Barcelona

Los palos y las ideas

La Razón
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Por exagerar, entre los acampados del 15M habrá espías de la KGB, uno que se fue a comprar tabaco, observadores del Gobierno por turnos y cientos de «clochards» que han visto cómo el mundo les ofrece compañía junto al luminoso del cajero automático. No piden la localidad en la puerta, no hay cinturones de seguridad, reina la entrada libre y el descontrol. Así que hasta las plazas españolas han llegado anarcas, primos lejanos de Mateo Morral y mujeres puñal. Y camorristas, talegueros y gualdrapas, que adheridos a una pulsión ciudadana que está definiéndose, empezaron ayer a hacer sangre en Barcelona, como antes lo hicieron –«los más chulos del barrio, tiramos porque nos toca»– en Madrid. El recurso a la violencia, para los legítimamente movilizados, es un estigma que los echará a pique. Acampados y coordinados en la red por causas justas, aseguran que han hecho un esfuerzo de mentalización, casi un rezo colectivo para que la rabia no llegara al puño. La Generalitat, que tiene su porción del monopolio de la violencia, actúa al amparo de la ley, igual que cuando recorta las becas y las ayudas sociales. El mercado del poder es puramente económico, un coto cerrado donde hay barreras de entrada y los que lo controlan operan para que no entre la competencia. Los del 15M podrían ser competencia para la clase política pero las filas se les han contaminado de gente con la mano larga. Mientras, otros no querían irse de las plazas porque allí tenían su hogar y sus sueños.