Barcelona

El peluquín por Alfonso Ussía

La Razón
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Los Juegos Olímpicos son el atletismo y los demás. En los tiempos modernos se ha incorporado la natación a la cima de la tradición, y ahí tenemos una nadadora, Mireia Belmonte admirable. Se trae a España dos medallas de plata que resumen su fabulosa participación en los Juegos de Londres. La piragüista donostiarra Chourraut ganó el bronce de las procelosas aguas sin ningún distintivo que indicara su nacionalidad española. El culpable es el que lo permite. Como el triunfo de las marcas deportivas sobre España. Ferrer y Feliciano llevaban cada uno la ropita de sus contratos, muy españolas eso sí, pero diferentes. He visto, en un partido de ping-pong, a un español más chino que la Gran Muralla al que se le conoce por «Pepito». Y un ciclista, León, que al dar la primera pedalada se ha quedado sin pedal. Lo de Pepito muy emocionante. Lo de León preocupante. Las bicicletas son para el verano, pero sobre todo, para revisarlas con anterioridad a una competición olímpica. Nos queda alguna opción de medalla en baloncesto, balonmano, waterpolo, y voleybol de playa. Pero en atletismo no tenemos nada que hacer. En Barcelona, Odriozola, el Presidente de la Federación, no usaba peluquín. No me fío de los hombres que desprecian la noble calvicie de la sabiduría y se colocan un ridículo bisoñé, además, teñido. Se dio el caso en el Sporting de Gijón. Tenía un gran centrocampista, Valdés, allí conocido por «La maquinona», por su incansable coraje. Centró al área un compañero, y Valdés remató de cabeza, con tan mala suerte, que el balón se dirigió hacia el palo izquierdo y el peluquín hacia el derecho. El portero del equipo contrario, hizo un bellísimo escorzo muelle, una estirada fantástica, y atrapó el peluquín de Valdés sobre la misma línea de gol. A partir de ahí, Valdés dejó de usar peluquín y mejoró mucho su rendimiento, porque el hombre que intenta engañar con su apariencia mediante truquitos estéticos se engaña a sí mismo, y nada positivo puede surgir de un engaño permanente. Y el que fuera presidente del Burgos, Antonio Martínez Laredo, también padeció la humillación del peluquín indiscreto. Jugaba su equipo contra el Barcelona en el Plantío burgalés, y el árbitro se inventó un penalti a favor del «Barça» en el último minuto. Lo falló Cruyff. Pero los nervios rompieron la estabilidad emocional de Martínez Laredo, que saltó al terreno de juego –el partido fue retransmitido por Televisión–, y se dirigió al árbitro para propinarle un presidencial puñetazo, un guantazo de los gordos. El peluquín lo convertía en un energúmeno anónimo, pero al caer como consecuencia del fallido puñetazo, surgió la calva de Martínez Laredo, que era una calva inconfundible. Nunca más se puso el traidor peluquín, causa de su desastre.

Odriozola lleva más años en el cargo que Fidel Castro en el poder. Y camufla su calva con un bisoñé color marrón anaranjado de muy difícil aceptación social. Los atletas españoles no están obligados a entrenar con dedicación teniendo un presidente con un peluquín, bisoñé, postizo o entretejido marrón anaranjado. Comprendo a las mujeres que, por el tratamiento de una enfermedad, disimulan su efímera calvicie con postizos o pañuelos. No a los hombres. Lo siento. Soy así de antiguo. En su última «Goyesca», tuve la suerte de ser invitado por Antonio Ordóñez, el más grande de cuantos se han puesto en el siglo XX el vestido de torear. Y Antonio estaba allí, en el callejón, esperando la llegada de sus invitados, con su porte de emperador romano y su dignísima cabeza rapada. La calvicie en el hombre es siempre un rasgo respetable. Incluso los calvos que no han leído jamás, parecen salidos de una biblioteca. Para mí, que Odriozola ha perdido su autoridad con su espantoso peluquín, que por otra parte, le sienta fatal.

Muy mal lo tiene que estar haciendo la Delegación española en Londres para que el peluquín de Odriozola merezca la gloria del protagonismo. Ni en la carrera reina, los 1500, habrá españoles en la final. Y es la nuestra. Volver de Londres con alguna medalla –las de Mireia son valiosísimas–, en deportes marginales y minoritarios está bien. Pero sólo bien. No traer a España ni una sola medalla en atletismo, es un fracaso olímpico rotundo y monumental. Los Juegos son atletismo, natación y poco más. Como cuarterón andaluz tengo mi parte superticiosa. Y para mí, que el fracaso viene, en buena medida, del peluquín de Odriozola. Se trata de un juicio de valor, no de una teoría científica, que quede claro.