Artistas

Ángeles y pilotos

Por más que me digan que con la bondad se llega a todas partes, yo creo que hay aspectos negativos de la personalidad que conviene cultivar porque es en ellos donde está la raíz insustituible de nuestra imagen real, a veces incluso el punto de partida de nuestro atractivo personal.

La Razón
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Yo nunca he creído que la bondad te lleve a cualquier parte y tampoco creo que sea necesario alcanzar la santidad para que la gente te acepte mejor. Ciertas desviaciones de la personalidad son más útiles para labrarse un porvenir si de lo que se trata no es de hacer carrera como arzobispo de Compostela. Aunque mitigando su observación con un proverbial sentido del humor, Woody Allen retrató muy bien en algunas de sus películas la inutilidad de la bondad al reflexionar sobre su infancia, que se parece tanto a la de quienes quisimos ser niños dóciles y pastorales porque creíamos que el destino ideal del ser humano era un lugar en el Cielo teológico, hasta que pasados los años comprendimos que habría resultado mucho más agradable sustituir el Paraíso por la compañía de una chavala con mala reputación en la última fila del cine. Hablo con conocimiento de causa porque fui un niño ejemplar, el hijo obediente y responsable que se ofrecía para los recados, sufría por la brevedad de la vida de las moscas y doblaba la ropa al acostarse. A los seis años me sabía los nombres de todos los presidentes de los países sudamericanos, estaba al tanto del arrojo abnegado de los misioneros en el África negra y miraba cada día al cielo por si aparecían los bombarderos soviéticos y echaban a perder juntos la moralidad de Occidente, la Vuelta a España y el asado de ternera que preparaba mi madre en la cocina. Luego me di cuenta de que los otros niños eran más felices a pedradas con los gatos en la calle y comprendí con amargura que mi vida dócil y pacífica sólo me había servido para ser el único chico que asistía a clase con las gafas de Pío XII. Me habían inculcado la idea de que con la bondad estaría más cerca de aquel Cielo de la Biblia y ahora resultaba que quienes de verdad disfrutaban de la felicidad real no eran los muchachos que aspiraban a ser ángeles custodios revoloteando la silla gestatoria de Juan XIII, sino cosmopolitas y mundanos pilotos de Iberia. Y decidí empeorar como persona para ser como los otros, como aquellos muchachos que parecían tan felices a pesar de sus trastadas. Fue a partir de entonces cuando me di cuenta de que en la vida se puede salir adelante aunque las mejores ideas se desarrollen con las peores intenciones, como cuando aquel compañero de bachillerato invitaba el domingo a la chica más guapa del barrio con la promesa de que en la última fila del cine le ayudaría a perderse sin remordimientos una estupenda película de estreno.