Nueva York

Samantha Vallejo-Nágera: «Yo nunca abortaría»

La casa de Samantha de España –Samy para los amigos– es distinta. Los espacios abiertos, las libélulas revoloteando por los pomos de los cajones y las paredes; las cajas de cristal con vacas disfrazadas en su interior, a modo de cuadros hechos por ella misma, en los que se cuenta la historia de sus viajes y de su vida…

Samantha disfruta mucho de su cocina, que además es muy original
Samantha disfruta mucho de su cocina, que además es muy originallarazon

 Y, como centro neurálgico, naturalmente, una cocina maravillosa, que une la parte de los mayores con la de los niños.

–A la cocina llegó por una apuesta, ¿no?
–Sí, por una apuesta tonta. Estaba con Moppi Horcher cenando en casa de mi madre, en Pedraza, y él, a quien adoro, empezó a meterse conmigo: «No sabes lo que es trabajar duro, como he trabajado yo toda mi juventud». Y yo le decía que se equivocaba, que aguantaba lo que fuera. «¿Ah, sí? Pues te quiero ver el lunes con un gorro bajo de cocinera en Horcher» (uno de los mejores restaurantes de Madrid). Y ese lunes me levanté, me compré un uniforme de cocinera y aparecí en Horcher, chula de mí. Y cambió mi vida: pasé de la arquitectura de jardines a la cocina, con la que, desde entonces, me he ganado la vida.

–Capacidades aparte, lo suyo no fue de autodidacta, trabajó y estudió mucho y con los mejores.
–Sí. Después de aprender en Horcher dos años, me fui a Lyon con Paul Bocuse y primero estudié y luego trabajé con ellos. Aprendí un montón: a dirigir, a organizar la limpieza y el trabajo, las bases de la cocina francesa y española, a dar cócteles…

–¿Y a hacer paellas?
 –La receta me la dio Manel, de la Fideuá de Ibiza… y yo me la llevé a Nueva York. No quería empezar a trabajar sin haber vivido en Nueva York con una mano delante y otra detrás. Y se me ocurrió preparar paellas. Iba patinando con los ingredientes guardados en la mochila y las preparaba en casa de mis clientes. Ahí fue cuando me bautizaron como Samantha de España.

–El nombre de su catering es ya uno de los más famosos de nuestro país y de los más reclamados por la «jet set». ¿Ya tenía contactos en Nueva York?
–Sí, la verdad es que conocía a mucha gente, iba a fiestas muy divertidas… Yo he trabajado de camarera, de niñera, de «au pair», pero no he sufrido nada, me he casado tarde, bien vivida y bien «fiesteada».

–Y entre sus clientes, Gigi Sarasola, duquesas, deportistas, banqueros y todo tipo de personalidades…
–Siempre he tenido buenos amigos que apostaban por mí aunque pareciese una cabra loca. Creo que le debo la seriedad que siempre ha habido detrás de todo a mi madre, que ha sido muy exigente conmigo.

–¿Y usted como madre también es exigente?
–Me encantan los niños. No pisé una discoteca ni salí de marcha hasta los dieciocho años: siempre estaba cuidando niños. Cuando en mi pueblo nacía uno, era mi hijo. Llegaba un fin de semana y lo cuidaba, lo iba a buscar… Los míos me han pillado más mayorcita, pero me lo paso bomba: les canto, les bailo, los organizo… Pero luego soy muy seria con ellos, no me gustan nada los niños contestones.

–Su vida era perfecta cuando, sin esperarlo, llegó un niño con síndrome de Down….
–Y la hizo más perfecta, pero yo entonces no lo sabía. Ahora cuando lo veo y siento que es tal maravilla no comprendo el disgusto que me llevé. Entonces todo el mundo me decía que un niño con Down era la pera y yo pensaba, ¿pero la gente es tonta? ¡Esto es un drama, una tragedia, un horror…! Y al final es una de la alegría de nuestras vidas, de la mía, de la de mis padres, de la de mis amigos.

–Tanto, que no le frenó para volver a ser madre…
–Tuve un primer momento de asimilación complicado, pero luego estuve encantada y como siempre había querido tener cuatro hijos fui a por uno más.

–¿Hubiera abortado si le hubiesen anunciado otro Down?
–No. No lo hubiera hecho ni antes de saber la maravilla que era, así que sabiéndolo, mucho menos. No quiero demonizar a la gente que aborta, porque siempre hay peros y casos… Pero yo no lo haría.

–Usted, que es tan familiar, ¿cómo lleva tener a su hermano Colate tan lejos y casado con una estrella de la música?
–Me da pena que no estén aquí, sobre todo por el niño, pero se lleva bien. Ser cuñada de Paulina Rubio es divertidísimo. Además, ella es genial, tiene mucho talento, y Colate está contento aunque tenga que asumir la vida de un personaje famoso y no tenga intimidad…

–Una empresa con veintiséis empleados en temporada alta, dos libros –el último, «La cocina de Samantha de España»–, un programa de cocina en Canal Casa que se empieza a emitir la semana que viene... ¿Qué le falta?
–Me gustaría seguir trabajando fuerte hasta los cincuenta y luego, si no dejar de trabajar, bajar un poco el ritmo, porque si no, casco… Salgo a las ocho de la mañana y hay días que vuelvo después de las doce…Y lo que quiero es disfrutar de mi familia, viajar más…

–Pues como sigamos en crisis no… ¿Necesitamos un cambio?
–Sí. Yo creo que cambiar de presidente es como cambiar de director de empresa. Ni socialistas, ni populares… Lo que necesitamos es un buen gestor. Estamos en una crisis internacional y hay que cambiar de manos. Yo no entiendo mucho de política, pero me parece que Rajoy tiene una gran preparación y espero que lo haga fenomenal. Eso si viene Rajoy, que podría volver Zapatero o Rubalcaba…

–Bueno, Zapatero ya se ha ido. ¿Qué le prepararía de cena de despedida?
–Un pollo asado. Y ya.

–¿Y qué les prepararía a los Príncipes?
–Todavía hace calor, así que un besugo al horno en lecho de patatas con cebollita y vino blanco y un risotto o una pasta fresca casera. Y el chocolate siempre triunfa…

–Pues anda que como se le volviera a olvidar el pescado como con los Reyes…
–Ay, sí, qué horror. Tuve que preparar un catering para los Reyes y para Tom Cruise y Nicole Kidman y, por la noche, repasando, me di cuenta de que lo tenía todo, menos el pescado, que era lo principal.

–Seguro que con lo que quiere a Gallardón no se le olvidaría el pescado.
–Es que a Gallardón, como le adoro, le regalaría una lata de caviar.

–¿Y a Bardem y a Penélope?
–A ella la conocí cuando era novia de Gigi… Pues mira, algo muy español, porque ellos lo son, aunque luego por ahí digan que no: un gazpacho y un filete empanado.

–¿Y a Tita Cervera? ¿Cocina de elBulli?
–Es que yo soy más de cocina tradicional, del arroz con leche de Asturias, las chuletas de cordero de los soportales de mi pueblo, las morcillas del Landa… Y no soy nada de menú degustación. Pero a Tita le haría algo fino, ¿no? Una crema de lentejas, un lenguado a la meuniere y un «soufflé» de piña.

–Hace cenas de mil personas… ¿Pero también de cuatro?
–Y hasta de una. Una vez me llamaron de un piso chiquitín monísimo de Torrejón de Ardoz. Tenía cuarenta metros, habían quitado los muebles para poder poner la mesa en el salón y celebrar San Valentín. Era el regalo de la mujer al marido: un catering de Samantha de España. Es lo más mono que he hecho en mi vida.

–¿Les hizo un descuento?
–Sí, claro. No soy nada pesetera… Pero en general las cenas para dos se pagan porque hay que llevar un camarero, una cocinera, una furgoneta, material… Cuando subes de número te sale más o menos como en un restaurante, pero cuando son dos, todo se multiplica.

–Igual cocinaría gratis para Nadal…
–Me encantaría, soy súper fan, es un orgullo tenerle aunque ahora esté pasando una mala racha. Por lo que hace y por lo que dice… Aunque también he preparado caterings para Beckham, que es guapo, simpático, sonriente y maravilloso, o para Zidane, que también es estupendo… Y les he cobrado.


Personal e intransferible
Samantha desborda energía. Tiene cuatro hijos, pero podría tener cuatrocientos. No descansa nunca. Cuando está en casa les organiza actividades, cuando no, trabaja en su catering, o en la televisión, o escribe, o sale de marcha con su marido –a quien le dice que le quiere setenta veces al día: «Si no, se enfada»–, o corre. Ahora está preparando su segunda maratón en Nueva York. Como reto. El primero lo corrió a los 40 y ahora con 42 y otro niño de cinco meses le cuesta más. Pero lo hará. Y disfrutará. Como con todo. Últimamente la televisión la tiene obnubilada, sobre todo porque tiene que disfrazarse –«hoy era Kelly, mi marido Kevin y teníamos que prepararle una burguer a nuestra hija Dakota»– e inventarse cosas. Siempre está inventando. Por eso su catering, su casa y su vida son diferentes. Como ella.


DE CERCA
«No voy a misa, pero rezo todos los días. En francés, porque mi madre es francesa, supongo. Tengo un altarcito con mis vírgenes y las fotos de todos los que quería y se han ido. Vivimos de espaldas a la muerte y, aunque sea duro, hay que asumirla».