Instituto Cervantes

Un narrador con fuerza admirable

Por VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA, director de la Real Academia Española

García Márquez y detrás de él Vargas Llosa en 1970, como miembros del jurado Biblioteca Breve
García Márquez y detrás de él Vargas Llosa en 1970, como miembros del jurado Biblioteca Brevelarazon

Hace unos años, durante una visita a España del secretario de la Academia Sueca, uno de los temas de conversación fue los años que hacía que el Nobel de Literatura no era para un escritor en español. Él sonrió y nos dijo: «Hay muchas literaturas en el mundo, pero la española siempre está en nuestra mirada». Vaya si lo estaba. Ayer se saldó esa deuda con uno de los máximos exponentes de la palabra en castellano. Vargas Llosa es un escritor que cultiva el símbolo. Algo que es por naturaleza intraducible y polivalente, y no faltan en sus textos elementos que permitan sustentar diversas interpretaciones.

El suyo es un mérito renovador de la narrativa en lengua española, que enriqueció con nuevas líneas de escritura. Su novela, documentada de manera exhaustiva, ha terminado por implantar la asimilación en la literatura española de la tradición de la novela moderna occidental. Vargas Llosa es un narrador excepcional, que se sitúa dentro y fuera del tiempo, que emancipa su creación del mundo real y la dota de su (aparente) autonomía. Porque la historia en sus manos avanza a grandes zancadas o pasitos menudos, retrocediendo para recuperar el tiempo perdido, con una libertad que nos está vedada a los seres de carne y hueso. La prosa de Vargas Llosa cobra una fuerza admirable, flexibilizándose al ritmo de su propia marea, y, lo que más importa a nuestro propósito, trasponiendo la realidad de la que parte a un plano superior a través de imágenes.

La figura y su historia se proyectan a un espacio autónomo, al espacio de la palabra libre que crea su propio sentido. Decía Flaubert –y Vargas Llosa lo recuerda– que la novela no era para él más que «una manera de vivir en un medio dado». De ahí arranca el esfuerzo del novelista por compenetrarse lo más posible con el fin de recrearlo verbalmente. Para las letras hispanas, su figura es lo que para las anglosajonas Faulkner.

Es, además, un espléndido articulista comprometido con la realidad, y que en sus artículos de prensa va jalonando todos los problemas que van ocurriendo en el mundo contemporáneo. Esa condición de trabajador infatigable, con una disciplina ejemplar, le convierte en un cronista fundamental para entender la mitad del siglo en que transcurre su obra, en especial, en el escenario que es Lationamérica, a la que ha dedicado su más vivo compromiso.