 1812 se convirtió en una referencia, hasta el punto de que fue traducida y estudiada como modelo de la Europa del progreso que quería abandonar la oscuridad del Antiguo Régimen. Fue el momento en el que España se convirtió en el modelo constitucional de Europa, gracias a La Pepa. Nada menos.

Bruno Aguilera-Barchet
Catedrático de Historia del Derecho. Universidad Rey Juan Carlos